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El monte, entre pirómanos peligrosos y políticas forestales inútiles

El Occidente, arrasado por el fuego, contempla el abandono del Valledor, quemado en 2011

"Ni se ha replantado aquí un solo árbol, ni se ha invertido un solo céntimo", en regenerar el bosque, dicen los vecinos de Berducedo (Allande)

El Occidente, arrasado por el fuego, contempla el abandono del Valledor, quemado en 2011

A cerca de mil metros de altitud, en el bosque de Bedramón -a medio camino entre Berducedo y San Martín del Valledor (Allande)-, se abre un paisaje de guerra. Decenas de pinos silvestres que tienen unos 70 años de antigüedad yacen en el suelo, arrancados de cuajo por el viento. Son árboles que pueden generar una tonelada de buena madera por ejemplar, pero que ahora se venderán a precio de saldo para que una empresa se los lleve. Hace cuatro años, el fuego arrasó el entorno. Desde entonces nadie invirtió un euro en recuperar las hectáreas quemadas o en evitar otro desastre. El Occidente busca ahora ayudas tras la última ola de incendios, el pasado diciembre.

En los días en que el viento se llevó por delante los pinos y sus raíces, las rachas máximas no llegaron a los 70 kilómetros por hora. ¿Qué pasó, entonces? Los vecinos de Lago y Berducedo lo tienen claro: "La Administración promovió una entresaca, los que vinieron a cortar se pasaron, cortaron de más, y el bosque quedó a merced del viento".

Una entresaca es la tala de árboles para aclarar el monte, retirar los ejemplares con daños de crecimiento irregular o defectuoso y permitir el mejor desarrollo de los demás. Una buena solución... siempre que se haga bien. El bosque es propiedad de la parroquia rural de San Martín del Valledor, pero sus vecinos apenas disfrutan de rendimiento forestal. El bosque es suyo, pero como si no. El paisaje de árboles caídos, algunos con diámetros en su base que un hombre no es capaz de abarcar, es tan deprimente como el que nos encontramos alrededor: 2.012 hectáreas forestales (de las que más de 300 eran superficie arbolada) calcinadas por el fuego en el incendio que arrasó la zona el 23 y el 24 de octubre de 2011.

Tras el desastre, los políticos llegaron, se fotografiaron, prometieron y se fueron. Hasta hoy. Manuel Herías, presidente de la cooperativa forestal Pinabe, con sede en Berducedo, es tajante: "Desde entonces, ni se ha replantado aquí ni un solo árbol, ni se ha invertido un solo céntimo" en la regeneración del bosque.

En el centro del paraíso forestal de Asturias, las más de 2.000 hectáreas del "fuego del Valledor" son hoy palos negros, matorral que no se come ni el ganado y pequeñas manchas de pinos pinaster nacidos por generación espontánea. Lo que quemó se llevó por delante miles de árboles, pero no generó zona de pasto.

Pinos aún pequeños que nunca alcanzarán gran valor porque nadie limpia el terreno en el que crecen, alfombrado de brezo. "Esto está como para otro susto", augura José García Blanco, socio de la cooperativa y trabajador forestal desde su juventud.

Los árboles afectados por el fuego fueron retirados por una empresa no asturiana. "De aquí salieron unos 1.500 camiones cargados hasta arriba de madera. El Principado no puso ni una báscula en la zona para controlar lo que salía", recuerda Herías.

Para alcanzar el bosque de Bedramón, los cortafuegos sirven de atajo. La falta de mantenimiento de algunos de ellos los convierte en una bomba de relojería. Lo que debía ser zona de hierba o tierra está hoy invadida parcialmente por el matorral, de lado a lado, ideal para que las llamas superen cortafuegos de treinta metros de ancho. En circunstancias normales, es decir, con buen mantenimiento, una barrera infranqueable para las llamas.

El incendio de 2011 está presente en la memoria de todos y cada uno de los habitantes de la zona. Afectó a nueve localidades: Collada, San Martín del Valledor, Robledo, Coba, Rubieiro, Villasante, Salcedo, Tremao y, por supuesto, Berducedo.

En El Valledor aún queda alguna edificación calcinada. De frente, el lugar de Coba, mucho tiempo ya abandonado, que se libró del fuego de milagro. Las cabras habían desbrozado el entorno e impidieron que el incendio se tragara el par de casas de Coba. "Pero el auténtico milagro es que aquí no hubiera muertos. El fuego estuvo ahí, en la montaña, durante días, y nadie se preocupó de apagarlo. De repente, con el viento Sur, todo se desmadró. Hubo gente que si se llega a meter por alguna carretera para huir de las llamas, no sale viva".

Manolo Herías y Pepe García llevan décadas conviviendo con el bosque y, por consiguiente, también con el fuego. Cuando se plantaron los ahora imponentes pinos del bosque de Bedramón ellos todavía no habían nacido, pero sí vivieron las repoblaciones del Icona y la sucesión de incendios que acabaron con muchas de ellas. Administración y paisanaje siempre se movieron en universos paralelos. El diálogo de sordos se mantiene.

A uno de los lados de la carretera, José García se adentra a pie en zona afectada por el incendio de 2011. La retama casi le tapa. "Este tipo de vegetación no existía antes de aquello, el fuego nos cambió hasta el paisaje. Este brezo no hay quien lo desbroce, porque es como elástico, no rompe. Algo parecido a esto se utilizaba antiguamente como cordel".

Al fondo y a lo alto, el perfil de una línea de pinos sanos. Hasta allí llegó el fuego, y no avanzó más porque se puso a llover.

La sensación que tienen los vecinos está anclada en la fatalidad. La misma que parece tener la Administración. ¿Para qué repoblar, si el fuego se va a comer lo repoblado? ¿Para qué conservar, si los esfuerzos de conservación por parte del vecindario no generan un euro de riqueza? "Si hasta las empresas que vienen a retirar la madera quemada llegan de fuera de Asturias".

En medio de un mar de matorrales, Manuel Herías y José García Blanco reflexionan: "Esto podría ser zona de pasto, pero nadie lo toca porque la ley impide pastar durante varios años en terreno afectado por los incendios. Aquí ven una vaca y van a por el dueño. Pero, mire, el incendio que calcinó estas tierras se originó allá, tras las montañas, a kilómetros de aquí. ¿Qué culpa tienen los paisanos de este pueblo de todo aquello?".

Como telón de fondo, el desplome inconcebible de la inversión del Principado en el mantenimiento de los bosques. Lo que se ahorra en ese mantenimiento se acaba pagando en labores de extinción de incendios. "El año pasado se originó uno en la zona de Fonteta. Nos llamaron, y, cuando llegamos al punto de agua, vimos que estaba vacío. No era por falta de agua, era por falta de mantenimiento. Los conductos estaban completamente tupidos".

Las principales líneas de subvención de la Administración regional están en suspenso. Ni a ayuntamientos ni a particulares. La obra pública forestal cayó en picado y el sector se muere por inanición. Varias empresas forestales cerraron, y lo que podría ser una fuente de riqueza -para la Administración y también para las familias de una Asturias rural cada vez más despoblada- se queda en un quebradero de cabeza que se cobra vidas.

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