A los que de niños les pegaron, cuando son padres o madres pegan. El catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Oviedo Benito Aláez presentó ayer en la III Jornada sobre los Derechos de la Infancia unos datos espectaculares: un 76% de los padres y madres españoles nacidos antes de 1979 aseguran haber recibido castigos físicos cuando eran niños, y de ellos casi la mitad (un 46%) reconoce educar a sus hijos con cierto grado de violencia, aunque sea -en términos jurídicos- moderada y razonada.

Por buscar una comparación, solo un 15% de los suecos nacidos antes de 1979 recibieron castigos físicos de sus progenitores, y de ellos el 1% los inflige a sus hijos. En Suecia los castigos corporales están prohibidos desde hace cuarenta años. En España, desde 2007.

Nos cuesta evitar la violencia como forma de castigo corporal. Influyen las leyes pero también la Cultura, con mayúscula. Quizá por eso el fiscal jefe de Menores del Principado, Jorge Fernández Caldevilla, alerta sobre el aumento de casos de niños y adolescentes que agreden a sus padres.

La subdirectora del grupo de investigación en Familia e Infancia de la Universidad de Oviedo, Amaia Bravo, aseguró que "los castigos corporales dejan huella, y cuanto más temprano se produzcan, más impacto generan. Está probado que afectan a las habilidades a nivel emocional y al rendimiento académico. Un ambiente de maltrato familiar tiene más efectos de los que imaginamos".

Benito Aláez, que es además director de la jornada universitaria celebrada ayer en el edificio histórico, asegura que con la legislación en la mano "los castigos físicos, por leves que sean, atentan contra los derechos de la persona, y los Estados deben adoptar las medidas necesarias para prohibirlos y castigarlos penalmente". Hablamos de bofetadas, de empujones, de collejas o tirones de pelo y orejas. La prohibición afecta al hogar, a la escuela y a cualquier espacio, también a los centros de internamiento de menores.

Pero una cosa son los textos y otra la realidad. El fiscal de Menores, Jorge Fernández Caldevilla, puso un ejemplo: si un padre está esperando un semáforo con su hijo de cuatro años y el niño está empeñado en pasar en rojo y no ve el peligro, ¿un zarandeo al crío es maltrato? ¿O lo dejamos que cruce la calle para que la vida le vaya enseñando en forma de camión a cien por hora?