El sacerdote Alberto Torga y Llamedo (Vegadali, Nava, 1933) pensó que sería una buena idea pasar al papel sus extensas memorias, fruto de una larga tarea desarrollada fundamentalmente con españoles emigrantes en Holanda y Alemania. Animado por su familia y amigos, al principio pensó que "con unos trescientos folios sería bastante". Pero le pasó "como cuando vas a cereces, coges una y luego otra y acabes cogiendo un puñáu". Al final le salieron más de 1.300 páginas, y sus memorias, que ahora ven la luz -se presentan hoy, a las 19.30 horas, en el salón de actos de la Fundación San Eutiquio de Gijón-, lo hacen en dos tomos. En ellos recoge prolijamente hechos de su vida personal y sacerdotal con un nivel de detalle que no deja indiferente, sobre todo porque "nunca he llevado un diario, todo se lo debo a una memoria prodigiosa", se explica. Y como en sus homilías, no se deja nada en el tintero.

-¿Por qué se decidió a escribir sus memorias?

-Algunos amigos que me conocen y saben que fui testigo de tantas cosas en tantos países me animaron a escribir. Me puse a ello, y me salieron cerca de 1.300 páginas, por lo que pensé que sería bueno publicar las memorias en dos partes. Una va desde mi infancia, desde que nací, a las cinco y media de la mañana del 11 de enero de 1933, hasta mi marcha de Holanda a Alemania en 1975.

-¿Qué se van a encontrar los lectores en este volumen?

-Son vivencias muy personales, familiares, los relatos de mi vida de familia y también de mi vida pastoral, lo que yo llamo acontecimientos colaterales, cosas que fueron sucediendo en los varios sitios donde estuve.

-¿Dónde empezó todo?

-Tengo que decir que soy cura un poco por cabezonería, casi por llevarle la contraria a mi hermano Saúl. Cuando éramos niños acudíamos a catequesis con don Eulogio Nicieza, párroco muy querido en Nava, y un día, hablándonos del Seminario, preguntó si alguno quería ser cura. Yo levanté la mano, y mi hermano fue para casa contándoselo a mis padres muerto de risa, porque yo siempre fui el más tarambana de los dos, y él el más aplicado. Casi por fastidiarlo me fui al Seminario con 11 años. Primero estudié en Donlebún, luego en Tapia de Casariego, en Valdediós y hasta que terminé, en 1956, en Oviedo.

-Desde pronto fue un cura viajero...

-En primer lugar estuve en San Julián de Somió como coadjutor, y en este tiempo participé junto con otros 600 sacerdotes españoles en la Gran Misión de Buenos Aires. En 1972 me trasladaron a Boo de Aller, una zona minera y la antítesis de Somió. Fue la época más feliz de mi vida sacerdotal, porque el minero se da como nadie, tiene un corazón de oro.

-Como sacerdote implicado, ¿tuvo un papel activo en la "Huelgona" de la minería de 1962?

-Si llegó la huelga a Aller fue porque yo llevé las noticias, pidiendo por los mineros en huelga en Mieres y Turón en la oración de los fieles de la misa de Domingo de Ramos. La iglesia se llenó de hombres para confirmar la noticia. Allí estuve diecisiete meses, y al marchar los mineros me regalaron una moto, una Lambretta de 150.

-También pasó por un exilio...

-De Aller me mandaron a Tapia de Casariego, donde estuve sólo un año, como coadjutor de un párroco de 84 años. Allí trabajé muy a gusto, daba clase de Religión en el instituto, me entendía muy bien con los pescadores y la gente sencilla. Pero hubo un sermón un domingo en defensa de Juan XXIII, a raíz del que me mandaron para Onís. Fue tras un artículo de prensa en el que el yerno de Kruschev atacaba a la religión católica y se insinuaba que Juan XXIII, recién fallecido, era un ingenuo. Tras el sermón, a los pocos días recibí una carta en la que se me comunicaba que había sido nombrado regente de la parroquia de Santa Eulalia de Onís. Al principio lo pasé muy mal, pensé en dejar el sacerdocio.

-¿Por qué se fue a Holanda?

