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El impresionante testimonio de Bárbara García, la madre de Amets y Sara, las niñas de Soto del Barco asesinadas hace un año por su padre

"Pudo haberse evitado y ahora de mis hijas sólo me quedan dos urnas con sus cenizas"

"Las tengo presentes en mi memoria cada segundo de mi vida, estoy encarcelada en una celda sin barrotes"

"Pudo haberse evitado y ahora de mis hijas sólo me quedan dos urnas con sus cenizas"

Es ahora, que se acerca la fecha del primer aniversario del brutal asesinato de sus dos hijas -dos días después de la conmemoración de la jornada contra la violencia de género (25 de noviembre)- cuando vuelve a sonar insistentemente el teléfono en casa de Bárbara García. La solicitan para leer manifiestos y ser la cara visible de los actos contra el maltrato que se repiten estos días por toda Asturias.

"En todo este tiempo no he tenido nada de ayuda ni de atención, salvo la asociación Cavasym", dice dolida. "Hace un año era la madre de Amets y Sara. Ahora soy la madre de las niñas asesinadas de Soto del Barco. Sí, eso es así. Pero también sigo siendo una persona a la que le gusta sentirse arropada y que la tengan en cuenta, aunque sea para tomar un café".

Amets debería haber cumplido el pasado 12 de agosto 10 años. Sara, su hermana pequeña, 8 el próximo jueves 26. Pero no ha sido ni será así. Su padre, José Ignacio Bilbao, las asesinó. Y consumó su idea la tarde del 27 de noviembre de 2014: las mató a golpes, cuando ambas pasaban la tarde con él, dos horas estipuladas por un juez, dos días a la semana. Luego, abandonó su piso de San Juan de la Arena, cogió el coche y se fue al viaducto de Artedo, desde el que se arrojó al vacío. Ahí acabó la vida de este parricida de 55 años que no dudó en cortar de cuajo cualquier posibilidad de pagar por la brutalidad de lo que había hecho.

Bárbara García nunca pensó que su expareja, con el que compartió diez años de relación que derivó en una pesadilla de la que le costó salir, sería capaz de matar a sus hijas. "Mi gran miedo siempre fue que se las llevara a Bilbao. Cuando pasó lo que pasó, en el cuartel de la Guardia Civil donde me llevaron, hasta que mis hermanos me dieron la noticia horas después, yo temía eso", cuenta a LA NUEVA ESPAÑA en su domicilio de Soto del Barco, el mismo en el que crió a las niñas junto a José Ignacio Bilbao, un vasco sin oficio fijo al que conoció en 2003 en Castro Urdiales (Cantabria).

La pareja comenzó a tener problemas y en 2012 se consumó una separación (nunca llegaron a casarse) que acabó en el Juzgado para fijar la custodia y el régimen de visitas de las dos pequeñas. En noviembre de 2013 llegó la sentencia (Bilbao podría ver a las niñas dos días a la semana y debería pasar a la madre 150 euros mensuales). Entonces, el progenitor se fue. "El 6 de noviembre desapareció. No supimos de él, ni qué hizo ni dónde estuvo. Nunca pagó nada ni se ocupó de ellas", relata la madre. Así hasta julio del año siguiente, cuando un día sonó el teléfono: "Me dijo de todo, y me di cuenta de que sabía mucho de mí, qué hacía, por dónde iba, con quién estaba... Llegó a pinchar las ruedas del coche de mi pareja".

En septiembre, José Ignacio Bilbao regresó a Asturias, se estableció en La Arena y apareció por el colegio de Soto. Hizo valer sus derechos y comenzó a ver a sus hijas, los martes y los jueves, de 6 a 8 de la tarde, un horario que posteriormente se adelantó de 4 a 6 porque en otoño oscurece pronto.

"Al principio ellas iban de mala gana, un día no quisieron y nos fuimos de casa. Me denunció por incumplir la sentencia. Un hermano mío, para que las niñas fueran tranquilas, comenzó a seguirles y fue denunciado por acoso. Al final, se las ganó, era su padre, y ellas iban a gusto con él", relata la mujer. Y así, unos dos meses, hasta la fatídica tarde del 27 de noviembre, una fecha que esta cudillerense de 41 años sabe que nunca podrá -ni quiere- olvidar.

Con una fortaleza que asombra a todos, Bárbara García sigue adelante -"no me queda otra, aunque sea por no aguantarles", dice con una sonrisa tímida mirando a su pareja y familiares-, pero asume que le han arrancado lo más grande de su vida, sus hijas, y eso es algo que siempre tendrá presente: "Siempre quise ser madre. Era mi gran ilusión".

