El "permanente aplazamiento" del engarce de la Asturias metropolitana, que abarca sin juntarlos a 800.000 habitantes, está costando dinero. Lo dice el análisis del profesor de la Universidad de Oviedo Fernando Rubiera Morollón, que ha medido en términos de productividad la potencialidad desaprovechada y ha concluido, imaginando una ciudad unificada y bien planificada donde sólo hay una población desarticulada y dispersa, que la productividad del centro urbano asturiano está "un 15 por ciento por debajo" del nivel que podría alcanzar si se gestionara como una urbe única. Articulándose y vertebrándose "tiene margen para crecer en esa proporción tan brutal". Podría ascender en el ranking del rendimiento urbano hasta codearse con Zaragoza o Bilbao, con "referentes inmediatos" que lo son por tamaño y de los que Asturias vive productivamente retrasada.

Rubiera, profesor de Economía Aplicada en la Universidad de Oviedo, recorrió ayer el área metropolitana central de Asturias a instancias del Colegio de Arquitectos y acompañando su perspectiva de economista con la del arquitecto Enrique de Balbín. Llegaron juntos a varias conclusiones comunes y una de ellas, escuchada en la voz de Rubiera, dice que renunciar a exprimir la enorme potencialidad del centro urbano ya está haciendo, ahora mismo, "que nuestras empresas estén compitiendo en desigualdad de oportunidades". Porque lo que se está aplazando desde hace décadas en Asturias es la posibilidad de articular un "mercado integrado" real de 800.000 personas, y eso, equivalente a estructurar una gran ciudad homogénea, permitiría cobrar beneficios en términos productivos que el economista enumera asegurando que en las grandes urbes "la especialización es más alta", que "pueden coexistir actividades diversas" que además de competir cooperan y que se dan procesos de "derramamiento de conocimiento" y "abaratamiento de los costes de reclutamiento" explicados muy simplemente: "En un área grande abundan los profesionales de todo tipo". Cuando crece el espacio urbano, por lo demás, se multiplican hasta los intangibles, como "la potencia creativa de las ciudades", que tiene la frontera del gran salto situada "en el medio millón de habitantes". A más gente bien integrada, resume, más oportunidades, Más alternativas de futuro que Asturias está desperdiciando.

Y el tiempo que sigue pasando sin acometer la tarea es tiempo perdido. Y los riesgos se multiplican mientras las autoridades renuncian a dar el paso definitivo. Asiente Rubiera a una objeción que se ha puesto a sí mismo: es cierto que en algún sentido este proceso se va haciendo por sí solo, que la gran ciudad del centro de Asturias se ha ido configurado por la fuerza de los hechos yla proximidad de los ejes que configuran esta "metrópoli policéntrica", pero "esto es como un río", opone él. Un río fluye solo, "pero si no pongo cauces, va a ir por donde le apetezca".

También tiene el economista su propia idea sobre el procedimiento y la hoja de ruta que ha de seguir la articulación urbana del centro de la región. Una vez delimitada, su "piedra angular" ha de ser "un plan de ordenación del territorio" a esa escala, un proyecto "serio y coherente" que se parezca mucho a una "estrategia común" y establezca con claridad dónde van las zonas residenciales o en qué zonas el espacio industrial. El paso siguiente sería "dotar de contenido político al nuevo espacio" para evitar duplicidades y articular una hoja de ruta coherente. Concretando, ampliar el ejemplo de gestión integrada de los consorcios que ya existen y funcionan, "como Cadasa o Cogersa", y además conseguir "un desarrollo serio" del de transportes, y "políticas sociolaborales, culturales y turísticas integradas" y... Total, gestionar juntos en lugar de separados, sabiendo que si todo eso se hubiera hecho en los años sesenta, imagina Rubiera, "la universidad hoy estaría en un solo lugar y sería una institución potente, tendríamos un mapa de infraestructuras más claro y habríamos despilfarrado menos en parques tecnológicos que no acaban de arrancar".

En su turno, el arquitecto Enrique de Balbín había construido ya un alegato a favor del poblamiento híbrido entre el compacto y el disperso que caracteriza a la Asturias metropolitana. Según su criterio, en esta región "pluripolar" y "multimodal", donde casi siempre hay muchas posibilidades de "ver el monte al final de la calle", se agradece "la buena convivencia de esas dos realidades, pero hay que jerarquizarlas, ordenarlas". Su defensa del vehículo privado no obstaculiza el argumento que reconoce que en la articulación urgente del centro urbano "necesitamos transporte colectivo", o que "la 'Y' en la carretera no se acompaña con la 'Y' del ferrocarril. El tren está mal enfocado filosóficamente", afirma, "y nos gastamos 2.000 millones en un AVE estupendo cuando con 800 resolveríamos los problemas que de verdad tenemos: la mejora de las cercanías, el metro de Gijón, la ronda norte de Avilés, el enlace de Renfe y Feve..." Por no hablar de los "mastodontes" de suelo industrial vacío o de una pregunta sin respuesta: "¿Por qué desbrozamos kilómetros cuadrados de buena tierra sin saber qué vamos a poner encima?"

La jornada en el Colegio de Arquitectos, primera de una serie de cinco, se cerró con la exposición de Salvador Rueda, director de la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona, que desgranó los ensayos de un modelo urbanístico basado en la "supermanzana", una nueva "célula urbana" en cuyo interior se reduce al mínimo el tráfico motorizado y el aparcamiento en superficie y se da absoluta prioridad a los peatones.