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Noventa años de amor a la montaña

El nonagenario Raimundo González, Mundo, dedicó casi toda su vida al monte y aún se emociona recordando el paisaje de Torrecerredo y el encanto del Jou Santu

Mundo González, en su domicilio de Avilés, con algunos de los trofeos de su vida como montañero; a la izquierda, en el corredor de Peña Telera (Pirineos) en 1966. IRMA COLLÍN

"Para mí la montaña lo es todo, de hecho pasé allí casi toda mi vida y disfruté mucho más que en la ciudad". Son palabras de Raimundo González, Mundo, que expresan más emociones que una simple afición. "La montaña te enseña cosas muy importantes para la vida, como la solidaridad, la sinceridad y el amor al prójimo y a la naturaleza", apostilla.

Mundo vive en Avilés pero nació en Bodes (Parres) el 8 de octubre de 1925 y acaba de ser distinguido por la Federación Asturiana tanto por su 90.º cumpleaños como por su dilatada trayectoria como directivo y montañero. Es un referente por ser autor de libros imprescindibles para conocer la montaña asturiana y por su trabajo para promocionar una actividad que acaparó casi setenta años de su vida y que sigue siendo vital para él como responsable de la Agrupación de Veteranos.

Ya no sube picos porque se lo impide su maltrecha rodilla izquierda, pero los tiene todos en su cabeza, y duda a la hora de elegir sus sitios favoritos porque, señala, "cada uno tiene algo especial", aunque se queda con tres: el Jultayu, en Vega de Ario, "porque contempla todo el cañón del Cares"; el Torrecerredo, "porque nos emociona por la magnitud del paisaje que nos regala", y el Jou Santu, porque "tiene un encanto único". Y los destaca aun comparándolos con otros picos de España. "Aquí tenemos lo mejor porque no hay nada que iguale a los Picos de Europa. Pirineos es grande, pero nuestros Picos son diferentes y enamoran".

La montaña ofrece momentos increíbles para quien la sabe mirar y degustar, pero para eso hay que pararse, y Mundo no entiende a los que no se fijan por donde pasan. "Yo creo que el montañero no tiene que ir a correr, tiene que ir a contemplar y mirar hacia atrás de vez en cuando para descubrir un paisaje distinto".

La actividad montañera lleva consigo unos riesgos inherentes, y Mundo pasó por dos situaciones delicadas. La primera fue al caer por un precipicio de unos 300 metros por la cara norte de la Torre de los Traviesos hasta el Jou de La Capilla.

"Estaba dirigiendo un rallye de montaña con esquís en invierno y trataba de sacar a un compañero que había quedado atascado en los Traviesos y no se atrevía a salir, pero se puso nervioso, me cogió del cuello y nos fuimos los dos al abismo. Tuve mucha suerte y sólo me rompí el tobillo porque había mucha nieve y no tropecé en ninguna roca", relata.

Y la segunda, también en invierno, en la cara norte del Negrón durante una travesía entre Pajares y el macizo de Ubiña: "Había mucho hielo y me fallaron los crampones, pero me paró una roca antes de llegar al precipicio".

Son vicisitudes que demuestran que la montaña exige el máximo respeto. "Hay mucho irresponsable que sale a zonas complicadas sin material adecuado y sin experiencia". Por eso Mundo apunta dos consejos para los novatos: uno, "que aprecien dónde está el peligro y dónde no se deben meter sin preparación, sobre todo con niebla, que es el mayor peligro", y el otro, que nunca salgan solos. "A la gente que sale sola le doy un cero porque es la mayor imprudencia que se puede cometer incluso en rutas fáciles y para montañeros experimentados. Yo tuve amigos que donde menos lo esperaban tuvieron un tropiezo y perdieron la vida", explicó.

Por lo que no entra Mundo es por el uso del GPS. "Yo anduve por el monte con una brújula, el altímetro y mi instinto, que era lo más importante. El GPS no me convence porque la gente va mirando para el aparato como si fuese lo único en el mundo y a menudo se dan unos porrazos increíbles contra las rocas y les cotolles porque no miran hacia delante", concluye entre risas.

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