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JOSÉ MANUEL GARCÍA-MARGALLO | Exministro de Asuntos Exteriores, publica "Europa y el porvenir"

"Creía que la reforma de la Constitución era necesaria, pero el Presidente, no"

"No quise ninguna explicación sobre mi destitución"

José Manuel García-Margallo (Madrid, 1944), seguramente el ministro más locuaz del primer Gobierno de Mariano Rajoy, el amigo del Presidente y el líder del grupo de ministros críticos con la política de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, acaba de perder su cartera en Asuntos Exteriores. Como es hiperactivo, ya está sin solución de continuidad en otra tarea, en este caso la presentación de su libro elaborado junto con Fernando Eguidazu, "Europa y el porvenir" (Península). El ya exministro no esconde su elevada autoestima al afirmar que ya ha recibido suculentas ofertas del sector privado, aunque promete que no hará nada incompatible con su condición de diputado por Valencia. Su carácter peleón le llevó en una ocasión a calificar de "ágrafo" y de poco dado a la lectura al ministro Montoro, otro de los compañeros de Gobierno con el que tampoco sintonizó. Con su desparpajo habitual, García-Margallo asegura en esta entrevista con "Epipress" no sentir arrepentimiento alguno por haber expresado sus diferencias con el Presidente sobre la reforma constitucional, ni con la vicepresidenta en algunos problemas serios de España, ni, naturalmente, con el titular de Hacienda, sobre la financiación autonómica y la total reforma fiscal que en su opinión necesita España. Tiene a gala no haber dejado ni un solo problema internacional pendiente a su sucesor, aunque lamenta no haber sido capaz de adecuar el servicio exterior de España a la realidad del siglo XXI.

-Señor García-Margallo, ¿cómo llevó usted que Rajoy se opusiera a su idea de reformar la Constitución?

-La primera obligación de un ministro es la lealtad a su presidente. Yo creía y creo que la reforma constitucional era y es absolutamente necesaria, pero el Presidente no lo consideró así. Y Roma locuta, causa finta.

-El ministro Luis de Guindos escribe en su reciente libro sobre la crisis económica que se dio cuenta de que España estaba en Segunda División en Europa cuando Angela Merkel nos dejó fuera del directorio del BCE por primera vez desde su fundación, en 1998. ¿Tan poco pintamos ahora en Europa?

-No lo veo así. En Europa tenemos en estos momentos una sobrerrepresentación de funcionarios. Y las primeras propuestas que se han hecho para refundar Europa nacieron en Palma de Mallorca. España es la cuarta economía del euro y la quinta de la Unión Europea mientras siga el Reino Unido.

-¿Cómo digirió usted como responsable de Exteriores el fracaso de Luis de Guindos cuando presentó su candidatura como presidente del Eurogrupo?

-La diplomacia española intentó ayudarle en todo lo posible, pero eso lo decidieron los ministros de Economía del Eurogrupo. Gracias a los esfuerzos de mi Ministerio estuvo a punto de conseguir la medalla de oro en el Eurogrupo y logramos el respaldo de Alemania.

-¿Se han tensado las relaciones con Italia, cuyo primer ministro, Matteo Renzi, trató de vetar a Rajoy en la despedida que Europa va a dar a Obama en Berlín?

-Eso es rigurosamente falso. Hace tres meses estuve en Roma con el ministro de Exteriores de Italia y me prometió que haría todo lo posible para que Rajoy estuviese en esa reunión. Si no estuvimos en las anteriores convocatorias fue porque éramos un Gobierno en funciones.

-La política exterior aparece como uno de los lunares del Gobierno del PP. Incluso su director de gabinete, Juan José Buitrago, ha escrito en un libro suyo que usted ha sido más un ministro de Interior que de Exteriores.

-Lo que dice Buitrago es que además de ocuparme de la política exterior de España, me he preocupado también por temas de política interior. Y respecto a Cataluña, he dejado siempre claro que el partido sobre la secesión se juega fuera.

-Stiglitz dice que Cataluña sería viable siendo un Estado.

