La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Arquitectura personal (y 2) | ENRIQUE PINÍN | Artista plástico

"Fumé mucho hachís para percibir la esencia de la realidad, no para evadirme"

"En México pasé de dormir en la calle a cenar con el presidente; fue un equilibrio muy difícil por mi relación con Verónica Zedillo y la presión del Estado"

Enrique Pinín, en el Campo San Francisco de Oviedo. LUISMA MURIAS

Enrique Pinín (Moreda de Aller, 1955) estudió en Valladolid, trabajó con leprosos en Madrid e hizo Bellas Artes en Valencia y su formación en escultura le sirvió para su obra, sus talleres de talla en piedra y madera y para hacer los escaparates de Loewe. Está casado y divorciado en Estados Unidos y es soltero en España. Vivió 13 años en México. Ahora está en la Venta la Tuerta (Garrafe de Torío, León) donde termina su proyecto bosque con arte y empieza a sentir la necesidad de volver a empezar.

-Dice que Valencia fue una ruptura para usted con nuevas sensaciones, sexo libre y drogas. ¿Qué drogas tomaba?

-Hachís. Fumé mucho pero no lo recomiendo. Tiene que partir de una convicción personal y debe perseguir un objetivo. Mi primer porro fue en segundo de carrera, por llegar a otra percepción como la que decían mis lecturas de Castaneda y Huxley. El arte tiene que ver mucho con tu percepción y se suponía que esa droga potenciaba lo que ya tenía. A mí me funcionó pero luego vi lo que pasó en las Cuencas, donde sólo se le dio un uso de evasión. Yo no quería salir de la realidad sino percibir su esencia.

-¿Perdió amigos?

-En las Cuencas, por el caballo, y en Valencia, por la coca.

-Sexo libre.

-Había tenido alguna novieta formal y ahora eran relaciones abiertas, hoy con una, mañana con otra y te encontrabas que tenías relaciones con tres. Pero hice esa vida controlando porque necesitaba sacar buenas notas para la beca. En tercero saqué matrícula en talla en piedra. Me daba clase Ciriaco, escultor, y me propuso que le ayudara en el taller. Trabajé tres años con él y, gracias a eso, pude controlar más que en el ambiente en el que estaba.

-¿La familia vio su cambio?

-Tuvieron conciencia pronto de que ya no formaba parte del núcleo. Era un mito en casa y en el pueblo. Fui el primero en Moreda con pendiente y coleta.

-¿Hasta cuando estuvo en Valencia?

-Hasta 1983. Pero un año antes me casé en Carolina del Norte (EE UU).

-¿Cómo fue eso?

-Conocí a una norteamericana que había venido de intercambio y decidimos casarnos en Charlotte. No hice los papeles en España, así que sigo soltero. Pasamos allí un par de meses y volvimos a terminar la carrera. Duramos un año. Fue un error, una mala relación. Los papeles del divorcio me llegaron estando en México.

-¿Cómo fue a dar a México?

-Herminio Ordóñez volvió de un curso de intercambio en México, donde había dejado una novieta. Al acabar la carrera, no sabíamos si opositar o viajar algo.

-¿Adónde?

-A Irlanda, por celta y por Asturias; a Australia, por el mito de las antípodas, o a México por la novieta, la afinidad cultural, el españolismo y el idioma. Pesó la novieta, hija de un diplomático que gestionaba apartamentos para estudiantes. No teníamos dinero y fuimos a hacer retratos a Marbella y Puerto Banús. Ganamos mucho. En tres meses saqué para el viaje y un mes en México.

-¿Quiénes fueron?

-José María del Prieto, Herminio y yo. La mexicana estaba en el ambiente cultureta y nos introdujo. Nos instalamos en Torreón, al norte, cerca de Sinaloa, Sonora y Ciudad Juárez. Hicimos una fiesta, acudieron un galerista, un arquitecto y una historiadora del arte que escribía crítica. El galerista nos pidió que hiciéramos una colectiva en tres meses. La historiadora del arte nos hizo un reportaje. Todo fue rodado. Cada uno hizo sus clientes y empezamos a dar clases en centros de arte y diseño. Herminio se casó, nosotros volvimos en 1985. Me enteré de que la Consejería de Cultura daba becas para una primera exposición. Expuse en Fe de Diego, en la calle Covadonga de Oviedo. Pero me llamó de México una chica con la que había hecho relación y me propuso que volviera.

-¿Quién era?

-Verónica Zedillo Ponce de León, empresaria hostelera, divorciada, dos hijas, hermana del futuro presidente de México. Ahí empecé mi etapa viajera, instalado en Mexicali (Baja California). Me movía con ella y me buscaba la vida dando clases o talleres. No cambié mi estilo, pero pasé de dormir en la calle a cenar con el presidente de México.

