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Asturama

Las piscifactorías, con el agua al cuello

Los criaderos de peces, que venden truchas "frescas y no de laboratorio", bajan su producción debido a los fuertes controles y los precios "irrisorios"

Las piscifactorías, con el agua al cuello

En un momento en el que las capturas de pescado salvaje parecen haberse estancado o, incluso reducido, las piscifactorías asturianas no logran despegar. La producción de truchas está en caída libre -sobre 1.200 toneladas al año- a causa de un fuerte control y un escaso margen de beneficios, según aseguran los propios acuicultores. Prueba de ello es que, en los últimos años, varias instalaciones de este tipo han tenido que cerrar sus puertas en la región. Para evitar que la situación empeore, los criadores de peces piden más promoción. "Hace falta concienciar al consumidor de que la trucha de piscifactoría no es un pescado de laboratorio. Es asturiana, muy fresca y de alta calidad", destaca Cristina Cabero, presidenta de la asociación regional de piscicultores y gerente de las instalaciones del Alba, con sede en Sobrescobio, Rioseco y Grado.

En esta idea coinciden el resto de productores de la comunidad. Gonzalo Díaz, al frente de las instalaciones de Felechosa, defiende que las truchas asturianas están en menos de 24 horas en las pescaderías de todo el país. "A las nueve de la mañana ya los sacrificamos y envasamos para que a primera hora del día siguiente estén en las tiendas", sostiene. Por si fuera poco, Cristina Cabero denuncia que las "granjas de peces" están "excesivamente controladas". "La presión fiscal y gubernamental que sufrimos es alucinante. Y luego resulta que la panga, un pescado que viene de Vietnam y que transmite enfermedades, no está controlado. La trucha casi se puede comer directamente de la balsa", explica. Cabero también lamenta que la competencia sea cada vez mayor al ofertarse en las tiendas una gran lista de pescados.

Otro de los problemas a los que tienen que hacer frente los piscicultores locales es el de los precios, que califican de "irrisorios". "Hay veces que no llegamos ni a cubrir gastos", protesta Enrique Cabero, de las instalaciones del Nalón, que afirma que el kilo de truchas se vende a 2,30 euros, mientras que en las pescaderías cuesta 5,90. A esto hay que unir que si el género se distribuye fuera de la región, el empresario tiene que costear los gastos de transporte. "Estamos asfixiados. Los márgenes comerciales son ínfimos", opina Cristina Cabero.

Como solución, la presidenta de la asociación asturiana de piscicultores insta al Principado a impulsar campañas que promocionen el pescado criado en cautividad. No obstante, existen más alternativas. Enrique Cabero, de Laviana, apuesta por la venta directa. "Tenemos el problema que tiene todo el sector primario: los beneficios se los lleva el intermediario", se queja. Aun así, este empresario no confía en que el modelo de venta directa, como proponen los pescadores, llegue a buen puerto. "Se intentó hace tiempo, pero al final siempre hay desunión. Cada uno tira por su lado", lamenta Cabero.

El proceso de producción de la trucha asturiana es largo. Gonzalo Díaz precisa que entre 14 y 24 meses. En concreto, en la región se cría la trucha arcoíris, una variedad común en los ríos Misuri y Misisipi de Norteamérica, que se obtiene con éxito en las piscifactorías de agua dulce. "Estabula muy bien, a diferencia de la de aquí -cuya producción está prohibida-, que tarda mucho más", expresa Enrique Cabero. Los peces arcoíris nacen a las siete o diez semanas. A partir de ese momento, señala Gonzalo Díaz, hay que separarlos en estanques diferentes en función de su tamaño y darles de comer cuatro o cinco veces al día. Su menú se compone de un pienso granulado de harina de pescado. El ciclo finaliza a los 14 meses de su crianza, disminuyendo también las raciones de comida.

Para que el producto salga a pedir de boca, los piscicultores tienen que controlar constantemente la temperatura del agua, puesto que el bienestar de los peces es determinante en su calidad. Lo ideal es que se sitúe entre los 12 y los 16 grados centígrados. "Con mucho frío no comen bien y con demasiado calor tampoco. Además, les falta oxígeno", dice Adolfo Miranda, de la piscifactoría Somines, con explotaciones en Pravia y Grado. A consecuencia de ello, la producción de truchas desciende en el verano al 50 por ciento. "Ahora sufren mucho; la primavera es la mejor época", agrega Miranda.

En sus granjas se producen las llamadas "princesitas", una variedad de truchas que sale al mercado a los ocho meses de su crianza. Aunque la normativa prohíbe capturar en los ríos ejemplares de estas dimensiones, en las explotaciones hay total libertad: su peso medio es de entre 50 y 80 gramos. Los ejemplares surgieron fruto de las exigencias del mercado, puesto que cada vez se demandaban truchas más pequeñas. Con su nombre se quiso hacer un guiño a la corte de Santianes de Pravia durante el reinado de Silo; además de que, cuando se registró la marca, en 2003, se acababa de dar a conocer el enlace entre los ahora Reyes Felipe VI y Letizia. La situación que vive Asturias contrasta con la del resto de España, donde las piscifactorías viven su momento más dulce. De hecho, la crianza de peces supera ya las 50.000 toneladas en España.

De los criaderos de peces salen lubinas, rodaballos y hasta doradas al alcance de todos los bolsillos. En los próximos años, a la lista se sumarán los lenguados y los besugos con el fin de calmar la demanda de pescado. Con todo, parece que los mares españoles también estarán tierra adentro.

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