Plantaron en Grado variedades de pinos procedentes de Francia, España y Marruecos y esperaron. Cinco años después, los autores de un proyecto de investigación conjunto de la Universidad de Oviedo y el Servicio Regional de Investigación y Desarrollo Agroalimentario (Serida) creían que crecer juntos en el mismo jardín "fabricaría" árboles morfológicamente parecidos, pero descubrieron que en el metabolismo de la planta permanecía una suerte de memoria de origen, una "huella genética" cuya detección resulta muy útil para poder seleccionar los árboles más aptos para la supervivencia en unas condiciones climáticas determinadas. Un "bosque a la carta" hecho con las especies más resistentes a los rigores del cambio climático.

El resultado del estudio, recientemente publicado en la revista "Molecular Ecology", analiza la tolerancia de los ejemplares a las situaciones de estrés que generan las variaciones de luz, temperatura o radiación ultravioleta y abre una puerta hacia la mejora de la gestión forestal mediante el uso de esa información para el diseño de bosques sostenibles con las variedades que mejor aguantan el calentamiento global.

Sus conclusiones hacen científicamente posible elegir con rigor "aquellos individuos mejores para prosperar en un entorno dado", resume Luis Valledor, investigador de la Universidad de Oviedo y especialista en fisiología vegetal. Y esa posibilidad de selección natural encuentra aplicaciones prácticas eficaces por ejemplo en la industria maderera. De hecho, el estudio trabajó con pinos de la variedad "Pinus pinaster" por su condición de especie autóctona de notable desarrollo en Asturias y el resto del país y por su protagonismo tanto en el aprovechamiento maderable como en las políticas de reforestación. Los investigadores precisan, no obstante, que sus conclusiones pueden ser trasladadas a otras pináceas y que la metodología es aplicable a cualquier especie vegetal.