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El crudo invierno en la región | LA NUEVA ESPAÑA vive el temporal con los vecinos de un pueblo de Somiedo aislado

El rugido del silencio

La inquietante tranquilidad de un lugar turístico, los carámbanos horizontales y otras paradojas de la invernada en Valle de Lago

El rugido del silencio

Dicen que lo dijo Miles Davis, músico de jazz. "El silencio es el ruido más fuerte, quizás el más fuerte de los ruidos". Puede que sea cierto, porque en Valle de Lago esta semana el ruido del silencio llamaba la atención. El rugido del silencio pone en guardia incluso a los nacidos y crecidos aquí, también a los que han visto nevar muchas otras veces, aunque sea verdad que acaso nunca tanto como ésta. "Mira, no se oye nada". La callada quietud perfecta, que ha enmudecido hasta a los pájaros, inquieta en el valle tanto o más que las violentas acometidas de un viento frío cargado de nieve que visto desde dentro de casa es un humo blanco que azota los cristales y al salir corta. Corta, ciega, mueve nieve de un lado a otro y desplaza incluso los gruesos carámbanos que cuelgan de las cornisas, que en algunos sitios han cedido a la fuerza del aire, han perdido su verticalidad y se han convertido en unas raras estalactitas heladas horizontales.

En el corazón del parque natural de Somiedo, sin miedo, aislados entre la nieve, "empotrados" en el temporal debajo de más de metro y medio de manta blanca irregular medida a ojo, puede que lo más insólito sea para los vecinos ese silencio perfecto, tal vez porque aquí este sosiego sobrecogedor pone el extraño contrapunto al bullicio de otras épocas, al movimiento que sacude a este pueblo que tiene dos hoteles y más plazas de alojamiento que habitantes, al atractivo que "El Valle" se ha acostumbrado a rentabilizar en la temporada alta del turismo de naturaleza. Aquel silencio es solamente una de las alteraciones, la primera de las paradojas que el visitante percibe al llegar a un lugar alterado por la nevada, hermoso de otra manera, casi irreconocible para el montañero que haya parado aquí antes de caminar hasta el Lago del Valle en la tibieza del verano.

"Un santo". Ellos todavía no lo saben, pero los niños en edad escolar de Valle de Lago han agotado su último día de clase de la semana a eso de las cuatro y media de la tarde del martes. Ya no podrán volver a bajar al colegio de Pola de Somiedo. En el pueblo se ha ido la luz justo cuando descendían del todoterreno blanco que los los ha subido con alguna dificultad por la carretera nevada que parte de la capital del concejo. Nieva sin intención de parar desde hace días, pero ellos aún no se han cansado de la nieve. Se tiran bolas, horadan montañas para hacer una especie de iglú. Iván Díaz, siete años, se tiende boca arriba a la puerta de su casa y agita los brazos para que, al levantarse, quede impresa en la nieve virgen una silueta como de ángel. Dice que ha hecho "un santo".

El resplandor. No hay luz eléctrica, y sin ella, durante prácticamente un día entero también faltarán la calefacción y el agua caliente, la cobertura de los móviles y casi toda la posibilidad de comunicación. La "fiebre de la cabaña" es el trastorno psiquiátrico que sufre Jack Torrance (Jack Nicholson), protagonista de la película "El resplandor", al quedar atrapado entre la nieve en un hotel de montaña. El desorden que causa el aislamiento no llegará a tanto aquí, cuando la reclusión sobreviene entre la gente en un pueblo generoso y hospitalario acostumbrado a recibir visitantes, pero resplandor sí hay. Cuando cae la noche y unas horas después arranca un apagón de diecisiete horas que extingue el alumbrado público, la luna llena se las arregla para encontrar hueco entre la espesa capa de nubes y hace que la nieve reluzca, iluminando la callada noche somedana con una rara claridad blanquecina. A su manera, la naturaleza ha hecho la luz en mitad del apagón.

Con velas, en vela. La calefacción es eléctrica, la electricidad no vendrá en toda la noche del martes al miércoles y así va a costar dormir. La estufa de leña, el único calor disponible, durará lo que la leña, hasta media madrugada, y salir a palear nieve para buscar más en plena noche con la temperatura desplomada a bajo cero no es una opción. Ni siquiera cuando una ráfaga de aquel viento congelado abra de golpe una ventana. Los poco habituados al gélido invierno somedano van a tener que dormir vestidos. Vestidos, abrigados y muy quietos, sin moverse del sitio caldeado de la cama. Despertarán intermitentemente, de puro frío, con la nariz y la cabeza heladas. No saben lo que vale la electricidad hasta que la pierden, hasta que sientan el alivio desconocido de ver encenderse de pronto una luz cuando ya empezaba a agotárseles la paciencia.

Panadería extrema. Valle de Lago ha quedado a merced de las posibilidades de ascenso que tenga la máquina quitanieves del Ayuntamiento de Somiedo. El martes quedó claro que la necesitan para salir. El miércoles no ha podido llegar a los barrios altos de la localidad. El jueves y el viernes ya le cuesta alcanzar el cartel que señaliza la entrada del pueblo. No pasará de ahí. Carretera arriba, no obstante, es difícil que la nieve detenga el todoterreno de Carlos Cano, el panadero de la Pola, que se las ingenia para llegar casi siempre y algún día antes incluso que la pala quitanieves. Una vez que su claxon ha quebrado el silencio blanco de Valle de Lago, cuenta que ha venido primero hasta aquí, que le ha costado y que a continuación tratará de abrirse camino hasta el valle de Saliencia. So, miedo.

La paciencia. En una semana que tuvo nieve desde La Raya, en San Isidro, hasta la playa, en San Lorenzo, los que viven a 1.200 metros de altitud no podían esperar que escampara. "Sabemos dónde estamos, antes los temporales y la incomunicación duraban semanas", comenta Carlos Cobrana, ganadero. Su buena cara al mal tiempo no se alterará ni siquiera a última hora del viernes, cuando una enorme avalancha de nieve irrumpa de pronto, tirando tabiques y ventanas, en la gran cuadra elevada sobre la entrada de Valle de Lago donde guarda cerca de un centenar de vacas y terneros. Sin más daños que los materiales y el susto, él se resigna, sabe lo que hay: "Son las cosas que pasan con la nieve".

De nieve hasta el gorro. La máquina quitanieves tiene el espacio justo para pasar por la estrecha carretera que atraviesa Valle de Lago, que se ha vuelto aún más angosta desde que a los lados hay unas elevadas montañas hechas con la nieve que ha ido amontonando la pala. En lo que queda de la calzada ya sólo cabe ella y el caminante que va en dirección contraria se ha quedado sin sitio para apartarse. Trepa por la pequeña ladera nevada y queda de nieve casi hasta el gorro. Saldrá del entierro si le echan una mano, literalmente.

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