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El gurú asturiano de las desgracias

José Luiz Tejón, emigrante de Aller en la posguerra, adoptado en Brasil y que se quemó la cara de niño, vuelve convertido en experto del marketing y ejemplo de superación personal

La potente llamarada en el interior de la casa llamó la atención del pequeño José Luiz, de 4 años. Jugueteaba en el patio, en Vila Belmiro, un humilde barrio del populoso y multicultural Santos (Brasil) de los primeros cincuenta del siglo pasado. Corrió hacia la cocina, donde ya ardía el techo y el drama tomaba cuerpo. Para limpiar el suelo, Rosa Hoffmann, emigrante alemana y madre adoptiva del niño, había preparado una mezcla de cera y gasolina. Solía aplicar el combustible para alargar la duración del limpiador, no sobraba el dinero. El mejunje entró en combustión. Como pudo, la mujer lanzó el cubo ardiendo hacia el patio. Por allí entraba José Luiz? Las consecuencias se ven en la foto de arriba, que no refleja los tres años internado en un hospital de monjas, los trece de tratamientos y operaciones de cirugía, ni el rechazo de un niño desfigurado a algo tan mundano como jugar en la calle.

Han pasado cincuenta y siete años desde aquello y José Luiz Tejón, con esa z que "brasileñiza" su nombre, pasa el fin de semana en Asturias. Luce currículum de triunfador y rostro de sufridor.

Primero, lo duro. Viene a conocer a parte de su familia, original de la aldea de Cuérigo, en el concejo de Aller, de donde él también salió cuando era sólo un proyecto de persona. Su madre biológica, soltera, huyó del hambre de la posguerra y de la sombría historia de un embarazo iniciado en Asturias y culminado al otro lado del mar. Al llegar a la portuaria Santos, recepción de navegantes hambrientos y alojada en una casa de acogida de emigrantes, la presión de la pobreza la lleva a entregar al niño en adopción y a buscar mejor suerte en Argentina. Falleció al poco tiempo, mientras el bebé crecía en la casa de Rosa Hoffmann, costurera, y de Antonio, emigrante portugués. Subsistían gracias al pequeño comercio familiar.

Ahora, el lustre. José Luiz Tejón transformó una infancia humilde y corta de recursos en una carrera de postín. "Todo gracias a mi madre adoptiva, no permitió que me avergonzase. Con siete años, yo no quería salir del patio de casa, me escondía para no ir a la calle", cuenta el astur-brasileño a LA NUEVA ESPAÑA su vida después del accidente. Sacó adelante la Primaria, entró en el Colegio Canadá, la mejor escuela pública del país, estudió Periodismo y Publicidad en São Paulo, empezó a componer música hasta ganar premios, trabajó en medios de comunicación, llegó a directivo del poderoso grupo Estado y completó su formación en universidades como Harvard, la Pace University de Nueva York o el prestigioso MIT de Massachusetts. Convertido en gurú del marketing y la publicidad y con 31 libros publicados, hace unos años miró hacia atrás y decidió que debía contar lo suyo. Comenzó a escribir sobre superación personal. El último título, "El beso de la realidad", habla de cómo aceptar las propias circunstancias de la vida, "besarlas", para transformarlas en algo positivo. "Mi madre huyó embarazada de España. Me dio en adopción. Mi cara se quemó. Todo eso parece malo, es malo, pero resultó espectacular para mi vida. Si ella se queda en Asturias, yo habría trabajado en la mina a los 14 años, mis pulmones estarían dañados...".

El mérito de la transformación se lo lleva la adoptiva "y su tesón alemán". Tres años después de las graves quemaduras, con siete, José Luiz negaba cualquier relación con otros pequeños. Los niños de Vila Belmiro salían al mercado con sus madres. Menos José Luiz, con la cara en proceso de recomposición. Rosa Hoffmann urdió una terapia de choque, harta de sus desapariciones a la hora de salir. Amarró el brazo del hijo al suyo propio con un fular. No había escapatoria. "Todos me miraban, estaban expectantes por verme. Pero ella me decía que me fijase en los puestos del mercado. En las patatas, que las grandes sirven para esto y las pequeñas para lo otro. En las naranjas, en las verduras. Y me explicaba cómo comprarlas y sus utilidades. Cuando yo volvía la vista al escuchar comentarios, ella reclamaba mi atención sobre la mercancía. Lo hicimos mucho tiempo. Creo que por eso ahora me concentro al máximo en cada actividad, me vuelco. Luego me junté con otros niños y vi que todos tenían algún defecto, que lo mío no era para tanto". Regresaron a casa con un gran miedo superado. "Poco después sucedió algo, el día más feliz de mi vida". Un grupo de niños del barrio acudió hasta su casa. "Me querían llevar a jugar al fútbol con ellos".

La alemana Rosa falleció hace doce años. Pudo ver la escalada social e intelectual de su hijo. Ayer, José Luiz se reunió con sus raíces en Gijón, en un piso de la calle Dindurra. Con una de sus hermanas, Maruja, sus hijos y los nietos de ésta. Nada más aterrizar, el pasado miércoles, tomó la carretera y fue hasta Ciaño, a la residencia donde está ingresado su hermano, Manuelito lo llama. Lo había conocido en sus dos visitas anteriores, tan lejanas como 1977 y 1995, y lo hizo protagonista de un capítulo del último libro. "En la ciudad española de Cuérigo, en las montañas de Asturias", tituló el pasaje. Dice: "Los más viejos tienen cita fija en el bar. Son ex mineros del carbón, que destruía jóvenes pulmones. Algunos actuaron en la revolución española. Unos eran republicanos, otros franquistas. Ya no se matan...".

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