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crónicas viajeras (I)

Toro y la apatía clariniana

La localidad zamorana, a un paso de Asturias, no saca todo el partido posible a su calidad urbana y su patrimonio

El pórtico de la Majestad de la colegiata toresana. LA OPINIÓN DE ZAMORA

Ésta es la historia de un viaje desde Oviedo reiteradamente demorado, tema recurrente en nuestras conversaciones al que, al fin, damos cumplida satisfacción.

El programa inicial, más modesto, proponía la visita a San Miguel de Escalada, cuyo desconocimiento por cierta parte del grupo nos llenaba de oprobio, y, posteriormente, callejear por León, capital que siempre resulta interesante y placentera. Por suerte, después ampliamos nuestro campo de acción; una iniciativa que nos colmó de emotivas experiencias, como relatamos a continuación.

A una hora temprana pero prudente, con una agradable temperatura y una luminosidad agradecida, la expedición, cuatro parejas dispuestas en dos vehículos, tomó rumbo hacia León a través del Huerna.

Nuestra primera parada es Puente Villarente, punto del Camino de Santiago y patria chica de un buen colega y amigo. En uno de los establecimientos de la travesía, atestado de peregrinos, con sus anaqueles repletos de "recuerdos", el bullicio de los visitantes tiñe de cosmopolitismo el lugar. Tomamos un café y nos dirigimos sin más dilación a nuestro objetivo.

El paisaje se ofrece sinuoso y abrupto, escasea la tierra de labor, suelo descarnado y reseco. El viajero infiere mecánicamente su influencia en las virtudes de tantos leoneses que en Asturias, y particularmente, en su experiencia, en Cangas del Narcea, en la etapa de esplendor minero, contribuyeron con aportes de austeridad, trabajo y tenacidad a mejorar y equilibrar ciertos rasgos característicos de los asturianos en un proceso de fecundo mestizaje. Sumido en estas reflexiones, interrumpe súbitamente la iglesia de San Miguel de Escalada: erguida majestuosamente sobre una pequeña elevación subyuga desde la distancia.

Consagrada en 913. Obra mozárabe perteneciente al denominado "arte de la repoblación" que aprovecha materiales romanos y visigóticos, contiene elementos de estilo califal y otros de la "ampliación románica" del siglo XI. Su estructura de tres naves y su pórtico adosado al muro sur recoge la tradición del "arte asturiano" del siglo IX.

Después de observar su riqueza ornamental esculpida y su decoración vegetal, admiramos desde el centro de la nave su armonía volumétrica y, ya en el exterior, suspiramos hondo, al tiempo que nos alejamos para seguir nuestra ruta.

Circundamos Vega de los Árboles, que hace honor a su topónimo y ofrece a distancia un paisaje húmedo y jugoso, regazo de su entorno hostil, y que tan bien representa el carácter alegre y expresivo de la compañera de viaje y organizadora de la visita, natural del lugar. Continuamos en dirección a Gradefes, para visitar el conjunto de Santa María -iglesia y monasterio-. El monumento transmite con expresividad las diferentes etapas constructivas, desde la fundacional (final del siglo XII) a la que pertenecen el crucero y la cabecera con el deambulatorio hasta la bóveda de la girola y el primer tramo del cuerpo de la iglesia, del siglo XIV. Tres siglos después (siglo XVII) se concluye la prolongación de la nave central y el coro. En Gradefes, aprovechando la existencia de un "súper" en la travesía, frente a la iglesia, nos proveemos de viandas de las que más tarde, y en alegre hermandad, daremos cumplida cuenta en la comida programada.

Aunque sabedores de su estado actual, nuestra curiosidad nos lleva a visitar los restos de Santa María de Sandoval. Permanecen en pie la iglesia y la parte oriental del claustro, pero el perímetro dibujado por sus muros exteriores da idea de la magnitud del conjunto monástico. Después de contemplar los tres ábsides y la portada oeste de la iglesia, con un capitel y un tímpano en buen estado de conservación, damos por cumplida esta primera etapa.

Nos permitimos un pequeño rodeo para entrar en Toral de los Guzmanes, una visita exprés para conocer la minúscula tienda de Quesería El Palacio, de Cipriano de Lera, que con cabaña propia y elaborando con conocimiento y honradez ha ganado el "Cincho de Oro" recientemente. Una hija, química por la Universidad de Oviedo, nos atiende con exquisita cortesía.

Bien aprovisionados ponemos rumbo a Torrecilla de la Abadesa, ya en Valladolid. En una bodega subterránea, típica del lugar, situada en la parte alta de la localidad, perfectamente acondicionada, perteneciente a una de las parejas miembros de la expedición, damos cuenta de las viandas adquiridas en una comida excelente, regada con buen vino de la tierra. Abreviamos la sobremesa y salimos hacia Toro.

Toro. Sorteando las prohibiciones para acceder motorizados al casco histórico llegamos al hotel Juan II. La gerencia compensa con simpatía y profesionalidad la austeridad de la instalación y además cumple fielmente con nuestra petición de disponer de habitaciones con vistas sobre el Duero y su vega.

