Felipe de Borbón celebró ayer en Boal las bodas de plata del premio al "Pueblo ejemplar" de Asturias con la entrega de su primer galardón como Rey de España. Lo hizo en una jornada que reconoció "especial" por este hecho y en la que, tomando como ejemplo a los miles de emigrantes de este concejo occidental -"que se fueron para mejorar la vida de los que quedaban aquí"- llamó a "tener siempre esperanza" y advirtió de que "lo peor para una sociedad no son los fracasos, sino que no haya iniciativas o proyectos que hagan soñar".

Tanto Felipe VI como la Reina Letizia se mostraron muy cercanos a unos vecinos que les aclamaron constantemente y a los que saludaron casi uno a uno, durante un largo y soleado paseo por las calles de la villa, en el que se les vio sonrientes, relajados y especialmente atentos con los niños y con las personas mayores. Sin prisas. Y aunque ausente, la princesa Leonor también tuvo su cuota de protagonismo. Fue porque así lo quiso su padre. El Rey arrancó su discurso felicitando a los boaleses por la distinción en nombre propio, en el de su esposa y también en el de su primogénita. A continuación, tras reconocer que "nos acordamos mucho de nuestras queridas hijas", aseguró que "Leonor -la Princesa de Asturias- sabe igual que su hermana, la Infanta Sofía, que nuestra vinculación con esta tierra es muy intensa, por tantas razones personales e históricas".

A un paso del parque y del conjunto escultórico que recuerda a los muchos hijos de esta tierra que se vieron empujados a la emigración, Don Felipe tuvo palabras de homenaje para "los que tuvieron que irse muy lejos con la ilusión de forjar una vida mejor". Su "generosidad y esfuerzo", así como su "actitud altruista", afirmó, es lo que ha hecho que prenda ese "gusto por el trabajo compartido y por el asociacionismo" que justifica la distinción entregada ayer a la comunidad vecinal del concejo.

"Incluso los mayores sacrificios se hacen con más impulso si se comparten no solo los éxitos sino también las dificultades", subrayo el Monarca, quien emplazó a los boaleses, y también al conjunto de la Asturias rural, a estar "orgullosos" de "mantener una forma de vida de la que han nacido casi todos nuestros valores". Se trata, indicó, de "un modo de convivencia basado en la honradez, el trato continuo, el afecto, el hacer honor a la palabra dada y la solidaridad, a la vez que el respeto a la naturaleza y el vivir en armonía con ella".

Y es que si, para el Rey, "una sociedad se define por los valores que defiende", vecinos de municipios como Boal son, a su juicio, "verdaderos protagonistas y dueños de su futuro". Y ello por "rechazar la destrucción del paisaje y la búsqueda del provecho inmediato, y trabajar para encontrar el equilibro entre el progreso y el bienestar". Un futuro que el Monarca también prefiere "con aire limpio, con bosques defendidos de las llamas, con el agua de los ríos pura, y con la flora y la fauna autóctonas protegidas".

El discurso de Felipe VI tras la entrega del premio supuso el punto culminante de una jornada que los boaleses no olvidarán. La localidad se despertó temprano para acicalarse y dar los últimos retoques a unas calles que brillaron como nunca. En Casa Labayos, en pleno centro de la localidad, se palpaba la impaciencia vecinal bien de mañana, entre cafetinos y pinchos. Afuera, los empleados de la Fundación Princesa de Asturias repartían banderitas. De repente, estruendo de helicópteros. "Ya llegan", grita alguien.

Tras aterrizar a las afueras, los Reyes llegaron en coche al centro de Boal a las doce y diez del mediodía, con ligero retraso sobre el horario oficial. Allí, con el acompañamiento de la banda de gaitas "Brisas del Navia", de Medal, fueron recibidos delante de la indiana Casa Sanzo, de 1922, por el presidente del Principado, Javier Fernández; el delegado del Gobierno, Gabino de Lorenzo; el alcalde del concejo, José Antonio Barrientos, y el presidente de la Fundación Princesa de Asturias, Matías Rodríguez Inciarte, entre otras autoridades. También les dieron la bienvenida en nombre de los boaleses los niños Elías Quintana, de cinco años, y Verónica Alonso, de tres, ataviados con el traje regional.

