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El gen asturiano

La entrega de las medallas supuso la reaparición de un sentimiento de comunidad cada día más diluido en favor de los "ciudadanos del mundo" y fue una reivindicación de quienes sí actúan para mejorar su entorno

Amparo Sánchez, esposa de José Manuel Vaquero, le hace un comentario a su marido con sus hijos, Natalia, María y José Manuel, detrás. MIKI LÓPEZ

Da gusto comprobar que Asturias sigue existiendo. Ayer, al término de la entrega de las Medallas de Asturias, en el gran vestíbulo del Auditorio de Oviedo, los premiados recibían abrazos y felicitaciones por un galardón que reconoce una labor personal o colectiva en pro del bien común. Mientras la noche -que en septiembre ya empieza a anticiparse-, se acostaba sobre Oviedo, allí flotaba una agradable sensación de comunidad. Pertenecer a algo más grande que tú es una cosa que siempre conforta al ser humano. Casi siempre el conjunto suma más que cada una de las partes.

Lo que ayer se sentía en el Auditorio Príncipe Felipe era muy reconfortante porque últimamente no es fácil pertenecer a Asturias. Porque Asturias, con el paso de las generaciones, está dejando de existir. La patria querida deriva en patria perdida. Se va diluyendo en la mente de los jóvenes asturianos la existencia de un ámbito territorial concreto -delimitado por el Cantábrico y la Cordillera, por las rías del Eo y de Tinamayor- sobre el que pueden trabajar para mejorar su vida y las de su entorno. Para las nuevas generaciones, las que nacen con el planeta dentro de una pequeña pantalla móvil, ya no existen esos ámbitos geográficos intermedios de pertenencia. Son ellos frente al mundo. Asturias, si acaso, es el sabor de la fabada de su madre. El eco de un tupperware.

Brota un nacionalismo nostálgico-gastronómico y se pierde el rastro de aquella generación de la Transición, hoy sesentona o más, que se impuso la tarea de construir una región y gestionarla muy modernamente. Lo mismo que otros, en el ámbito nacional, construían un país y le quitaban el olor a naftalina del franquismo. Ellos se quedaron para competir en la carrera de distancia media. Fue entonces cuando, por ejemplo, se pensó en Asturias como un ser con alas (Oriente y Occidente) que tenía que remontar el vuelo y sobre el que se podía actuar concretamente, reajustando su organismo para una mejor navegación aérea. Pero desde aquella idea feliz del presidente-poeta, Pedro de Silva, el sueño del hermosísimo pájaro asturiano, pequeño pero de un verde esmeralda centelleante, se ha ido alejando y alejando. Nadie sueña hoy con Asturias ni la tiene "en la cabeza". Quienes hacen hoy política en Asturias -quienes deberían hacer región- han elegido correr maratones ideológicos: arreglar el problema de España o del capitalismo global, como poco.

Pero ayer tarde Asturias, como objeto concreto sobre el que pensar, sobre el que actuar, volvió a materializarse ante nuestros ojos y fue patente que sigue habiendo gente empeñada en actuar para mejorar aquel mundo que tienen al alcance de la vista: el medio rural, la cultura y el arte que se hace aquí, los sectores más desfavorecidos de la sociedad asturiana... Para ellos, la idea de Asturias es tan nítida como el rostro de sus vecinos. Y tienen muy clara cuál es la utilidad de sus vidas. Esta gente nunca caerá en ese postureo innane de quienes se proclaman "ciudadanos del mundo" simplemente porque no tienen el valor de ser de alguna parte. Por esto resulta coherente que ayer LA NUEVA ESPAÑA, a través de la figura de José Manuel Vaquero, estuviera muy presente en la entrega de las medallas. Porque ser de Asturias, pertenecer a Asturias, hacer Asturias es, acaso, la gran tarea a la que se ha dedicado este periódico en las décadas en que estuvo comandado por Vaquero. Él mismo lo dijo en su discurso de agradecimiento del premio: siempre hemos buscado "el gen asturiano" de cada noticia.

"¡Es vuestra, es vuestra!", dijo el periodista galardonado levantando los brazos y mostrando la medalla, nada más recibir la distinción de manos del Presidente asturiano. Apostaría que era una dedicatoria para todos los miles lectores que cada día acuden a estas páginas para que les contemos lo que pasó, lo que está pasando y hasta lo que pasará en este hermoso territorio que, pese a la diluyente globalización de las pantallas, sigue teniendo la obstinada consistencia de un diamante. En estas páginas diarias Asturias sigue existiendo. He escuchado a Vaquero repetir, como un mantra, que este periódico pertenece sus lectores y ayer, a través de las palabras del Presidente del Principado escuché que los periodistas también hemos contribuido a hacer región. Esta región. Aunque el elogio provenga de un político -cosa que siempre ha de poner en guardia a un plumilla- no está mal que en estos tiempos se ponga en valor un oficio que algunos quieren ver reducido a un glayar en las redes sociales, a un promiscuo intercambio de rumores. Porque el periodismo hace región y también hace democracia. El guasapeo y sus parientes no son más que alboroto sin sentido.

Ayer descubrí, al escuchárselo de su propia voz en el discurso, que Vaquero es en Bueño, su pueblo natal, "Pepín el de Pelayo y Pili" y entonces, por contraste, volví a la escena del periodista bisoño que se encontró con un día con él por la redacción y, después del correspondiente ataque de pánico (era el director general), recibió como un balazo esta pregunta que siempre luego fue la misma: "¿Qué pasó por ahí?" Tras la pregunta venía un silencio cortante (infinito), así que uno se sentía obligado a dar sobre la marcha una noticia. Había que andar vivo. Más tarde el periodista bisoño comprendería que esa pregunta era la clave de todo. "¿Qué pasó por ahí?", nos preguntan los asturianos cada día a los periodistas de LA NUEVA ESPAÑA. ¿Y algo habrá que responderles, no?

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