Los profesores interinos de Asturias estamos siendo relegados a una isla en el panorama de la organización educativa. Parece que esto es lo que cabría esperar en un sector ya de por sí bastante maltratado por los sucesivos gobiernos, que demuestran una y otra vez que no les interesa la educación porque no obtienen los réditos necesarios a corto plazo.

Pero en esta isla al numeroso grupo de "interinex" (de usar y tirar) nos toca sobrevivir en penosas circunstancias, no con la fuerza que deberíamos tener para bregar y salir adelante, así que año tras año se repiten los duros obstáculos que realmente pone a prueba nuestra dignidad como colectivo: cesarnos antes de los exámenes de septiembre, realizar la convocatoria en los días finales de agosto con la prueba estrella, la petición telemática, impredecible, rebelde, traidora, que mantiene la noche en vela a todos los supervivientes con el fin de que, cruzando los dedos y encomendándose al dios de cada uno, llegue a buen puerto, pues para las reclamaciones habrá escaso o nulo tiempo. Y la prueba final, la adjudicación de tu destino, que te obligará en un plazo de 24 horas a incorporarte, ya sea al lado de tu casa (para los que tengan más suerte) o en los puntos más recónditos de la geografía asturiana, y a ver si con suerte no necesitas llevar la tienda de campaña. A eso hay que sumar la poca vergüenza de ofertar medios horarios en estos destinos tan alejados que implican trabajar en condiciones precarias tratando de mantener, como supervivientes que somos, una educación de calidad.

Y es que mientras no salgan las plazas necesarias para cubrir todos los puestos de profesor y maestro la realidad es que los que son considerados "interinex" se mantienen estables ya un largo tiempo ejerciendo como cualquier fijo una profesión que consiste, por si alguien no se había percatado, en formar a chavales que llevarán el timón el día de mañana y seguro que no queremos que naufraguen y menos que se conviertan en unos meros supervivientes, en el mejor de los casos.