Pocos casos tan tristes e indignantes como el de Vanesa Mayo, la niña luanquina violada y estrangulada con apenas 10 años de edad en 1989. El pasado día 7 se cumplieron 27 años de aquel horrendo crimen, del que no se ha querido hablar más en Luanco. Porque aún suscita mucho dolor. "Algo así nunca se olvida", aseguraba hace unos días Desiré Mayo, una hermana de la pequeña Vanesa, que hoy tendría 37 años. Desiré Mayo tuvo que soportar, hace diez años, cómo el asesino de su hermana, Manuel Jesús Rodríguez Suárez, se instalaba en Candás, justo enfrente de su vivienda. Rodríguez había salido de la cárcel tras cumplir solo 16 de los 35 años que le impuso la sección tercera de la Audiencia Provincial de Oviedo en noviembre de 1990. "Estuvo viviendo aquí unos meses, luego se marchó de Candás y no hemos vuelto a saber de él", añadió la hermana de la niña asesinada.

El día del crimen, la niña había ido sola, a bordo de su bicicleta, a comprar unas sandalias. Llegó la noche y no aparecía. Los familiares comenzaron a buscarla. Temían que hubiese sido atropellada por algún vehículo. Encontraron la bicicleta abandonada en un callejón. Los mayores temores de los padres y las hermanas de la niña se cumplieron unas horas después, cuando, sobre las seis de la madrugada, fue encontrado el cuerpo desnudo de la niña, a la que habría estrangulado y violado anal y vaginalmente, junto a unos contenedores por el portero de una discoteca, en la plaza Solara de la villa luanquina.

Se iniciaba así la caza del hombre que había cometido aquella crueldad. Tuvieron que pasar 46 días antes de que fuese detenido. La pista clave la dio un joven que, pasado de copas, hizo un comentario en el bar de los padres de Vanesa. Aseguraba que las investigaciones iba totalmente descaminadas, que la Policía debía buscar a alguien cuyos padres estaban en Galicia. Y ese era Manuel Jesús Rodríguez Suárez, un joven de Oviedo, separado y con un hijo. Trabajaba en una pizzería cercana al bar de los padres de la menor. Ésta , y al que ésta conocía necesariamente. De otro modo no se la hubiese llevado.

Hasta 200 sospechosos manejaron las fuerzas policiales y entre ellos se encontraba Manuel Jesús. Una vez detenido, terminó confesando haber matado a la niña. El gancho fue el interés de Vanesa por las motos. El asesino tenía una moto que le gustaba mucho a la niña. Comenzaron a hablar de vehículos sobre dos ruedas y el hombre la invitó a subir a su casa para enseñarle un catálogo de motos. Se aprovechó de la candidez de una niña de diez años. Una vez en la vivienda, que pertenecía a los padres del asesino, que estaban de viaje en Galicia, el hombre le enseñó varias revistas y vieron una película de vídeo. Culpó al consumo de LSD y alcohol. "Me tomé un 'tripi' y ginebra", dijo en el juicio. "No sé lo que me impulsó a acariciar los pechos de Vanesa, nunca me había atraído", añadió ante una sala superada por la franqueza del asesino.

La niña se levantó para marcharse y fue entonces cuando se produjo el crimen. "Cogí a Vanesa por el cuello, me asusté y no supe lo que hacía", aseguró ante el juez. Fue entonces cuando se produjo la violación en dos ocasiones. "Creo que ya estaba muerta", dijo ante el atónito tribunal.

Pero la afirmación de que estaba bajo los efectos del alcohol casa mal con su comportamiento tras matar a la niña. Porque, tras meterla debajo de la cama de sus padres, se duchó y se fue de copas con unos amigos a una discoteca. Los que estuvieron con él esa noche dijeron que estaba perfectamente. Un hermano suyo declaró en el juicio que "estaba muy mal por el consumo de drogas".

Según la declaración del asesino, volvió a la vivienda y tras dormir un rato, se dio cuenta de que tenía el cadáver de la niña en casa. Lo bajó, lo tiró junto a unos contenedores. La niña había dejado la bicicleta junto al portal cuando subió a la vivienda. El asesino se encargó de esconderla en un callejón y trató de borrar todas las huellas del crimen. Un comportamiento demasiado concienzudo para una persona supuestamente afectada por las drogas.

El fiscal pedía 28 años de prisión, que la acusación particular, ejercida por la familia de la víctima, bajo la dirección letrada de Jaime Fernández Bobes, pidió 50 años y seis meses. La defensa, a cargo del gijonés José Joaquín García, solicitó siete años. Sostenía que Manuel Jesús Rodríguez había cometido el crimen bajo los efectos de las drogas, y por ello consideraba que debía aplicarse la eximente incompleta de trastorno mental. Además, no había violación, porque el acceso carnal se había producido cuando la niña estaba ya muerta. El tribunal optó por una condena más cercana a las peticiones de la familia, 35 años de cárcel. Pero el Código Penal de 1973 permitía redimir un día de condena por cada día de trabajo en prisión, lo que unido a su buen comportamiento permitió al asesino salir a la calle una vez cumplidos 16 años de encarcelamiento. Demasiado poco, demasiada piedad para alguien que no la tuvo con una niña de diez años.