8 de marzo de 1857. Un grupo de mujeres, obreras textiles, salió a las calles de Nueva York a protestar por las míseras condiciones en las que trabajaban. A partir de esa fecha se produjeron varias movilizaciones para exigir igualdad salarial, reducción de la jornada laboral y tiempo para amamantar a los hijos. Fue en 1910, durante la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Trabajadoras que se celebró en la ciudad danesa de Copenhague, cuando más de un centenar de mujeres aprobaron declarar el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora.
Un siglo después, las reivindicaciones se mantienen, pero se ha ido un paso más allá. ¿Y qué pasa con las mujeres que además tienen una discapacidad? La Convención de la ONU sobre derechos de las personas con discapacidad admite en su artículo 6 que "las niñas y mujeres con discapacidad están sujetas a múltiples formas de discriminación". Según un informe del colectivo Plena Inclusión, sólo una de cada diez trabaja, y según el último informe del Instituto Nacional de Estadística (INE), ganan una media de 3.000 euros menos al año que los hombres con discapacidad. Ellas suponen algo más del 55% de los discapacitados asturianos.
Rosalía Fernández y Vanesa Fondo son privilegiadas. Ambas son discapacitadas intelectuales y trabajan. La primera en un gran hipermercado desde hace once años, y la segunda en una cadena de pizzerías desde hace casi dos.
"Trabajo una semana de mañanas y otra de tarde. Soy superpuntual. Recojo las cestas, pongo bolsas, coloco mercancía y ayudo a la gente a buscar cosas", resume Rosalía Fernández, de 33 años. "Tengo un uniforme nuevo y me presento: soy Rosalía. Y tengo que ser agradable y sonriente", asevera muy seria antes de contar que está ahorrando "para comprar un piso e irme a vivir sola, sin Clara -su prima-, mi tía ni nadie". Bueno, quizás con el tiempo con un novio. Pero nada más.
Vanesa Fondo tiene 32 años y trabaja tres horas los sábados y tres horas los domingos en un pizzería. "Lleno la mesa con los ingredientes, repongo y luego el jefe me dice lo que tengo que hacer. Relleno la nevera con bebidas, o la de los helados. A veces me toca fregar y ahora algunas veces me dejan poner los ingredientes para hacer las pizzas", asegura orgullosa.
Por semana acude al Centro Ocupacional del Sanatorio Marítimo, donde realiza numerosas actividades. Y como Rosalía, practica distintas actividades, entre ellas natación. Acaban de volver de Sevilla, del Campeonato de España para discapacitados intelectuales.
Clara González es la presidenta de la Asociación Alarde, integrada en Plena Inclusión y a la que pertenecen Rosalía y Vanesa. "Incorporarse al mundo laboral las hace más independientes. La relación con los demás es como la de una compañera más. Estas personas son grandes desconocidos, y necesitamos entornos más inclusivos para que se integren plenamente", asegura.
Sila Murillo es la presidenta de la Asociación de Mujeres Discapacitadas de Asturias, AMDAS La Fonte. Un error médico la obliga a desplazarse en silla de ruedas desde hace 33 años, y desde ella pelea para conseguir la inclusión social de todas las mujeres que sufren algún tipo de discapacidad, física o intelectual.
"Si ya ser mujer es todavía un handicap en el mundo laboral, tener una discapacidad multiplica las dificultades. Si es de tipo físico, por las barreras arquitectónicas, y porque no se piensa en que algunas tareas las pueden realizar discapacitados. Pienso, por ejemplo, en ser cajera en un supermercado. Hay muy pocos que tengan las cajas adaptadas", asevera Murillo. La discapacidad intelectual tiene además otros retos, incluso en el ámbito familiar. "En muchos casos se da una sobreprotección a las niñas y a las mujeres que no les favorece en su desarrollo y el avance hacia la independencia".