Este último año no ha sido fácil para una mujer que nunca ha querido dar pena, ni lástima, y que sólo quiere mantener viva la memoria de Amets y de Sara, cuyas fotografías llenan los estantes de la casa, junto a algunos objetos personales. Estuvo apenas medio año de duelo, pero tuvo que ponerse a trabajar, algo que no resultó sencillo. La sociedad, las instituciones se volcaron con ella cuando lo ocurrido, pero en pocos días se diluyó todo ese interés. Ahora trabaja de limpiadora, pero quizá se acabe el contrato en breve; primero lo hizo de auxiliar de vigilante, pero estar cara al público, ser observada y escrutada cuando la gente la reconocía se hizo insoportable.

Un día acabó con un ataque de ansiedad que la llevó a la consulta del psiquiatra, a la que se ha jurado no volver: "Para qué... Me querían dar una cita para un mes y medio después". No encontró aquí comprensión como tampoco, relata, la encontró en unas instituciones con una falta de tacto y sensibilidad que le hicieron pasar por situaciones que da vergüenza describir.

-Sobreponerse a algo tan brutal, tan terrible, como la pérdida de dos hijas pequeñas, de la forma en la que usted las ha perdido, ¿es posible?

-No, nunca puede uno sobreponerse a tan brutal acto, sobre todo, teniendo en cuenta que fue llevado a cabo por la persona que quisiste y que era su propio padre. Ellas eran lo que yo más quería en este mundo, por quien seguía luchando a pesar de todas las dificultades, eran las que me daban fuerzas por la mañana para levantarme y encarame con la vida, ¿cómo voy a sobreponerme a semejante atrocidad?

-¿Cómo ha encarado este año? Usted se autodenomina una "víctima viva". ¿De dónde se saca la fuerza?

-Tratando de resistir, viviendo en un presente permanente e intentando superar el día a día como se va presentando. Un día estoy mejor y otro no soy capaz de salir de la cama, aun así tengo que sacar fuerzas de donde no tengo para poder acudir al trabajo. Mi vida giraba en torno a ellas: colegio, parque, deberes, baños... De golpe me las arrebataron, ahora tan sólo me quedan dos urnas con sus cenizas. Se me obliga a sacar fuerzas, no tengo otra opción y no puedo permitir que él salga con su propósito de hundirme.

-Usted siempre ha querido dejar claro que no quiere dar lástima, ni pena, ni obtener nada material de lo ocurrido, tan sólo mantener vivo el recuerdo de sus hijas. ¿Cómo?

-Las tengo presentes en mi memoria cada segundo de mi vida, incluso hay momentos en los que realizo cosas pensando que son para ellas. No, no quiero dar lástima, pero para mí hay un antes y un después, vivo encarcelada en una celda sin barrotes que me recuerda cada día la pena que he de pagar. Estos hechos de alguna manera para una inmensa mayoría siguen siendo invisibles, definidos por un número de expediente y año en el que ocurrió, y el minuto de silencio acordado en algún que otro Pleno municipal guardado éste cuando se produjo tal atrocidad.

-Supongo que la ayuda de familia, su pareja, sus amigos es lo más grande e importante con lo que ha contado.

-Es con lo único que he contado, con la familia que día a día están pendientes de mí y me apoyan en todo. Verdaderamente he de reconocer que tengo pocos amigos, pero éstos son muy buenos, los que me hacen salir de casa y me animan a afrontar la vida. En estos duros momentos, por duro que parezca, aprendes a distinguir los amigos de verdad. También tengo la suerte de tener junto a mí a una persona que no se separó de mi lado en ningún momento y está aguantando verdaderas tormentas emocionales. Téngase en cuenta que mi estado de ánimo no siempre es tranquilo.

-Y qué me dice de la otra ayuda. Me refiero a las instituciones y todos los medios que, se supone, se ponen al alcance de las víctimas para afrontar estos casos. ¿Se ha sentido arropada por la sociedad y las instituciones?

-No, en un primer momento parecía que todos te tendían la mano, pero realmente todo eso se queda en la foto y en ese minuto de silencio pactado que acuerdan las instituciones. Mi mayor apoyo lo recibí de Cavasym, una asociación de asistencia a víctimas de violencia de género. Me prestaron ayuda jurídica porque, si no, hubiera tenido que pagar la asistencia de abogado y procurador. También me ofrecieron ayuda psicológica, aunque yo la rechacé. La burocracia no entiende de sentimientos ni de fatalidades; yo no soy persona acostumbrada y menos en situaciones tan excepcionales como ésta. A pesar de haber delegado ciertas competencias para recoger las pertenencias de las niñas, hasta cinco veces tuve que acudir al Juzgado para solicitarlas teniendo que pasar por todo el calvario cada una de las veces, en los peores momentos, que eran los primeros días y los más duros. En estos casos notas la falta de sensibilidad. O para reclamar el pago de los gastos funerarios, anticipados por un hermano, ya que por mí hubiese sido del todo imposible hacer frente a ellos... Éstos fueron pagados después de diez meses. Ni la Administración central, ni el Principado, ni el Ayuntamiento, nadie se ha interesado si tengo trabajo o, simplemente, si tengo para vivir. Es más, una pequeña ayuda familiar que tenía fue suspendida sin mediar escrito alguno, me vi abandonada a mi suerte. En el terreno laboral he agradecer a la dirección de Securitas su gran sensibilidad para darme una oportunidad para poder trabajar, y cómo intervino con Jofra, S. A. para conseguirme a través de uno de sus encargados, que en todo momento mostró una gran humanidad, un trabajo temporal para poder seguir poniendo la mesa y pagar mi hipoteca.

