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Asturias desde el mar (y V)

La costa que vio nacer un oro olímpico

Un recorrido por la bahía gijonesa donde creció Ángela Pumariega, bajo un perfil desconocido del "Elogio del Horizonte"

Ángela Pumariega muestra su medalla de oro ante el Real Club Astur de Regatas, donde comenzó a navegar. JUAN PLAZA

"Para mí, navegar por la bahía de Gijón es como abrir la caja que guarda la medalla: sabes que está ahí, la conoces de memoria, pero siempre te sigue emocionando". Ángela Pumariega, medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Londres 2012 en vela, no puede reprimir las emociones que siente al surcar la costa que la vio nacer, deportivamente hablando, hace más de 20 años.

Pumariega, escoltada por su inseparable metal, es la mejor guía soñada para una travesía por la bahía gijonesa en una embarcación del Real Club Astur de Regatas, dirigida por Rafa Victorero. El sol en su punto álgido y el calor apretando, regalan un día perfecto para navegar, como elegido a conciencia. Atrás queda el puerto deportivo, con la bendición de la estatua de Pelayo, que con su cruz marca el rumbo a seguir.

Tras bordear la Punta Liquerique, con sus particulares "Cubos de la Memoria", rubricados por firmantes anónimos y sus declaraciones de amor, la misma que le hizo Eduardo Chillida a Gijón y su mar, con el "Elogio del Horizonte", que comienza a distinguirse en la lontananza al inicio del recorrido. "Comencé a navegar con 10 años, por casualidad", relata Pumariega, mientras la embarcación se aproxima al emblema de la ciudad, "hacíamos de todo menos navegar: volcar, caernos, bañarnos". La gijonesa heredó su amor por el mar de la tradición familiar, con un padre windsurfista y abuelos piragüistas.

Las vistas comienzan ya a impresionar. El Cerro Santa Catalina desde el mar se erige como lo que fue antaño: un perfecto reducto defensivo, colosal, impenetrable, pero también bonito. En lo alto, los turistas se acercan al "Elogio" para oír el sonido del mar, desde el centro de su peculiar silueta, un espectáculo solo comparable a vivirlo desde abajo, cortando las olas, sintiendo el rugido, empapándose de salitre, disfrutando de la brisa.

La primera parada es en uno de los puntos más especiales del recorrido. El lugar donde empezó todo. A los pies del Real Club Astur de Regatas, Pumariega no se resiste a sacar la medalla de su estuche. Pasado y presente unidos en un instante. "Gracias a los cursos de verano del Club me empecé a aficionar a la navegación. Seguí por el invierno, y aquello ya era más serio, ya no podías volcar o caerte, que el frío apretaba", recuerda la medallista. "Hasta 2009 siempre entrené aquí, es entrañable, pero desde que comencé el ciclo olímpico me tuve que ir. Es una pena, no se puede ser profesional en Gijón, no hay medios", enfatiza, sin quitarle ojo a la medalla y a la costa, a donde asoma la Iglesia de San Pedro, gallarda, ostentosa, pulcra. El recorrido prosigue por la playa de San Lorenzo, engalanada con miles de toallas y sombrillas, referente del verano en el Principado, con su Escalerona, su Muro y sus farolas níveas. De fondo, los edificios, que conforman una paleta cromática inconfundible en la fachada gijonesa. Siguiendo la línea del arenal, se alcanza a la desembocadura del río Piles, observada por la torre de la Universidad Laboral, aupada sobre el estadio El Molinón.

Continuamos el paseo marítimo, remontando escaleras, que aumentan su número inexorablemente. Saludamos a "la lloca", que espera imperturbable, paciente, la llegada de su hijo, emigrado hace ya, pero que sin duda ha de volver. "Lo mejor de la costa asturiana es su variedad. Cuando ves la costa, y detrás las montañas nevadas, es una sensación única, incomparable, no hay nada igual. Ves praos, acantilados, playas y montañas, en una distancia muy corta", explicita Pumariega, quien recalca el "milagro" que supone para ella poder navegar por Gijón.

Pasado El Rinconín, y la playa de Peñarrubia, asoma el punto final del trayecto: la isla de la Tortuga. "Debe ser la segunda vez que voy hasta allí, nunca suelo navegar tan lejos", advierte la regatista olímpica gijonesa, mientras reconoce haber participado en una regata hace unas semanas por la zona "y me sigo conociendo la bahía, sus vientos y sus trucos, eso nunca se olvida".

Rodeando el mirador de la Providencia, se suman, en la distancia, nuevos compañeros de viaje: los intrépidos que se atreven a conocer Gijón desde el cielo, en parapente, como indicando a la embarcación la necesidad de poner rumbo al puerto. En el camino de retorno, el cruce con varias embarcaciones de vela recuerda a la utilizada por Pumariega en competición. "Ahora mismo la tengo en Santander, aunque la construyeron en un astillero en Alemania, en uno de los tres en todo el mundo que tiene capacidad para hacer embarcaciones competitivas", asegura la deportista.

Cuando ya se divisa la playa de Poniente, llega la gran pregunta para la medallista: ¿y ahora? "Acaba de empezar otro ciclo olímpico, toca prepararse y luchar para poder estar en los próximos Juegos", reflexiona mientras guarda la medalla de oro en su estuche. Quizás pronto tenga una hermana que la acompañe. "Ojalá", musita Ángela Pumariega con su sempiterna sonrisa mientras pisa el embarcadero del muelle. Ojalá.

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