-Es verdad, pero siempre y cuando formase parte de la Unión Europea. Pero no es el caso, porque para formar parte de la Unión Europea primero tiene que ser reconocida como Estado y luego ser admitida. Espero que mi sucesor sepa contrarrestar la ofensiva que Romeva hace fuera de España.

-Su gran preocupación ha sido Cataluña. ¿Qué cabe hacer ahora ante la ofensiva de Puigdemont?

-Actuar con firmeza y con flexibilidad. Defensa absoluta de las líneas fundamentales de la Constitución y atender aquellos motivos de desafección de los catalanes. A los independentistas no hay manera de contentarlos, pero sí a la sociedad catalana, que espera una respuesta por parte del Gobierno español.

-¿Qué tipo de respuesta?

-Hay que atender el tema de las infraestructuras públicas, y en especial el corredor del Mediterráneo; hay que respetar y mostrar cariño a sus señas de identidad y hay que impulsar un cambio en el sistema de financiación autonómica que acabe con las injusticias que han padecido Cataluña y la Comunidad Valenciana.

-El presidente Rajoy tuvo la deferencia de explicarle personalmente a usted por qué no seguiría en el Gobierno. ¿Le llegó a convencer?

-Me recibió durante una hora en la Moncloa y a ese tema dedicamos 30 segundos. No quise ninguna explicación. Soy democristiano y entonces le cité el libro de Job en el pasaje que dice: "El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor".

-¿Cómo vaticina que se desarrollará esta legislatura?

-Con enorme optimismo. Soy hombre de la Transición y aquello salió muy bien porque se apostó por el consenso. Los españoles nos han obligado a dialogar y podemos hacer una segunda Transición que nos dé otros 40 años de estabilidad y progreso.

-¿No se dio cuenta usted de que encabezando ese grupo de ministros llamado G-7 frente a la Vicepresidenta se estaba cavando su tumba?

-Yo respondo a mi conciencia y a mis electores. Había problemas muy serios en España y mi obligación era exponer cuáles creo yo que son las soluciones a esos problemas.

-¿Se arrepiente de eso?

-En absoluto.

-¿Qué diferencias tenía realmente con la Vicepresidenta?

-El Consejo de Ministros no es el comité central del Partido Comunista de la Unión Soviética. Unas veces coincidía con la Vicepresidenta y otras no, pero me pasaba lo mismo con otros ministros.

-¿Qué le distancia a usted de Montoro, quien le acusó de arrogancia intelectual?

-Yo he sido partidario de modificar el sistema de financiación autonómica porque me parece injusto y no garantiza el principio de igualdad de todos los españoles. El ministro de Hacienda no piensa lo mismo. Yo soy inspector de finanzas y creo que España necesita una reforma fiscal en su totalidad.

-¿Cuál considera que ha sido su mayor éxito como ministro?

-Hemos afianzado nuestras relaciones con la Unión Europea y con Estados Unidos. Tenemos magníficas relaciones con Marruecos y Argelia, presencia en la coalición internacional en Siria e Irak, y ha habido una refundación de las cumbres iberoamericanas. Cuando yo entregué la cartera lo hice sin transmitir ni un solo problema de ámbito internacional.

-¿Y su mayor fracaso?

-No haber sido capaz de adecuar el servicio exterior español a la realidad del siglo XXI.

-¿Va a dejar la política?

-Entré en política en una dictadura y en el País Vasco porque tengo pasión por España. He entregado la cartera, pero no la cabeza ni mi pasión por España. Voy a seguir en política hasta el día que me muera. Ahora tendré más tiempo para la reflexión, más libertad para expresarme y más capacidad para poder vertebrar movimientos en la sociedad civil que frenen los populismos.

-¿Le ha hecho ya ofertas suculentas la empresa privada?

-Sí, pero no haré nada que sea incompatible con mi condición de diputado.

-Su proclama europeísta coincide con el éxito del "Brexit" y el creciente pesimismo de los europeos, que se sienten indefensos ante los avances de la globalización. ¿Qué está ocurriendo en Europa?

-El "Brexit" no es más que el síntoma de una enfermedad mucho más extendida que lleva mucho tiempo incubándose. El "Brexit" es un parteaguas en la historia y tenemos que decidir si el proceso de integración sigue avanzando o si se paraliza o retrocede.