Antes de continuar con el saludo al resto de la Corporación local y a los alcaldes de otros concejos, los Monarcas ya se acercaron a estrechar las manos de los cientos de vecinos que hacían guardia en la zona, detrás de las vallas de seguridad, desde dos horas antes de su llegada. Fue la constante de la visita. Los Reyes "sudaron la camiseta" ante el pueblo en una mañana magnífica en lo meteorológico e inolvidable en lo emocional. Doña Letizia acarició y cogió a varios pequeños en brazos. Don Felipe bromeó con los jóvenes y apretó las manos de cientos de personas, enfervorizadas por la cercanía de unos Reyes que accedieron a firmar fotografías e, incluso, se hicieron "selfies" con varios chavales. No hubo ni un solo momento de tensión, pese a que el protocolo saltó por los aires varias veces. Por ejemplo, para que los Monarcas entrasen en la oficina de Correos de la villa, donde reposaba Aquilina Barrero, una mujer de 84 años que había sufrido poco antes una lipotimia, mientras aguardaba a los Reyes. Le parecieron "guapísimos".

La primera parada del recorrido oficial fue en el histórico lavadero de la localidad, construido por la Sociedad de los Naturales del Concejo de Boal en La Habana y reconvertido en centro de interpretación. Varias mujeres, entre ellas Ilda González, mostraron a los Reyes como se lavaba la ropa antiguamente. Un poco más allá, en plena calle, los Monarcas asistieron a una demostración de forja y trabajo con el hierro dirigida por Francisco Piu, conocido popularmente como Pancho, un octogenario con el que Doña Letizia se mostró especialmente cariñosa: le acarició la cara para despedirse. La comitiva, lentamente y entre vítores, acometió el tramo final del recorrido hacia la plaza del Ayuntamiento, donde Felipe VI entregó el premio "Pueblo ejemplar" a Amparo Díaz, de la Asociación Cívica Naturales, Vecinos y Amigos de Boal, en representación del movimiento vecinal del concejo. Habló el Alcalde y habló Gloria López Trelles, en nombre de los boaleses para agradecer un galardón "dulce como nuestra miel". También lo hizo el Rey y cerró el acto el coro de Boal con el Asturias Patria Querida, mientras Felipe VI animaba a los presentes, incluida su esposa, a sumarse a la interpretación. Hubo aplausos especialmente emotivos tras las alusiones de los boaleses a Don Juan Carlos y a Doña Sofía. Y también cuando el Rey pidió que acercaran al escenario a un niña en silla de ruedas.

Por un estrecho pasillo humano, los Reyes accedieron al parque de la Emigración, donde descubrieron una placa conmemorativa, fijada en un monolito de granito extraído de la montaña del concejo. Está justo al lado del conjunto escultórico que recuerda a los boaleses de la diáspora y que llamó especialmente la atención de Doña Letizia. La Reina escogió para la ocasión look casual, con traje de chaqueta a la cintura, pantalón recto y blusa en tonos lavanda. La sorpresa la dio con los complementos: zapatos masculinos, tendencia de temporada, y cinturón en tonos azules, a juego con el traje.

La comitiva real se desplazó en coche a la casa de la apicultura, donde los Reyes conocieron la cultura de la miel, producto estrella del concejo. Luego, pararon en las Escuelas Graduadas, erigidas en 1934 y símbolo de la filantrópica labor de la Sociedad Naturales de Boal en La Habana, entidad que sufragó 21 centros educativos. "Un hecho único en la historia de Asturias y digno de todo elogio", valoró Felipe VI. Tras departir y fotografiarse con los escolares, los Monarcas cerraron su estancia en el concejo compartiendo un almuerzo con los vecinos. El menú, contundente: caldo de rabizas, carne con patatas, requesón con miel y venera, postre típico de la zona. Se fueron los Reyes y cayó la tarde sobre Boal. Lo pudo parecer, pero no fue un sueño.