Benjamín Ruisánchez tiene una fecha grabada en el corazón: el día que empezó a dar clase en las escuelas Selgas. Corría el año 1978 y él era joven y entusiasta. Trabajar en El Pito "suponía un orgullo" porque el centro tenía una sólida trayectoria. Las escuelas fundadas por la familia Selgas habían sido una referencia a nivel regional y nacional. Y estaban llenas de lo que este vecino de Cudillero llama ahora "espíritu Selgas". Es decir, "el entusiasmo de pertenecer a una comunidad que luchaba desde principios de siglo por extender la educación y contra el analfabetismo".

Cuando Ruisánchez empezó a trabajar, el centro tenía dos aulas de 30 y 42 alumnos. "Un gran número para la época", destaca. Él guarda los recuerdos en forma de papel. Ha logrado hacerse con los estatutos del centro (firmados por el fundador), tiene múltiples fotos antiguas y todos los trabajos que hicieron parte de los alumnos. También la mítica revista con la que la comunidad educativa daba cuenta de su trabajo: "Una época intensa en lo profesional y muy importante en lo personal". Hace años, los antiguos alumnos de la escuela de Selgas se reunían para recordar aquellos tiempos en los aprendieron y jugaron juntos. "Pero desgraciadamente ese espíritu ha ido poco a poco a menos", destaca el maestro.

Hoy, son los exprofesores que residen en Asturias los que mantienen el contacto. Y, por eso, Ruisánchez conoce muy bien a una antigua maestra del colegio Selgas, María Noriega. Esta mujer, vecina de El Pito, puso su primer pie en las escuelas en 1962. Lo primero que se le viene a la mente es el sorteo que se celebraba, todos los meses, entre los alumnos de cada aula. Podían ganar un juguete y 25 pesetas. "Se hacían cosas muy especiales como ésta", relata. "Cosas que entusiasmaban a los niños", añade. En aquellos años, había cinco aulas y unos 40 alumnos por clase. "Es decir, cinco profesores atendíamos a tantos alumnos como ahora lo hacen 40", destaca Noriega.

Cuando este mujer de El Pito trabajaba en el colegio, todos los profesores (o maestros, como a ella le gusta decir) tenían una paga extra, una especie de bonificación de la que se encargaba el patronato, que tenía su máximo representante en la familia. También había otras muchas motivaciones para el alumnado y los profesores. El jueves, no faltaba el cine, una forma de transmitir cultura más allá de las lecciones de los libros. "Recuerdo ver las películas 'del gordo y el flaco' (por los actores Oliver Hardy y Stan Laurel)", dice Noriega.

Los alumnos tenían gratis hasta el lapicero. Todo el material estaba timbrado con el nombre de las escuelas Selgas y no había que hacer depósito alguno por adquirir los libros. En los años sesenta, se incorporó el transporte escolar, una iniciativa pionera en la región y que evitó que los matriculados en el centro se mojaran de camino a la escuela. "A la gente le gustaba venir al colegio por las ventajas que tenía; todo eran beneficios, una maravilla", apunta Noriega.

En el centro, no faltaban las celebraciones. Había excursiones cada año, meriendas y juguetes en Navidad, con la "llegada los Reyes Magos". El 25 de julio, el día de Santiago, se reunía a los alumnos y se rifaba una xata. También había merienda. "Hasta las chocolatinas tenían el logotipo de la familia. Todo un lujo al alcance de muy pocos centros en España", destaca esta profesora jubilada. A los doce años, los escolares tenían la oportunidad de matricularse en la contigua escuela de Comercio.

Alberto Castellano es hoy profesor del instituto. También fue alumno. "Recuerdo que la gente iba contenta a la escuela", asegura. "Entonces, todo era muy diferente. Había gran complicidad entre todos, el colegio nos unía", añade. Este especialista da clase ahora a nietos de antiguos escolares del colegio Selgas. La mayor parte sabe de dónde viene todo aquello. El centro explica a los alumnos el origen de estas escuelas, que nacieron para ofrecer más cultura en un momento difícil. "Ahora estamos dentro de la red de institutos, somos uno más, pero con una gran historia", destaca el profesor. Cerca del centro, un monolito recuerda a los hermanos Ezequiel y Fortunato de Selgas. Tiene grabado un lema: "Facilitar la cultura es hacer patria". También se conserva, cerca y en perfecto estado, el palacio en el que vivió la familia, tutelado por la Fundación Selgas-Fagalde.