Un día histórico para la Iglesia asturiana. Con la solemnidad propia de estos actos, hasta hace unos años con Roma como sede obligada, la catedral de Oviedo acogió por primera vez la ceremonia de beatificación de cuatro asturianos, mártires durante la guerra civil. Presidió el acto religioso el Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, cardenal Angelo Amato, quien fue el encargado de leer la carta apostólica del Papa Francisco por la que elevaban a la categoría de beatos al sacerdote Jenaro Fueyo Castañón, a los mineros Segundo Alonso González e Isidro Fernández Cordero, y al estudiante de Magisterio, Antonio González Alonso, los "mártires de Nembra", en Aller.

"Heroicos testigos del Evangelio, hasta el derramamiento de sangre", señala la carta papal. El cardenal Amato hizo mención en su homilía y saludó al final de la misa a Enrique Fernández, de 85 años, quien en compañía de su familia siguió en primera línea la beatificación de su padre Isidro. Emocionado y sonriente, Enrique Fernández, que tenía 5 años cuando se desencadenó la tragedia, vivió ayer una montaña rusa de felicitaciones. "Su padre le envía un beso desde el Cielo", le dijo el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes.

El cardenal Angelo Amato reivindicó en la catedral el concepto de memoria histórica, aun sin nombrarlo. Son dos párrafos muy comentados al final de la ceremonia: "Han pasado ochenta años de esta masacre y las heridas se están cicatrizando poco a poco. Cada día que pasa la tragedia se aleja más y más, haciéndose menos visible. Nos preguntamos entonces: ¿Por qué no cancelamos esta página negra de la Historia española? ¿Por qué la Iglesia evoca aún aquel periodo de matanza de seres inocentes? La respuesta yace en el hecho de que, contra el riesgo real de la desaparición de aquel suceso sangriento, la Iglesia reclama, no por un sentimiento de venganza y de odio hacia los perseguidores de entonces, sino por un justo deseo de recuerdo. Si se olvida el pasado estamos condenados a repetirlo".

Buena memoria, capacidad para superar las encrucijadas, velar por la dignidad de los muertos y estudiar las lecciones de la Historia. Una estrategia por encima de ideologías y credos.

El perdón es un buen añadido. A él se refirió el cardenal Angelo Amato. "Solo la piedad vuelve humana a la sociedad". Y mencionó a Dostoievski: "La compasión constituye la más fundamental, quizá la única ley existencial de toda la humanidad".

La ceremonia de beatificación duró dos horas. Mitad misa, mitad concierto. Las voces de la Schola Cantorum de la catedral, dirigida por Leoncio Diéguez, brillaron en un templo abarrotado. La Schola estrenó un canto a los nuevos beatos y acabó con el Himno a Covadonga. A uno de los lados del altar se exhibía el cuadro pintado por el artista asturiano Juan Luis Varela, que representa a los cuatro mártires a partir de los escasos testimonios gráficos que han quedado de ellos. El óleo tiene destino: la parroquia de San Martín de Turón.

Uno de los momentos cumbre de la ceremonia llegó con la entrada solemne de la Caja de las Ágatas, con las reliquias de tres de los cuatro beatos. El cuerpo del joven Antonio González, al parecer tirado a un pozo en las inmediaciones del Alto de San Emiliano, jamás fue encontrado.

Al anciano sacerdote Ángel Garralda, vicepostulador de la causa y autor del libro "Los mártires de Nembra" le tocó papel destacado en la ceremonia. Tuvo que esperar quince años desde que en 1991 uno de los hijos de Segundo Alonso, Luis, comenzó por iniciativa propia un proceso que culminó ayer en Asturias. "La sangre derramada por los cristianos es el rocío que fecunda a la Iglesia". Palabras del Papa Francisco recordadas por el cardenal Amato para la ocasión.

Cuando desde el altar se relataron las circunstancias de las cuatro muertes hubo silencio consternado: detenidos, golpeados, obligados a cavar sus tumbas, degollados y descuartizados por un grupo de 14 personas, entre ellas cinco mujeres.

El rito de beatificación, al principio de la ceremonia, acabó con un cerrado aplauso en la catedral, que el 22 de abril de 2017 acogerá otra beatificación, la del sacerdote francés Louis-Antoine Rose Ormières (1809-1890), fundador de la congregación de las hermanas del Santo Ángel. Murió en Gijón y de ahí el escenario asturiano para su elevación a los altares.