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Arquitectura personal (y 2) | PILAR QUINTANA | Artesana textil y empresaria de Taramundi

"Las chicas salíamos para ir a las misas, a los entierros y a cuatro bailes de la zona"

"Volví a tejer después de ocho años porque hubo una campaña de saneamiento, las vacas dieron tuberculina y hubo que sacrificarlas; fue mi salvación"

Pilar Quintana, en uno de sus telares en el taller de Taramundi. MARÍA GÓMEZ

Pilar Quintana (Leiras, Taramundi, 1950) empezó a trabajar con telares a los 11 años y se convirtió en la joven artesana de una labor que se perdía. A los 18 años la llevaron a la apertura del Pueblo de Asturias en Gijón, durante la Feria de Muestras, para enseñar y vender su trabajo.

Años más tarde, ya casada y con dos hijos, regresó a esa artesanía dentro de la potenciación de Taramundi que se hizo en torno a la apertura del hotel de la Rectoral y fue pionera del turismo rural en esa parte de Asturias limítrofe y profunda que hoy está a hora y media del centro, la mayor parte del tiempo por autovía. Está recién jubilada. Tiene dos hijos y cuatro nietos.

-¿Cómo era ser una moza en Leiras a principios de los años sesenta del siglo XX?

-No había diversiones. Las salidas eran ir a Bres, a misa y a cuatro o cinco fiestas en todo el año.

-¿Cuáles?

-El Carmen, en Ouria; San José, en Taramundi; San Pedro, en Bres; Santiago, en Abres, y el 15 en Vegadeo. Todas en verano. Allí fui a los primeros bailes con cuatro o cinco amigas de los pueblos de cerca.

-¿Cuándo fue al cine por primera vez?

-No fui al cine hasta que me separé, en 2000. Fue en Ribadeo y no me acuerdo ni del título ni de los actores. Primero porque no me dejaban salir de casa. Salías a las misas, los entierros, los rosarios y los cuatro bailes. Luego por la velocidad que cogió todo... Tampoco tenía mucho interés. Anduve mucho por el extranjero antes de ir al cine.

-¿Cómo conocían mozos?

-Iban a misa, como nosotras. Empecé a salir a los 15 años con Paco, el que fue mi marido.

-¿De dónde era?

-De Bres. Lo veía cada ocho días; quince, si se saltaba una misa. No había teléfono y se escribía alguna carta.

-¿Era mayor que usted?

-Ocho años. Se dedicaba a la agricultura. Tenía caserío.

-¿Recuerda qué le gustaba a usted entonces?

-Los hijos. Tener una familia era lo que querías y para lo que te educaban.

-¿Cuándo se casó?

-A los 21 años, después de siete de noviazgo. Pero en aquellas circunstancias, después de siete años no conocías a la gente. Ibas para la casa del marido y tenías que aguantar a toda la familia, nueve hermanos, mi ex y mi suegro. En la casa estábamos sólo mi marido, mi suegro y yo. Al casarme no me dejaron tejer. Una cuñada que mandaba mucho y vivía cerca dijo que no valía para nada. Me tocó cuidar a mi suegro.

-Y tuvieron hijos.

-Susana, de 40 años ahora, que vive en Taramundi y tiene dos hijos, y Pablo, de 35, que es mecánico, vive en Barres y tiene dos hijos.

-¿Cuándo volvió a tejer?

-Después de ocho años. En 1984 hubo una campaña de saneamiento, las vacas dieron tuberculina y hubo que sacrificarlas; ésa fue mi salvación. Volví a tejer. Cuando se hizo el estudio para el hotel de turismo rural de la Rectoral de Taramundi me preguntaron si quería volver a tejer y enseñar a la gente.

-¿Qué les contestó?

-Que era lo que más me gustaría. De aquélla nadie se decidió a enseñar, aparte de Melchor, que hacía navajas y enseñaba el mazo de Teixois, y Antonio, de Vega de Llan, que hacía tijeras y navajas. Hasta que volví a tejer no tuve nada propio. Mi marido era mucho más machista que mi padre y eso me costó entenderlo.

-Volvió a trabajar y a crear.

-La Rectoral se abrió el día de San Pedro de 1986. Yo les hacía la mermelada y les vendía tomates. El director, Julio Martín, me animaba a que abriera una tienda. Mi padre había comprado un piso en La Portela, a medias conmigo y mi marido. Di un curso de telar en Ribadeo en 1987, de seis meses, por el Inem, saqué 2.300.000 pesetas y compramos un bajo en esa casa y abrí la tienda el 8 de agosto de 1988.

