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UBALDO PUCHE MULERO | Superviviente de la División Azul, buzo, exluchador profesional, jubilado de Ensidesa | Memorias y 2

"Saqué 93 cadáveres del agua y yo estuve a punto de ahogarme en el mar en Salinas"

"Quini, que no hay mejor persona en el mundo, siempre me dice en tono de broma: 'Puche, te hiciste rico a costa de mi foto'"

Ubaldo Puche muestra una publicación con su histórica fotografía de Quini. MARA VILLAMUZA

Ubaldo Puche Mulero (Águilas, Murcia, 1922), culmina sus memorias con el repaso a su vida en Asturias. Ya había sido destinado a tierras asturianas como guardia civil, tras haber prestado servicio en los Pirineos. Finalmente recaló en la gran empresa Ensidesa. En los siguientes años logró desarrollar dos de sus principales aficiones: el buceo y la fotografía deportiva.

"Antes de la División Azul yo trabajaba en lo que podía. Entré en la Renfe, después me colocó un primo de mi padre que tenía una barbería, de pinche. Mi sueldo eran las propinas. También estuve un tiempo en el Ayuntamiento de Águilas, en la misma oficina que mi padre, pero allí iba cuando quería, era el clásico enchufado".

Años después, su paso por la División Azul (unos 47.000 voluntarios y no tan voluntarios, de los que casi 5.000 dejaron la vida en la inmensidad rusa) le puso en disposición de elegir. Cuenta Puche que quiso ser escolta de Franco, pero que no tenía currículo más allá de la guerra, y que en su defecto le pusieron a cubrir la espalda del ministro José María Fernández Ladreda, asturiano, responsable de Obras Públicas, quien en 1951 había sido nombrado vicepresidente de las Cortes. Con Fernández Ladreda, el murciano Ubaldo Puche viajaba a Asturias con frecuencia, pero aquello se acabó a la muerte del ministro en 1954. La Administración central le volvió a buscar destino laboral, y aquel destino se llamaba Ensidesa.

La fábrica no estaba aún levantada. Seis meses en casa pero cobrando el sueldo, 550 pesetas. Puche vio nacer Ensidesa y también su pueblo, Llaranes, casi a pie de fábrica. Sigue viviendo allí, en un bloque de pisos "obreros" que da a la iglesia, antigua zona de caserías.

"Yo sabía leer, escribir y hacer cuentas. En Ensidesa se ganaba dinero porque tenías un buen sueldo, pero es que además nos pagaban el agua, la luz y el carbón. Trabajé de guarda jurado hasta que un día tuve un problema muy gordo".

-¿Qué pasó?

-Me encontré a dos andaluces que andaban a la greña. Les dije que se marcharan, que cada uno por su lado, pero uno de ellos sacó un cuchillo y vino hacia mí. Le pegué un puñetazo y cayó como muerto. Yo pensé: Dios mío, maté a este hombre. Y no se me ocurrió otra cosa que arrastrarle hasta una zanja y marcharme de allí. Me pasé unos cuantos días leyendo el periódico a ver si daban la noticia, pero no. Despertaría y se largaría, pienso yo. Me presenté al abogado de la empresa y le conté lo que había pasado.

De ahí, al puesto de listero. "Era en uno de los talleres de reparaciones de Ensidesa. Al entrar el turno yo iba diciendo: fulano de tal, fulano de tal. Y contestaban y los iba apuntando". Después sacó el examen administrativo para oficial de tercera, y siguió ascendiendo hasta lograr una jefatura. Se jubiló con 1.400 euros.

En Ensidesa fue presidente del grupo de Actividades Subacuáticas. "Aprendí a bucear en mi pueblo y por mi cuenta, pero hice la instrucción en la base naval de Cartagena y de ahí, amigo, salíamos convertidos en artistas. Nos situaban en el mar y tiraban doce tornillos con sus correspondientes tuercas, cada uno por un lado. Y nos decían: hala, a subir con ellos. Era misión imposible. Yo logré encontrar uno, los demás igual. Una vez le dije al instructor: 'Con su permiso, si permite que le diga mi opinión... esta prueba es un poco dura'. '¿Un poco dura?', me contestó. Nadie jamás lo ha conseguido".

