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La costa de Moby Dick

Los biólogos Carlos Nores y José Pis plantean una ruta temática en torno a los rastros balleneros en atalayas, viviendas de pescadores y restos arqueológicos

Carlos Nores y José Antonio Pis, en el departamento de Zoología de la Universidad de Oviedo. LUISMA MURIAS

La primera cita documental sobre la caza de ballenas en Asturias data de marzo de 1232 y se sitúa en el puerto de Entrelusa, una pequeña cala situada en la costa de Carreño. Aquella actividad, con presencia en la práctica totalidad de las villas marineras, "tenía más gancho que hoy la merluza" con tres o cuatro capturas por año. Carlos Nores, profesor titular de Zoología en la Universidad de Oviedo y José Pis, biólogo en el Centro de Experimentación Pesquera del Principado en Gijón, entienden que los restos arqueológicos que se conservan de esa actividad podían dar lugar a un ruta turística "como la de la Plata".

En la Carta Puebla otorgada en 1270 a los hombres de la Tierra de Valdés se menciona su relación con la práctica ballenera en las cercanías de la villa y el puerto de Luarca. Y de finales del siglo XIII es también un documento que confirma la existencia de dicha actividad en el litoral oriental, donde la pesca de ballena servía para satisfacer la renta anual a los monarcas castellanos. "Prácticamente todos los puertos se inician con esa actividad", aclara Nores quien añade que incluso se registraron pleitos por los restos de sangre del despiece del animal, porque el olor llegaba a varios kilómetros a a la redonda. Entrantes abrigados de la costa como Viavélez o Puerto de Vega también fueron enclaves de gran actividad, indica Pis, quien reconoce que si bien los registros de esas épocas son "muy incompletos" sí existen restos arqueológicos como atalayas o torres de observación para el stock ballenero. Las capillas a la orilla del mar de Luarca, Cadavedo, o Puerto de Vega fueron puntos de observación de estos grandes cetáceos. A partir de las primeras décadas del siglo XVI las fuentes documentales aportan abundantes referencias sobre las actividades balleneras en la costa asturiana, que un siglo después ya comenzaron a escasear, lo que determinaría su abandono definitivo en los primeros años del siglo XVIII. Esa carne de ballena, más barata que la de ternera, se vendía en seminarios, cuarteles y hospicios, "tenía un sabor a hígado y era de color rojo intenso", relata Pis.

En algunos municipios costeros son visibles todavía hoy los vestigios de lo que denominaban casas de ballenas, donde los restos de grasa del animal se ponían al fuego, para derretir y convertirla en aceite. Su primer uso fue como combustible de lámparas y como cera de la vela pero también fue una materia prima fundamental para las exportaciones. "Moby Dick", la novela del escritor Herman Melvile que narra en la obsesiva y autodestructiva persecución de un gran cachalote blanco, bien podría encontrar inspiración en Asturias. La aparición de restos de vértebras en hórreos y tayuelos en Gobiendes (Colunga) hace pensar a Nores y Pis que toda la costa asturiana es un inmenso museo al aire libre de lo que representó las primeras etapas de la pesca de ballena. En la localidad guipuzcoana de Orio recrean cada cinco años con una fiesta temática esa actividad. "Sería tomar un banderín de enganche para desarrollar actividades culturales y de promoción de los pueblos costeros", plantean Nores y Pis.

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