Después de una rápida operación de aseo personal contemplamos de nuevo la amplia vega, denominada "El oasis de Castilla", desde la privilegiada situación del Mirador del Espolón. A continuación, distendidamente y sin aparente rumbo fijo, paseamos por el magnífico "salón urbano" que se extiende entre la Torre del Reloj, edificada sobre la Puerta del Mercado en el siglo XVIII, y la Colegiata de Santa María, bajo la presencia permanente de su dominante cimborrio.

Escruto el paisanaje que pausadamente, como nosotros, se demora en este paseo esencial en la vida urbana de los toresanos, y particularmente en el tramo en el que la calle Puerta del Mercado se ensancha y genera la llamada Plaza Mayor, con sus laterales porticados y sus terrazas llenas de vida. Una plaza que las guías mas usuales presentan como una tradicional plaza castellana y que, incluso sin adjetivar, me resulta, quizás en mi ignorancia, un espacio débilmente definido, no anómico pero sólo reconocible por sus elementos tipológicos y por el carácter simbólico y representativo de su Ayuntamiento clasicista.

Mi primera impresión de la ciudad, visitada en varias ocasiones anteriormente, me sugiere una foto en sepia, generadora de nostalgia pero carente de la policromía de la vida que ha bañado, durante los últimos años, una gran parte de nuestros centros urbanos. Como si la tensión vital se hubiera detenido y el marco urbano permaneciese invariable, una suerte de ensimismamiento que paraliza las acciones de renovación y progreso, aunque a veces también protege de errores y destrozos.

La luz natural se debilita; los estómagos reclaman sus derechos y en La Esquina de Colás, aprovechando parte del soportal, damos cumplida cuenta de un menú sin que falten las mollejas y otros manjares que nos ofrece una simpática camarera con novio de Avilés.

A la mañana siguiente visitamos la Colegiata de Santa María la Mayor (siglo XII). Después de un rápido recorrido por la sacristía, con su reconocido cuadro flamenco "La Virgen de la Mosca", un soberbio calvario y la inusual "Virgen embarazada", penetramos en la Portada de la Majestad para contemplar reposadamente su policromía y su riqueza iconográfica.

Una breve visita en la cercana Plaza Mayor a la iglesia del Santo Sepulcro; románico-mudéjar del siglo XII, que ha sufrido una considerable transformación posteriormente, y a continuación entramos en San Lorenzo el Real, gótico-mudéjar con un extraordinario espacio interior en nave única, pleno de armonía sólo perturbada por la capilla gótica anexa, construida tres siglos mas tarde, de gran riqueza, que quiebra el equilibrio original.

Callejeamos de nuevo por el "salón urbano", atravesamos el Arco de la Torre del Reloj y a través de un dédalo de calles, Reina, Conejas, Amor de Dios, llegamos a la Plaza de la Paja; entramos en la iglesia de San Sebastián de los Caballeros, reconstruida en el siglo XVI, que conserva una interesante cúpula de treceletes y un "arco scarfano" digno de consideración. De regreso al hotel contemplamos de nuevo el paisaje de la vega del Duero y salimos hacia Zamora.

Repaso mentalmente mis impresiones de la ciudad, por suerte voy de copiloto, y trato de ordenar mis apresuradas sensaciones tratando de encontrar una explicación mínimamente racional que se imponga sobre esa atmósfera de "ciudad dormida" de inspiración clariniana que recurrentemente me transmite.

El "Informe Sodeza" sobre Toro no aporta análisis sobre el municipio, pero sí presenta ordenadamente las estadísticas básicas disponibles que constatan el leve pero constante declive demográfico municipal, que sólo superó una vez en la historia los 10.000 habitantes (censo de 1960). Desde entonces la lenta pero constante sangría poblacional se produce no solamente en Toro, sino en todos y cada uno de los municipios limítrofes, incluido el de mayor tamaño poblacional: Morales-San Román lo que invita a considerar que el gran salto de calidad del vino de la Denominación de Origen Toro, y las cuantiosas inversiones foráneas realizadas, no se han traducido en la consolidación de su base productiva, bien porque la integración vertical del negocio del vino con las nuevas tendencias de diversificación de servicios no se ha producido aquí, bien porque el negocio se dirija estratégicamente desde la cabecera de las empresas desde otros centros del país, o bien por una confluencia de ambas situaciones.

Lejos de interpretaciones de corte antropológico sobre las causas del fenómeno, la percepción urbana de la ciudad transmite una aparente apatía por parte de quienes tienen responsabilidad en su gobernanza, de los centros de decisión y, en última instancia, de la presión soberana de la ciudadanía, más inexplicable en cuanto que la ciudad tiene un patrimonio y una calidad urbana extraordinarios que sólo necesita ideas y voluntad para incorporarse de pleno derecho al circuito de lugares de interés, lo que a la postre redundaría positivamente no sólo en Toro, sino en la provincia en su conjunto.

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