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Un gijonés y un avilesino casados y con hijos harán funciones de sacerdote

Juan Blanco y Alberto González, un cajero y un policía jubilado, serán los primeros seglares que harán funciones de sacerdote

Un gijonés y un avilesino casados y con hijos harán funciones de sacerdote

Juan Blanco compaginará su trabajo como cajero de un supermercado en Avilés con el de sacerdote. Junto al gijonés Alberto González, jubilado desde hace tres años tras casi dos décadas como agente de la Policía Nacional, será próximamente ordenado diácono permanente. Ambos son los primeros asturianos seglares que se subirán al púlpito desde que la Iglesia abrió la puerta a hombres casados para trabajar en sus parroquias. Blanco y González serán ordenados antes de que finalice el año. Podrán celebrar bautizos, bodas y exequias, además de predicar las homilías dominicales o bendecir a personas y cosas; es decir, podrán desarrollar el mismo trabajo que un sacerdote excepto consagrar, confesar y administrar el sacramento de la unción de los enfermos.

Juan Blanco tiene 57 años. Nació en La Peral (Illas), está casado con María del Mar Salvador y es padre de dos hijos, Javier, de 19 años y Juan José, de 26, que hace ahora dos años que se ordenó sacerdote y ejerce en el arciprestazgo del Acebo. "Primero se ordenó mi hijo y ahora, en segundo plano, me ordeno yo. Estoy nervioso pero muy satisfecho. Estos tres años de estudio y sacrificio han merecido la pena", sentencia este hombre que en pocas semanas cambiará, siempre que así lo requiera la Iglesia, el uniforme del supermercado para el que trabaja por el hábito. Blanco estudió Teología en el Instituto de Ciencias Religiosas "San Melchor de Quirós", en el Seminario de Oviedo. Él mismo se sufragó la carrera de diácono permanente que finalizó el pasado junio. La vida de este avilesino de adopción nacido en La Peral (Illas) siempre estuvo vinculada a la Iglesia. "Con nueve años ya era monaguillo y desde entonces he estado realizando diferentes actividades como catequista. También colaboro con Cáritas tanto en la parroquia de San Jorge de La Peral como en San Nicolás de Bari", explica. Ahora, una vez sea ordenado diácono permanente, Juan Blanco dedicará a la parroquia que le otorguen, en Avilés, donde tiene su puesto de trabajo y a su familia, el tiempo que reclame el párroco titular.

"Estoy algo nervioso porque Alberto y yo somos los primeros diáconos permanentes ordenados en Asturias, pero tengo muchas ganas de ejercer", confiesa el avilesino, que siempre contó con el respaldo de su familia. "Esto es tan novedoso que al principio siempre causa sorpresa, pero tanto mi mujer como mis hijos y mis hermanos me apoyaron en todo momento. El último empujón me lo dio Juan Antonio Menéndez, párroco de Avilés que fue nombrado obispo auxiliar. Él habló también con mi familia y no hubo ningún problema", manifiesta este hombre deseoso de aceptar los ministerios que le encomiende el obispo. "Quiero prestar servicio a los feligreses, ayudar en todo lo que pueda y me necesiten", recalca.

El gijonés Alberto González, por su parte, tiene 48 años, está casado y es padre de dos hijas, Gabriela y Virgina, de 17 y 15 años respectivamente. "Lo primero que me dijo mi hija pequeña era si iba a pasar ahora menos tiempo con ella", sonríe mientras recuerda la reacción de sus familiares. "María, mi mujer, está convencida como yo de que la vida es servicio. Y que mejor forma de ayudar que así. En casa lo han visto con naturalidad. Toda la familia asistimos a misa los domingos y mi mujer y yo somos catequistas desde hace años. Me han apoyado al 100%; lo vemos como algo natural", añade González.

Jubilado desde hace tres años por una enfermedad, tras haber sido agente de la Policía Nacional entre los años 1995 y 2012, descubrió esta vocación porque "servimos a muchos ídolos y quería servir al dios verdadero". "Un día, recibiendo el sacramento de la reconciliación, el sacerdote, al terminar de confesarme, me dijo unas palabras sobre las que reflexione. Y a partir de ahí ese momento surgió la llamada del diaconado permanente".

Este gijonés nacido en Ceares, pero vinculado a la parroquia de San Vicente de Paul en El Llano donde ya lleva años viviendo, reconoce que afronta el diaconado permanente motivado, pero al mismo tiempo consciente de la responsabilidad: "Me produce muchísima ilusión y ganas, pero por otro lado me impone la responsabilidad de estar anunciando la palabra de Dios y celebrando alguno de sus sacramentos".

Atender a la premisa de que la vida es servicio fue lo que le hizo tomar la decisión de iniciar hace tres años los estudios de ciencias religiosas. "Los servicios de la iglesia son la palabra, altar y la caridad. Una vez que esté ordenado estaré al servicio en los tres campos, predicando el evangelio, al servicio del altar ayudando al sacerdote o el obispo, y con la caridad con la pastoral de enfermos, Cáritas o un tanatorio consolando a los familiares", apunta González.

Hasta que sea ordenado seguirá colaborando en la parroquia de San Vicente de Paul. Después podría ser destinado a otra parroquia de la ciudad, en funciones de las necesidades de cada una de ellas. Lo que sí tiene claro es que "en los momentos de crisis es cuando la gente se vuelve más solidaria, y aunque parezca irónico o contradictoria, y siempre son solidarios quienes menos tienen". Y en su caso su vocación de ayuda se despertó para estar al servicio de la comunidad como diácono permanente.

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