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El aplastamiento de la Revolución del 34, ¿un ensayo para la Guerra Civil? (y 2)

Bombardeos indiscriminados y lucha sin reparos

Los militares encargados de sofocar la rebelión, que luego se alzarían en 1936, actuaron en Asturias como si estuvieran en el extranjero y ante un enemigo al que destruir para que no volviese a actuar

Bombardeos indiscriminados y lucha sin reparos

El periodista catalán Josep Pla vino a Asturias a informar de lo ocurrido durante la revolución de octubre para el periódico "La Veu de Catalunya". Su primera crónica asturiana fue publicada el 24 de octubre de 1934 y escrita cuando todavía no se había sofocado la revolución. Antes de relacionar las destrucciones que observó a su paso por Oviedo, escribió: "Regreso a Oviedo aterrorizado por el aspecto que presenta la ciudad. No creo que la lucha civil entre ciudadanos de un mismo pueblo haya llegado nunca al extremo que llegó aquí. Son los mismos espectáculos de la guerra europea".

Esa comparación con la guerra europea de 1914-1918 resulta llamativa. No hay ninguna duda de que la principal culpa y responsabilidad de lo sucedido en octubre de 1934 corresponde a quien protagonizó la revuelta, pero ello no debe impedir que se examine también el comportamiento de las fuerzas encargadas de sofocarla. Y éstas actuaron en Asturias como si estuvieran en un territorio extranjero y ante un enemigo al que había que destruir para que no volviera a tener ni tentación ni posibilidad de volver a actuar.

La declaración del "estado de guerra" y la concesión por parte del ministro de la Guerra de los máximos poderes al general Franco, tuvo unas consecuencias no previstas por algunos miembros del Gobierno, que se habían opuesto a que se le nombrara jefe del Estado Mayor en lugar de Masquelet. Según Paul Preston, biógrafo de Franco, "carente de las consideraciones humanitarias que inducían a algunos oficiales superiores más liberales a dudar de utilizar todo el peso de las fuerzas armadas contra civiles, Franco abordó el problema que tenía ante él con gélida crueldad". Sin duda, si la dirección de las operaciones hubiera estado en manos del personal propio del Ministerio de la Guerra, el discurrir de los acontecimientos hubiera sido otro.

Sin ninguna consideración a que los que estaban enfrente eran compatriotas, Franco dio orden personalmente desde su teléfono en Madrid al crucero "Libertad" para que bombardeara el barrio de Cimadevilla en Gijón, lo que éste empezó a hacer en la noche del 7 al 8 de octubre. El cañoneo se prolongó a lo largo de todo el día 8. Los proyectiles, de gran calibre, impactaron en varios edificios y ocasionaron grandes desperfectos. Varias casas de la calle Santa Catalina se derrumbaron y otras viviendas del barrio quedaron medio destrozadas. Un proyectil impactó en la Fábrica de Tabacos, y otros en la torre de la iglesia de San Pedro y en el edificio del Ateneo. El bombardeo fue totalmente indiscriminado, pues en el barrio continuaban en sus casas sus habitantes, con mujeres y niños, y por muy simpatizantes que pudieran ser de la revolución no todos eran revolucionarios luchadores. Al oscurecer del día 8, toda la población de Cimadevilla, según relato del teniente coronel Moriones, comandante militar de Gijón, "vino hacia el casco de la población con banderas blancas", siendo detenidos todos los hombres y encerrados en la Iglesiona.

Tampoco dudó Franco en ordenar el bombardeo indiscriminado de la aviación tanto en Oviedo o la zona de Campomanes-Vega del Rey, donde había lucha, como a las poblaciones de la cuenca minera en las que no había ningún combate. En los primeros días, los aviones de la base de la Virgen del Camino de León sobrevolaron Oviedo y otras zonas sin realizar ningún ataque. El jefe de la base era Ricardo de la Puente Bahamonde, primo de Franco, al parecer de ideas republicanas, y fue fulminantemente destituido por su primo el 7 de octubre. Su lugar fue ocupado por el teniente coronel Antonio Camacho Benítez, que el 8 llegó en un avión a León e inmediatamente se hizo con el mando. A partir de este cambio en la dirección, los aviones de la base leonesa comenzaron un sistemático bombardeo. En la orden de operaciones para el 9 de octubre se establecía como "objetivo principal del día, centralizado en la población de Mieres, en concreto su ayuntamiento y las casas modestas, donde se presumía que estaban apostados los rebeldes". Ese día, la aviación causó varios muertos en Mieres, en céntricas calles, como la de Ramón y Cajal, a unos metros del Ateneo Popular, donde una bomba mató a nueve personas e hirió a catorce. Otras bombas ocasionaron varios heridos y grandes destrozos. Toda la población hubo de buscar refugio en sótanos o en la bocamina del Peñón, situada al comienzo de la calle Manuel Llaneza.