-¿Qué aconseja usted?

-Dar un salto hacia delante para que el "Brexit" no se interprete como el principio del fin de la Unión Europea, sino como el momento en el que Europa impulsa el camino que le lleve a los Estados Unidos de Europa.

-En España se extiende la creencia de que hemos vendido nuestros mercados al exterior a cambio de subvenciones y que ahora sólo nos queda trabajar como camareros. ¿Es así?

-La etapa posterior al ingreso de España en lo que era la Comunidad Europea ha sido el periodo histórico en el que nuestra prosperidad ha sido mayor. La riqueza de los españoles se ha multiplicado por seis desde 1989, así que esa creencia es falsa.

-¿Está realmente en peligro el euro si persisten las actuales circunstancias de desconfianza e inestabilidad?

-El euro es irreversible porque se han creado unas interdependencias tan estrechas que son casi imposibles de romper. Lo que sí está en juego es que el euro funcione bien.

-Dígame. ¿Por qué no funciona bien?

-En Maastricht se cometió el error de creer que se podía hacer una unión monetaria sin una unión bancaria paralela y sin establecer un gobierno económico capaz de limar las asperezas que desgastan la convivencia. Eso es lo que tenemos que hacer en este momento.

-¿A qué se debe la creciente desconfianza de los europeos en Europa?

-Pasa también en Estados Unidos con el "fenómeno Trump". Lo realmente importante es que muchos jóvenes, el 41 por ciento de los menores de 26 años, votaron en las elecciones europeas a Marine Le Pen porque sienten un déficit de futuro. Hay muchos ciudadanos que han creído que la globalización, especialmente después de la crisis de Lehman Brothers, pone en peligro su puesto de trabajo, su nivel de vida y su identidad cultural. Creen además que esto es culpa de las políticas de acogida de los inmigrantes y por los tratados de libre comercio. Estos ciudadanos culpan a las castas de haber abanderado esas reformas y aquí lo que ha habido es un movimiento de indignación contra lo que piensan que ha traído la globalización que cristaliza en movimientos tanto de extrema izquierda como de extrema derecha. Consideran caduco el orden actual pero no proponen cómo debe ser el orden nuevo.

-¿Hace falta refundar los mercados financieros?

-Trump ha insinuado en campaña que quiere derogar la ley que separa las funciones de los bancos de comercio de los de inversión. Yo creo que si volvemos otra vez a la barra libre, a la autorregulación de los bancos, estamos abocados a la catástrofe. Para que un mercado funcione tiene que estar regulado para evitar excesos.

-Los Bancos Centrales rescataron a muchas entidades financieras en dificultades y, claro, Podemos se queja porque opina que habría sido mejor rescatar a la gente que lo está pasando mal por una crisis financiera de la que no tiene culpa.

-La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero, pero una cosa es denunciar y otra proponer soluciones. Lo que no se puede permitir es que cuando las cosas van bien se repartan dividendos, bonos y sueldos multimillonarios, y cuando van mal sea el contribuyente el que pague.

-¿Por qué propone usted disminuir el peso de las cotizaciones sociales y aumentar en paralelo el Impuesto sobre el Valor Añadido?

-Las cotizaciones sociales son un impuesto al empleo y son un coste laboral que supone el aumento de los precios de los productos hechos en España. El Impuesto sobre el Valor Añadido, al gravar las importaciones grava los productos hechos en España y los importados. Además, se devuelve a los exportadores y favorece la competitividad. El Impuesto sobre el Valor Añadido favorece además la inversión y la eficiencia empresarial, y eso se traduce en contratos estables, fijos y más productividad.

-¿Habría que regular un modelo de pensiones europeo similar para todos?

-Parcialmente. Sí. Parte de las cotizaciones tendría que ir a un fondo europeo que sirva para pagar parte de las prestaciones sociales y especialmente las pensiones. Eso permitiría que cuando haya convulsiones en los mercados se equilibren los riesgos. A eso se le llama mutualizar para compartir y distribuir riesgos.

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