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El testigo que hablaba demasiado

Las explicaciones inevitablemente prolijas del responsable de la empresa de obras y reformas de APSA extenuaron a la sala

Después de dos testimonios, cuando empieza a recalentar la sala por efecto del sol y de la torpeza del edificio, salió el mejor testigo posible: un hombre que quería explicarse porque se sentía víctima personal y colectiva de una situación inexplicable.

El responsable de CTC, la filial de Almacenes Pumarín encargada de obras, reformas e interiorismo, ingeniero superior industrial, tenía una relación comercial con María Jesús Otero, exdirectora general de Planificación y Centros de la Consejería de Educación, a la que había dado el número de su "móvil personal de empresa" y de la que recibía llamadas frecuentes. El testigo estaba decepcionado con Otero y quiso separar su juicio de entonces del actual.

En otros tiempos no es que Otero fuera de fiar, "es que para mí era Dios, laboral y personalmente". Había trabajado con responsables políticos de muchas partes de España y suelen ser "despóticos, maleducados, broncos". En cambio Otero "fue la más educada y afable. A veces, en la empresa, hacían caso a lo que decía un comercial y me echaban una bronca sin preguntarme si quiera. Ella siempre preguntaba".

Esta persona que necesita explicarse se encontró ayer en su salsa, una salsa que ligó él mismo y que le dio otro sabor a la sesión. No debe de ser frecuente oír en la sala "tenía una confianza total. Si me llega a decir que fuera saltando a la pata coja habría alucinado pero lo habría hecho. Ahora, no". En los años que se juzgan, el testigo oyó mucho, aunque no lo entendiera todo. Cada semana se reunían Alfonso Sánchez, propietario de Almacenes Pumarín, Otero y él para ver qué obras había que hacer y oyó decir algo de pagar a los escoltas de Presidencia, porque se habían olvidado de consignar un coche o chalecos antibalas o algo así.

El Consejero, en cambio... Alfonso Sánchez quería agradar a Iglesias Riopedre, se intranquilizaba y se ponía firme ante él. Una vez, Riopedre entró en una reunión de los tres en la Consejería, cuando se hizo frente a las inundaciones de Arriondas, hizo varias preguntas secas de quiénes eran y qué hacían allí, dijo a Otero que repartiera entre GRH, Igrafo y Pumarín, y se fue. Otros modales. "En la empresa al Consejero le llamábamos Gruñón".

La salsa se repetía -tendía a decir dos veces seguidas lo mismo-, pero iba especiada con espolvoreo de anécdotas. El presidente del tribunal, Javier Domínguez Begega, que ciñe las intervenciones, ordenó que se ajustaran las preguntas y las respuestas.

No era fácil.

Ni para el presidente, ni para el abogado de Sánchez, ni para el propio testigo, incapaz de evitar el excurso. A quien necesita explicarse un "sí" y un "no" le resultan insuficientes. A veces no arrojaba luz pero siempre derramaba sonido. Su explicación fuerza era que la Administración o cumple con la burocracia o hace las obras.

El ingeniero era prolijo y, a la vez, ameno, por eso cuando el presidente le impedía contar la anécdota que anunciaba, en la sala se sentía el interruptus. El forcejeo con el testigo locuaz dio en buen rollo y hubo risas en el tribunal, en el banquillo, en las sillas, pero el paso de la mañana y el calor se impusieron a aquella disertación que desafiaba la paciencia de la escucha y la capacidad de la vejiga.

Cuando el abogado de Sánchez pidió hacerle una nueva pregunta, el presidente se la denegó y cuando el letrado le ofreció hacerla a cambio de renunciar al siguiente testigo, el magistrado aceptó "el chantaje".

Se fue el de Llanes y el tono se defenestró hasta estrellarse en el suelo grave y parco del director financiero de García Rodríguez Hermanos. El último testigo sembró noes en el surco interrogante de cada pregunta que le hicieron.

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