Ubaldo Puche tiene documentado el rescate de 93 cuerpos. "La gente se ahogaba y nos llamaban. Nunca cobré un duro por un rescate, ni vivo ni muerto. Recuerdo la primera experiencia, en Águilas. Un madrileño que si no llego a tiempo se lo traga el mar. Y lo de siempre, me quería pagar. Que no, que no cobro. Pero es que usted tiene un valor tremendo. Pues muy bien, gracias por su agradecimiento, pero de dinero nada. Una vez el que estuve a punto de ahogarme fui yo. Nos llamaron para rescatar un cuerpo en la playa de Salinas, y ¿sabe dónde me dejó la mar? En la playa de Aboño. Me fui dejando llevar porque si no no salía de allí. Al mar hay que hablarle de usted".

Ubaldo Puche guarda la Gran Cruz de Beneficencia que le concedió Franco.

Y en el salón de su casa una pequeña escultura de Quini en su famosa volea, esa especie de foto icónica del sportinguismo. Una imagen salida de la cámara de Ubaldo Puche.

"Fue en El Molinón y salió de casualidad. Ya lo he contado muchas veces. Era cuando los fotógrafos nos poníamos detrás de las porterías en unos asientos de madera. Yo estaba allí, Quini quiso rematar y vi que se me echaba encima. Caí para atrás y la cámara se disparó. Increíble. Ésa es la historia de esta foto. Quini, que no hay mejor persona en el mundo, siempre me dice en tono de broma: 'Puche, te hiciste rico a costa de mi foto'".

Ubaldo Puche, de origen levantino, se hizo sportinguista por imperativos amorosos. María Luisa, su mujer, era del Sporting hasta el tuétano, y había que hacer méritos. Socio desde 1952, cuando los abonos costaban seis pesetas. "Yo soy del Sporting, y más del Barcelona que del Madrid".

Asegura que guarda unas 60.000 fotos. A la fotografía deportiva llegó por afición, primero echando una mano al periódico local en los partidos del Avilés. "Me compré una máquina que me costó de aquella 80.000 pesetas. A mí aquello me encantaba, siempre fui muy de deporte, y encima entraba gratis en todos los sitios".

En El Molinón, Puche tenía su silla a pie de césped, con su nombre impreso. El peto de fotógrafo, con el número 1. Una institución. Las piernas le fallan ahora y ya no puede disfrutar de sus grandes pasiones: el buceo y la fotografía deportiva. Hay una tercera, que ocupa buena parte de la superficie de sus álbumes de fotos y de su memoria: su faceta como practicante de lucha libre.

"Yo iba a entrenar a un gimnasio en Gijón, el de Óscar, y surgió la posibilidad de hacerme luchador profesional. Esto de la lucha libre... la gente tiene la manía de pensar que es todo cuento, y no es verdad. Eso sí, hay que saber caer. Yo aquí, con 93 años y las piernas muy jodidas, si me caigo no me rompo nada porque sé rodar. Ahí está el secreto. Lo de la lucha libre estaba bien, pero no daba dinero. Íbamos por los pueblos, montábamos el ring y hacíamos los combates. Nos pagaban el viaje y entre 50 y 100 pesetas". La Pantera de Murcia, le llamaban.

Ubaldo Puche, 93 años jugando con la muerte, a la que no teme. Tantas veces en el filo de la navaja... "Es que hay cosas que si se las cuento, tú me dices: ¡Mentira!".

-No, no. Que se las creo.

-Que no, hombre, que no las crees. Que son cosas increíbles. Una vez en la guerra de Rusia estaba de guardia en un puesto de control cuando nos llaman porque se había averiado el coche de un mando de la División Azul. Nos fuimos para allí y lo arreglamos. Y yo no sé qué pasó que había que marchar a toda prisa, y aquel cabrón me dice: "Aquí sobra uno". Y coge la pistola y me la pone en la sien. Y entonces mi comandante saca su pistola, se la pone en la sien a él y dice: "No, en tal caso, aquí sobran dos". Y me libré de milagro. Lo que yo le digo, historias que no se pueden ni creer".

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