El acebo, el popular carrascu o xardón, es un árbol singular por su condición de perennifolio en un contexto, el bosque atlántico, dominado por las especies caducifolias, y porque esa circunstancia le otorga un importante papel en la ecología invernal de la cordillera Cantábrica. El acebo es un árbol hospedador, que da abrigo y sustento a un elevado número de aves y mamíferos en los hayedos, robledales y abedulares despojados y aletargados durante los meses fríos. Su denso follaje actúa como una cámara aislante que mantiene en su interior una temperatura entre dos y cuatro grados superior a la ambiental, y camufla a los animales frente a sus depredadores; sus frutos, de gran durabilidad (y, en menor medida, sus hojas), aportan un banquete en un medio que hace pasar hambre a la fauna que no lo abandona y que no dispone de reservas (en forma de grasa acumulada en su organismo o de despensas).

Superviviente de las selvas tropicales del Terciario -al igual que el laurel-, el acebo forma parte hoy de todo tipo de bosques caducifolios, desde las carbayedas que se arriman a la costa hasta los abedulares que marcan el límite superior del piso forestal, y también constituye, localmente, sus propios bosques, las acebedas. Tanto los árboles aislados como los bosquetes actúan a modo de oasis en el desolado paisaje invernal de la cordillera.

El urogallo cantábrico es el huésped más ilustre de los acebos. Y no sólo por su condición de especie totémica, emblemática, amenazada de extinción, sino por su alto grado de dependencia de este árbol, del que aprovecha las hojas (coriáceas y espinosas, pero más nutritivas que los leñosos brotes del haya) y los frutos, así como su resguardo frente a las inclemencias de la estación y los depredadores. Los urogallos pasan el invierno en una situación límite: ingieren muy pocas calorías, apenas suficientes para mantener su metabolismo, y se ven obligados a reducir su gasto de energía, sus movimientos. Los acebos son un refugio perfecto para ocultarse. Algunos ejemplares pasan largos períodos a su cobijo, sin moverse apenas y alimentándose en exclusiva de los recursos del árbol.

La dependencia del acebo está muy generalizada entre la fauna de la cordillera Cantábrica que se alimenta de materia vegetal. Los grandes mamíferos (corzo, rebeco, jabalí) utilizan las acebedas como refugio, principalmente frente a fuertes nevadas y ventiscas. El corzo también ramonea las hojas de este árbol, aunque no forman parte de sus alimentos preferidos. A su vez, la liebre de piornal (endémica de la cordillera Cantábrica) selecciona como encame los ejemplares achaparrados y arbustivos, que le ofrecen mejor protección que los acebos de mayor tamaño.

Todas las aves frugívoras que pasan el invierno en los bosques de montaña dependen, en mayor o menor grado, del acebo (también de otros árboles o arbustos con frutos); de hecho, la localización de estas fuentes de alimento condiciona su distribución estacional. Dos de los pájaros más característicos de las acebedas en invierno son los zorzales alirrojo y real, no en vano se los conoce popularmente como malvises carrasqueros. Proceden de los bosques boreales europeos y ambos son abundantes en las temporadas más frías (en cambio, en los años templados escasean).

Los depredadores, tanto los mamíferos carnívoros como las aves de presa, hacen un uso oportunista de las acebedas, en cuanto foco de atracción de numerosas aves pequeñas y medianas que forman parte de su selección de presas. Son buenos cazaderos para el azor y el gavilán, y también acude a ellos la marta.