-¿El caso tiene algún fleco pendiente? Me refiero a si aún quedan cuestiones legales por resolver que, por otro lado, supongo que son lo de menos o ya no van a ningún lado...

-Yo no entiendo de leyes, tan sólo sé que tenía dos hermosas hijas que me han quitado de la forma más atroz como consecuencia de un sistema imperfecto o de una mala práctica. Cuando va a cumplirse el año de su asesinato, lo único que me dice la letrada es que no hay más que vacíos legales. Es decir, que mi situación se encuentra en un limbo legal. La conclusión es que a día de hoy realmente no hay nada resuelto.

-¿Qué necesita? ¿Qué pediría a la sociedad y a las instituciones, que son las que pueden adoptar medidas, utilizar todos los dispositivos para tratar de impedir que sucedan cosas como ésta?

-Lo que verdaderamente necesito ya nadie me lo puede dar, mis hijas. Mi ilusión de siempre fue ser madre. Aún me quedan esperanzas, ésta sería una manera de darme fuerzas para seguir afrontando el día a día. Aunque, por supuesto, nunca llenaría el vacío que ellas dejaron. A la sociedad le pido que se involucre más y no mire hacia otro lado cuando suceden estas cosas. A las instituciones pediría que no nos traten como simples números dentro de un expediente, que las víctimas también pensamos que eso no nos pasaría a nosotros. Recuerdo cuando sucedió lo de Ruth y José (los niños de Córdoba asesinados por su padre) que mis hijas me preguntaron qué era lo que les había pasado, quién les había hecho tanto daño y por qué. Jamás se imaginaron que tal desgracia les ocurriría a ellas. Sí se pueden utilizar medios y adoptar medidas para que este tipo de asesinatos no sigan siendo invisibles y se olviden rápido. ¿Por qué no duelen tanto estas víctimas como otros asesinados por terroristas? Con todo mi respeto hacia ellos, creo que éste es otro tipo de terrorismo encubierto, familiar y silencioso que en la mayoría de los casos se ignoran, otras veces se alimentan.

-¿Cree que hubiera sido posible evitar el asesinato de sus hijas?

-Claro que sí, si se me hubiese escuchado, porque en reiteradas ocasiones a mi entorno les manifesté mi intención de no entregárselas pese a la resolución judicial. Me dijeron que negándome podría incurrir en desacato. Él me denunció por no entregárselas en una ocasión, también lo hizo con mi hermano por seguirle durante una de las visitas. Ya que las niñas tenían miedo, accedieron a ir siempre que tuviesen a la vista a su tío. Ante todo esto, cualquier Juzgado de familia tendría que haber actuado.

-En este año ha habido otro caso que conmocionó a la opinión pública. Me refiero al de la madre de Moraña cuyas dos hijas fueron asesinadas por su padre antes de devolvérselas. Usted quiso en agosto, a través precisamente de este periódico, solidarizarse con ella y mostrarle su apoyo. ¿Han mantenido contacto? ¿Ha llegado a hablar con otras mujeres que han pasado por algo similar como, por ejemplo, Ruth Ortiz? ¿Cree que pueden hacer algo por evitar que otras pasen por el trance que ustedes han pasado?

-Cuando ocurrió este caso en Moraña me hizo revivir de nuevo mi desgracia y decidí darle el pésame y mi solidaridad. No estoy en contacto porque creo que estará en una situación difícil y complicada, espero más adelante poder ponerme en contacto con ella. En cuanto a Ruth, ella me escribió una carta muy emocionante que en cierta manera me reconfortó. Pienso que sería necesario estudiar la posibilidad de juntarnos al menos para tratar de buscar fórmulas y mecanismos que impidan estas barbaries y que la pérdida de nuestros hijos no haya sido en balde.

-¿Qué le gustaría transmitir a la opinión pública?

-Que esta terrible lacra nos atañe a todos y que nadie debe ser ajeno en el momento que le puede pasar a cualquiera. Por ello hay que combatirla con leyes que recojan todo un protocolo de actuación cuando se tenga el menor indicio para que la víctima no tenga que vivir con miedo. La educación en estos temas es fundamental, por ello debería formar parte de los temas que se estudian en las escuelas. El afán por la noticia no debe llevar a los medios a la invención de muchos de los términos que se utilizan a la hora de hacerla llegar a la sociedad, las más de las veces se vierten datos que van más allá de la salvaguarda de la propia intimidad: direcciones, referencias, fotografías personales, etcétera, obtenidas todas ellas de forma no consentida que agravan más el dolor de las víctimas.

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