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Un patrimonio en peligro y en el olvido

La cal que levantó Asturias

La declaración como bienes de interés cultural de 31 hornos tradicionales rescata una joya etnográfica que aportó materia prima de albañilería y abono durante siglos

Interior del caleiro La Sorpresa, en Vegadeo. CONSEJERÍA EDUCACIÓN Y CULTURA

Los hornos de cal levantaron Asturias durante siglos. Los más veteranos de determinadas zonas rurales de la región aún los recuerdan humeantes. De aquellas tripas salía la materia prima para la elaboración de morteros y para el abono de tierras. La huerta y la casa, alimentadas por los hornos que requerían cantera de piedra y combustible en forma de leña de monte bajo. El tercer ingrediente, el tiempo.

La mayoría de los cientos de hornos de cal que funcionaron en Asturias está hoy perdida. Muchos de los que quedan lo hacen en precario, comidos por la vegetación. El Principado acaba de seleccionar un grupo de 31 ejemplares de quince concejos asturianos para convertirlos en bienes de interés cultural (BIC). A partir de ahora gozarán de protección.

Y no es para menos. En ellos reposa un trozo de la historia de la región. El uso intensivo de la cal explica la proliferación de caleros (también conocidos como caleiros o caileros). El expediente de declaración de bien de interés cultural, publicado esta semana en el BOPA, explica que había caleros en casi todo el territorio asturiano aunque "existían zonas de notable concentración, como la ría del Eo, los valles de Cangas del Narcea y Tineo, la ría de Villaviciosa o el concejo de Llanes". Tan solo en este último municipio, el catastro del Marqués de la Ensenada cita a mediados del siglo XVIII un total de 177 hornos.

Hermano pobre

Son un elemento etnográfico de primer orden pero no han corrido la misma suerte que otros. De hecho son los grandes olvidados a pesar de que resultaron básicos en el devenir cotidiano del campo astur en época preindustrial.

El abandono de su utilización fue progresivo, se inició en el siglo XIX y se consumó a mediados de los años sesenta del siglo XX. Es en esa década cuando se generaliza el uso del cemento portland y el rápido despoblamiento del campo. Desde entonces la mayoría de los hornos de cal marchitan en soledad.

Hay excepciones. El inventario de la Consejería de Cultura se inicia con el expediente al Caleiro d'A Cruz, en la parroquia de Ouria. Es concejo de Taramundi pero está muy cerca de Vegadeo, a pie de carretera y señalizado. Planta circular, forma abotellada, altura de más de cinco metros y en un entorno que permite la visita. Fue construido hacia 1930 y está documentado que se mantenía en actividad a mediados de los cincuenta. Funcionaba con carbón de cok que era transportado a lomos de mulas desde Vegadeo, y hoy forma parte de un área recreativa.

De las 31 nuevas referencias BIC tan solo seis merecen para los técnicos la calificación de "buen estado". La mayoría se queda en "aceptable", muchos no pasan de "deficiente" y alguno entra de lleno en la clasificación de "ruina".

Entre los que parecen consolidados y a salvo se encuentran el caleru de El Pedroco, en Deva (Gijón); el de Casa Muslera, en la parroquia ovetense de Villaperi, en uso hasta 1920, o el Caleiro del Couz, en el concejo de El Franco (parroquia de Arancedo). Fue abandonado muy tarde, en la década de los sesenta y llegó a producir más de veinte toneladas de cal por cada hornada.

Dos modelos

Entre los nuevos bienes de interés cultural asturianos hay siete hornos en el concejo de Oviedo, cuatro en Tineo, tres en Ribadesella y dos en Castropol, El Franco, Salas, Villaviciosa y Llanes. Hay municipios representados por un solo ejemplar: Taramundi, Vegadeo, Belmonte, Grado, Morcín, Gijón y Carreño. Este último concejo tiene pendientes de inventario otros siete caleros.

Funcionaron en Asturias dos tipos de hornos. El más antiguo es el horno de marcha intermitente, de origen romano, alimentado con leña hasta el siglo XVIII. La leña dejó paso en su momento al carbón, como ocurrió con muchas otras actividades en Asturias.

A partir del siglo XIX se impone el horno de cal de hornada continua, más avanzado técnicamente que posibilita mayor producción con menor trabajo. Funcionaban también con hulla, antracita y carbón en polvo. En estos hornos la carga va en capas superpuestas de combustible y piedra caliza, en busca de la calcinación de la piedra.

Entre los hornos incluidos en el catálogo BIC hay seis de marcha intermitente (Vilavedeye, en Castropol; El Couz, en El Franco; Caeras y Navelgas, en Tineo; Folgueres-Villaperi, en Oviedo; y La Manzaneda, también en Oviedo). Se incluye uno cuya tipología es de tejera, en Belmonte-Pría (Teyera de El Pinu).

La cal apagada, según se explica en el estudio encargado por la Dirección General de Patrimonio y firmado por un equipo de profesionales, con el arquitecto Juan Pedrayes Obaya a la cabeza, "se empleó desde tiempos inmemoriales como elemento de albañilería. Su utilización como abono para la mejora de la fertilidad de las tierras se generalizó en Asturias durante el siglo XVIII".

La cal cocida en los hornos tradicionales se ha empleado mayormente en el abono de las tierras mientras que los hornos industriales dedicaron un alto porcentaje de su comercialización al sector de la construcción.

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