-Yo tenía un amigo que estaba de capellán en Amsterdam al que fui a visitar en 1965 con otros tres sacerdotes. Viajamos durante un mes por Europa en un Seiscientos que había sido de Corín Tellado, y allí vi la labor tan fenomenal que hacía mi compañero. Por aquel entonces también pedían un sacerdote español, y me decidí. Mientras tanto tuvo lugar el Concilio Vaticano II, que fue para mí una vivencia extraordinaria, con muchas cosas que yo pensaba pero ni me atrevía a expresar en voz alta. Y a mí me animó mucho, porque entonces Holanda era el país más avanzado de la Iglesia. Fui de capellán de españoles a Zaandam, una ciudad muy industrial de 50.000 habitantes.

-¿En qué situación estaba la colonia española?

-Estaban de paso, iban a ahorrar rápido para volver, y muy pocos tenían casa. Los demás vivían en pensiones y barracas, y sobre todo eran hombres. Ahí estuve casi nueve años, y mi labor era fundamentalmente de asistente social, buscando trabajo para los que llegaban en las muchas fábricas de la zona, y también buscando casa, que era un auténtico problema con la avalancha de emigrantes que llegaban. Nuestra labor también era la de dinamizarles un poco la vida, con partidos, bailes...

-¿Por qué se fue a Alemania?

-En un viaje a Bonn en 1974 fui a visitar al delegado de capellanes de la zona, que me animó porque quedaba libre la plaza de capellán de Nuremberg. Me decidió el reto del idioma, aprender alemán. Y me atraía mucho la historia de la ciudad, así que me fui para allá en 1975. Allí estuve en la Misión Católica de lengua española con una comunidad de religiosas del Santo Ángel que me ayudaron mucho, con una comunidad de 4.000 españoles. Allí también teníamos un servicio de búsqueda de trabajo, clases en la escuela complementaria de español, clases de corte y confección... Y también una intensa labor pastoral y de catequesis.

-¿Ya tenía pensado volver a Nava a su jubilación?

-Sí, tras una serie de problemas de salud, con dos operaciones de cadera y otra de hernia discal, me pareció una gran ocasión. Regresé en 2007.

-¿Cómo encontró la Iglesia en España a su vuelta?

-Me encontré con una involución grande, no sólo en la Iglesia española, en toda ella, aunque en España estaba mucho más acentuada con Rouco como presidente de la Conferencia Episcopal. Ahora mismo la figura del Papa Francisco me está dando una gran esperanza, es como volver al Concilio Vaticano II. Ahora va a haber un sínodo sobre las familias que me parece que va a ser fundamental. La Iglesia tiene que dar respuesta a una serie de problemas muy gordos, como es el caso de los divorciados vueltos a casar. La Iglesia tiene que volver a ponerse otra vez al día. Juan XXIII pretendía abrir una ventana en el Vaticano para que entrara aire fresco, y este Papa pretende lo mismo.

-¿Hay aún mucho elemento inmovilista?

-Sí, muchísimo, es tremendo. Yo pienso que la etapa de Rouco fue nefasta para la Iglesia, fue querer volver atrás, y de hecho así ha sido. La Iglesia tiene que estar mucho más abierta a los no creyentes, a los cristianos de otras iglesias, a los creyentes de otras religiones, de las que tenemos mucho que aprender.

-También habrá que afrontar el yihadismo...

-Estoy horrorizado, que en nombre de Dios se pueda matar es una auténtica blasfemia. El Papa ha hecho varios gestos, como invitar a judíos y a palestinos a rezar en Roma. El trato con los musulmanes es muy difícil porque entre ellos mismos están tan divididos como los cristianos, pero se llevan a matar, y no hay una autoridad mundial que diga que no se puede matar en nombre de Dios.

-¿Sigue pensando que el celibato debería ser opcional?

-Por supuesto. Yo estoy muy contento de haber elegido el camino del celibato, pero también los sacerdotes casados de otras iglesias, como la luterana o la calvinista, hacen una gran labor. Y soy un gran partidario del sacerdocio de la mujer, cuando las mujeres han conquistado todos los puestos de la sociedad civil. Es un anacronismo que no se plantee el sacerdocio de la mujer.

-¿Cómo le gustaría que fuera la Iglesia del futuro?

-Que sea una fraternidad, con gran libertad, porque uniformidad no es lo mismo que la unidad. Y debe ser una Iglesia de los pobres y para los pobres, donde todos se sientan a gusto. También debe saber acercarse a la gente joven, tiene que ser una Iglesia con una juventud entusiasta. Para ello es muy importante ponerse al día en el lenguaje, volver a la esencia del cristianismo, salir a la calle. A la gente hay que buscarla donde está.