En Oviedo, el 10 de octubre, un avión lanzó dos bombas sobre la plaza del Ayuntamiento y ocasionó nueve muertos y una veintena de heridos. La Fábrica de Armas de la Vega fue literalmente arrasada por la aviación, antes de ser asaltada por las fuerzas de Yagüe. Seis aparatos participaron en la acción y un trimotor dejó caer varias bombas que causaron los mayores destrozos en las instalaciones fabriles, cuando ya los revolucionarios se habían retirado.

Los revolucionarios en su lucha por conquistar Oviedo no dudaron en volar o quemar lo que dificultaba su avance, pero tampoco las fuerzas gubernamentales tuvieron ningún reparo en llevar por delante cualquier edificio que entorpeciera su labor. El teatro Campoamor fue quemado por las fuerzas que defendían el cuartel de Santa Clara (actual edificio de la Delegación de Hacienda). El edificio del periódico "Avance" fue incendiado por soldados enviados desde el cercano cuartel de Santa Clara, cuando ya no había nadie allí. El monasterio de San Pelayo fue incendiado por las fuerzas que defendían el Gobierno Civil, instalado en la calle de San Juan, y el edificio de la Audiencia comenzó a arder nada más dejarlo los defensores gubernamentales. Su ocupación por los revolucionarios hubiera supuesto la inmediata caída del Gobierno Civil. ¿Quién provocó el incendio?

Los revolucionarios quemaron el palacio episcopal para poder atacar a los tiradores de la torre de la Catedral, pero quienes la convirtieron en campo de batalla ese lugar sacro fueron las fuerzas gubernamentales. Con el objetivo de desalojar a éstas del privilegiado emplazamiento de la torre, fue volada la Cámara Santa. La Universidad fue incendiada, con casi total seguridad, por el impacto de una bomba sobre el ala del edificio que da a la calle Ramón y Cajal, tras ordenar López Ochoa que se bombardeara la plaza del Ayuntamiento, situada a poco más de 100 metros en línea de aire de donde cayó la bomba. En "Campaña militar de Asturias en octubre de 1934", López Ochoa cuenta que durante la mañana del día 13 de octubre, fue informado por "el coronel Comandante Militar que según las noticias que hasta él llegaban, los revoltosos se disponían a defenderse vigorosamente en el Ayuntamiento y Plaza de la República, donde estaban haciendo barricadas para defenderlas a todo trance. Como a media mañana se presentara una escuadrilla de aviones, les ordené que bombardearan la citada Plaza, como así lo efectuaron". A esa misma hora, según cuenta Aurelio de Llano en "Pequeños anales de quince días", "los vecinos de la Plazuela de Riego oyeron una pequeña explosión en la Universidad, y poco después comenzó a arder por varios puntos a la vez". El estado en el que quedó el edificio universitario deja ver cómo a través del tejado el fuego se extendió a todo el inmueble.

El apaciguamiento de la insurrección asturiana pudo abordarse de otra manera. Es ilustrativo a este respecto el enfrentamiento habido entre el general López Ochoa y el teniente coronel Yagüe, después de que el primero decidiera aceptar las condiciones pactadas con Belarmino Tomás y entrar en las cuencas mineras en son de paz. Algunos de los historiadores que se han ocupado de los episodios asturianos de octubre de 1934 resaltaron la cautela con la que López Ochoa obró desde que se hizo dueño de Oviedo. Francisco Aguado, historiador de la Guardia Civil, se interroga sobre el por qué de su actuación. "Extraña grandemente que con el correr de los días las decisiones de López Ochoa, al principio todo audacia y temeridad cuando los peligros fueron mayores, se vuelven todo prudencia y desconfianza cuando la revuelta está virtual y definitivamente liquidada". Como explicación, en nota a pie de página, considera la condición de masón del grado 33 de López Ochoa.

La víspera de la marcha sobre las cuencas mineras del ejército se produjo en el despacho de López Ochoa, en el cuartel de Pelayo, una violenta discusión entre el general y el teniente coronel Yagüe, disconforme con el pacto a que había llegado con Belarmino Tomás. Ni López Ochoa ni Yagüe contaron nada. Lo hizo Joaquín Arrarás ("La revolución de octubre"), que cita directamente a Yagüe. Según Arrarás, López Ochoa estaba atado por sus convicciones masónicas. "De ahí sus vacilaciones, sus conflictos íntimos, sus deseos de componendas, su inteligencia con el enemigo y el pacto". Yagüe fue a recriminarle, manifestando que había fuerzas suficientes para realizar la ocupación, y en un momento de la discusión, según el propio teniente coronel, "llegué a empuñar la pistola ya sin seguro". Entonces, "López Ochoa avanzó hacia mí airado. Fue un instante gravísimo. La agresión personal parecía inminente, pero se reprimió haciendo un gran esfuerzo, y me dijo: 'Salga usted de mi despacho'. A la orden, mi general, respondí cuadrándome, pero no olvide que aquí no sólo hemos venido a combatir, sino a velar por las leyes que el Gobierno nos ha encargado defender".

Finalmente, cabe preguntarse ¿si los mismos militares que se levantaron en julio de 1936, no ensayaron en Asturias en octubre de 1934 lo que sería la posterior guerra civil?

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