-¿Qué vendía?

-Mis mermeladas, lo que sacaba de mi telar, la cerámica de Llamas de Mouro y unos cuantos cuchillos.

-Tuvo que tomar unas cuántas decisiones económicas y personales.

-Las tomé con miedo porque tuve que dejar la Seguridad Social agraria para pasar a autónomos, pagar licencias y aprender muchas cosas. No sabía conducir. Venía andando cinco kilómetros todos los días, fuera invierno o verano. Contraté a una chica que había estado conmigo en el curso, me llevaba y traía y tejía, y mi preocupación era sacar también para pagarle a ella. Los dos chiquillos iban al cole. La nena me hacía la cena y el neno, enseguida, igual. Mi ex estaba trabajando en la construcción de Taramundi.

-Lo pudo hacer.

-Sí, pero hubo años en los que sólo me daba tiempo a correr y que al llegar la noche ya no recodaba lo que había hecho por la mañana. Aprendí a hacer tapices con José Arroyo, un catalán, e hice cursos de turismo de doscientas horas.

-La tienda la sacó de Taramundi.

-A raíz de que la abrí y hasta hace dos años siempre estuve dispuesta a ir a hacer demostraciones. Viajé a Madrid, Escocia, Bruselas, Milán, Barcelona, Santiago de Compostela, Gijón y Oviedo. Y di muchos cursos.

-Una cosa es hacer y otra, vender.

-Lo comercial nació conmigo, no me costó ningún trabajo. Los clientes me estimulaban. En octubre de 1988 me metí en un curso de la Asociación de Mujeres Campesinas, donde nos hablaron de las casas rurales. Era consejero Jesús Arango y la Asociación de Mujeres Campesinas organizó un viaje a Francia, Navarra y al Valle de Arán, todo pagado, para los que tuviéramos proyectos de turismo rural. Yo tenía uno en la casa de Arroxo. En ese viaje aprendí muchas cosas porque por allí llevaban treinta años haciendo turismo rural.

-¿Qué aprendió?

-Que el turismo rural era un complemento de la agricultura. Luego se desfiguró y acabaron haciéndose apartamentos de verano, nada vinculado a la figura de casa de aldea, que se cerraba en invierno. Ahí empezó mi carrera. En 1989 abrí la casa en Arroxo y tardé dos años en poder darla de alta porque faltaba la figura legal de casa de aldea.

-¿Qué hacía usted con los huéspedes?

-Les daba leche de nuestras vacas y mermelada casera. No había teléfono y tenía que contactar con ellos en un bar, en Bres, a un kilómetro, y bajaba andando.

-No sé qué opinaba su marido, pero pudo hacer muchas cosas.

-Aguanté mucho y cuando no pude más marché.

-¿Cuándo fue eso?

-Me separé el 4 de abril de 2000. La vida es una carrera, estás todos los días en ella y no te puedes parar. Hay cosas que no se aprenden en la Universidad. Esto lo descubrí con los clientes y con mi gente.

-¿Le sorprendió hasta dónde podía llegar?

-Sí. De pequeña no podía imaginar que podría hacer esto. Las satisfacciones que recibía eran el dinero con el que iba avanzando y arreglando cosas y el apoyo que me daba la gente.

-¿Cuánto llegó a tener?

-Cuando me separé tenía tres casas de aldea que se quedó mi ex con ellas. Yo me quedé con las tiendas y los préstamos. Ahora estoy recién retirada. Tengo alquilada una de las tiendas a una pastelería y la otra la lleva mi hija.

-Usted trabajó mucho. ¿Estuvo muy presente en la educación de sus hijos?

-Les di la mejor educación que pude. La cría cuando paró de estudiar siguió trabajando conmigo y al crío le hacía la comida y las cosas de casa y todo. Por ellos no me separé antes.

-Se retira, pero sigue haciendo cosas.

-Sí, pero he bajado el ritmo. De mi trabajo haré lo que me dé la gana, centrada en el telar.

-¿Qué tal cree que le trató la vida hasta ahora?

-Con mi público y mi gente, bien. Tengo reconocimiento, me dieron en 2000 la medalla de plata de Asturias y el cariño de mucha gente que vuelve a verme después de tantos años. Vinieron autoridades de Escocia para ver cómo trabajaba la lana. Hice un desfile en Bres con Lorena Tejedor, una actriz de cine nacional. Tienen un tapiz mío Bill Clinton, que fue presidente de los Estados Unidos, y los Reyes de España. En cuanto a los más allegados, el ex y la familia y otros más, pues bueno, regular. Lo voy a dejar así.

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