-¿Cuánto estuvieron juntos?

-Trece años, uno de ellos en España porque Karas Studio, una empresa de Madrid que llevaba un conocido de cuando hacía retratos en Marbella, me encargó la realización de sus ideas para los escaparates de Loewe. Acepté y Verónica vino con sus hijas a Madrid. Cuando regresaron a México, acabé el contrato por ir tras ella.

-¿Conoció mucho México?

-Vivimos en Mexicali, Zacatecas, Jalapa (Veracruz) y Tuxla Gutiérrez (Chiapas). El equilibrio era difícil. Zedillo fue presidente de 1994 a 2000. En 1994 yo estaba en Chiapas en un entorno de periodistas críticos.

-Usted dice que se abstrae cuando la cosa se pone fea.

-Cuando llegué a Chiapas me promocionó Roberto Mancilla, un periodista que trabajaba en la Universidad y llevaba una sede de cultura. Conecté con Mancilla porque yo venía de un trabajo de música, espectáculo callejero, escultura, pintura, vídeo. Yo hacía dos o tres exposiciones al año. Lo necesitaba para vivir y era muy productivo. Nunca quise depender de Verónica ni de sus relaciones. Seguí muy marginal y mantenía un perfil bajo porque estaba en riesgo mi vida.

-¿Cómo era Chiapas?

-Un latifundio del gobernador, Patrocinio. Nada más llegar a Chiapas Verónica me dijo que el gobernador quería conocerme. Fui al puñeteru despacho y detrás de una mesona, Patrocinio me pidió: "trate de ser discreto y cuide sus amistades". Entendí el mensaje. Le dije a Verónica: "dentro de mis márgenes voy a intentar mantener el tipo pero estaré con quien tengo que estar". Mi mundo era el café, el dominó, la tertulia, donde se resolvía la política. Mataron de dos tiros a Mancilla y me involucraron por ser su amigo. Me asignaron a un paisanín del Estado mayor para interrogarme en los cafés, se me acercó durante tres días y me dijo: ¿hablamos aquí o en Comisaría? Hablemos allí. Hilé fino porque yo trabajaba con la oposición. El día que mataron a Mancilla no le acompañé por falta de tiempo. Llevaba unos papeles y creo que le mataron por ellos. El gobernador fue el incitador del asesinato y tuvo que salir del país.

-¿Nunca temieron sus amigos que fuera un infiltrado?

-No. Cuando secuestraron en Chiapas al hermano de Verónica, la Policía protegió la casa. Mis amigos me dijeron que saliera de allí y me ocultaron en su casa.

-¿Marchó por eso de México?

-En parte, sí; en parte, porque la relación no funcionaba por las limitaciones de aquel tipo de vida. Volví a España en 1994 porque mi madre ya estaba muy enferma de cáncer. Fue la época de la revuelta zapatista. Me retiré a la casa de un amigo en el monte, en Entrebú (Aller), con mi dogo negro. Limpié para pasar a otra etapa. Verónica me volvió a llamar cuando nombraron a su hermano presidente de México. Regresé renacido pero la presión era máxima. Acabé unos trabajos de escultura en Jalapa y no volví.

-¿Le costó empezar de nuevo?

-Sí, y más porque lo intenté en Moreda, donde casi nunca había estado. Monté un taller, hice trabajos en piedra, el escudo del palacio de Revillagigedo y un altar y un ambón en Teverga, trabajé para una marmolería, daba talla en madera y piedra.

-Bien, ¿no?

-Me quemó el ambiente de pueblo cerrado y de proyectos que no salen y conocí a la que fue mi pareja desde 1997 a 2007, Patricia Gutiérrez, una persona excelente, profesora, que ahora tiene su propia familia y con la que mantengo una buena relación.

-¿Dónde vivió?

-En Oviedo, monté talleres de pintura y dibujo, hice exposiciones hasta que, hace 3 años, cerré y me retiré a la Venta la Tuerta (León), donde hago en un robledal "El bosque con arte". Me siento bien, tranquilo, sé que tengo que moverme, pero aún no sé hacia dónde.

-¿Qué tal siente que le trató la vida hasta ahora?

-Muy bien. Soy un tío con suerte. Siempre aparece alguien que me ayuda a definir una idea o tomar una decisión y me gusta vivir la vida. Estoy satisfecho con lo poco, mediano o mucho que hago. Hago lo que me gusta o me apetece, asumo los riesgos y trato de reconocerme en la vida.

Compartir el artículo

stats