El juez chileno Juan Guzmán Tapia, conocido por abrir la llamada "causa del siglo" contra el general Pinochet, recibió esta semana, en la Casa de la Nobleza de Estocolmo (Suecia), el premio "Harald Edelstam" por su contribución en favor de los Derechos Humanos.

Tapia estuvo en el Principado en 2007 para dar una charla en Noreña. En paralelo al galardón, el historiador y arqueólogo asturiano Gabino Busto Hevia, entrevistó en París al magistrado, con quien mantiene contacto desde hace años. Ésta fue la conversación.

"El proceso a Pinochet sirvió para disuadir a posibles dictadores de cualquier parte del mundo". Ésa es una de las valoraciones que hace el juez chileno Juan Guzmán Tapia del resultado de aquella causa que por su valentía conmocionó al mundo. En esta entrevista revive con detalle la actuación judicial.

-Hace ya casi veinte años de la llamada "causa del siglo"...

-Si se refiere a las múltiples investigaciones, procesamientos y juicios que se sustanciaron en Chile contra el general Augusto Pinochet y a su prisión en Londres, con motivo de una extradición solicitada desde Madrid, sí. Precisamente, en enero de 1998, el abogado Eduardo Contreras presentó una querella en contra del mencionado dictador por los delitos de secuestro, tortura, asesinato y genocidio. Esa causa llegó a mis manos, por sorteo, de manera que, una vez estudiada su pertinencia, acepté sustanciarla. Por otra parte, en 1996, había comenzado en España otro juicio por los mismos hechos punibles en contra del referido general.

-¿Qué pensó cuando llegó a sus manos ese expediente?

-Pensé que se trataba de una causa muy delicada, extremadamente difícil y que implicaría bastante peligro. Debe recordarse que el general Pinochet había sido la persona más importante de Chile a lo largo de diecisiete años, periodo que duró su dictadura. Aun después, como es sabido, dicho militar continuó ejerciendo el cargo de comandante en jefe del Ejército...

-¿Se consideró entonces la posibilidad de otro golpe de Estado en Chile?

-Sí, muchas personas consideraron esa posibilidad. Aparte de eso, el sentir general de los jueces era que procesar a Pinochet resultaba irrealizable y que yo debía intentar sobreseer la causa lo antes posible.

-A pesar del riesgo, siguió.

-En efecto, esa causa, que fue conocida como "Calle Conferencia", denunciaba la desaparición de muchísimas personas, esto es, la perpetración de secuestros masivos efectuados por uniformados pertenecientes a la Dirección de Inteligencia Nacional, una especie de Policía castrense conocida por su acrónimo, DINA. Era un hecho comprobado que las víctimas habían sido aprehendidas por oficiales de esa entidad, que resultaron privadas de su libertad en prisiones clandestinas y que, finalmente, no se supo más de ellas. La denominación "Calle Conferencia" se debía a que los delitos comenzaron en una casa de esa calle, en Santiago.

-Le llegaron otras muchas causas contra el general Pinochet. ¿Por qué a usted?

-Eso fue así en virtud del llamado principio de acumulación, por el cual todas las causas por crímenes o simples delitos atribuidas a una persona deben recaer en el mismo juez que ya comenzó a enjuiciar a esa persona. Por ese principio, las causas más nuevas se acumularon a la más antigua.

-En muy poco tiempo, estuvo a cargo de casi trescientas causas criminales, lo que le llevó a recorrer Chile en busca de restos humanos y logró aclarar el destino de numerosos detenidos y desaparecidos.

-La verdad es que la tarea que debía abordar me pareció enorme. Además, estar a cargo de tanto proceso, me obligó a elegir qué causas investigar primero y cuáles después. De manera que opté por centrarme, en primer lugar, en las causas que presentaban mayor número de víctimas como la "Caravana de la Muerte", la "operación Cóndor", la "operación Colombo" y algunas más. En el curso de esas investigaciones, debí constituirme en diversas partes del país para exhumar restos humanos, hacer reconstituciones de escena y cumplimentar muchas inspecciones personales. En la prospección de restos, con mi equipo de policías investigadores y de personal forense, recorrimos, entre otros sitios, grandes extensiones del desierto de Atacama, cementerios, sectores costeros del mar, espacios ribereños de algunos ríos, así como regimientos militares y predios en donde habían entrado muchas personas que nunca más se volvieron a ver...

-A veces tuvo que trabajar con chaleco antibalas...

-Sí. Fue preciso adoptar varias medidas de seguridad. En realidad fueron pocos los restos que logramos exhumar y menos aún los que logramos identificar gracias a las pericias de los laboratorios forenses, tanto chilenos como estadounidenses.

-El primer proceso versó sobre las desapariciones forzadas. Sin embargo, hubo torturas, asesinatos y otros crímenes propios de las dictaduras más arcaicas y sangrientas.

-Sí, los hubo... Más de 3.000 asesinatos, más de 1.200 desaparecidos y más de 36.000 casos de tortura, entre otras violaciones a los derechos humanos de miles de personas. Las causas que investigué versaron sobre numerosos de esos crímenes. Procesé a Pinochet en el contexto de dos casos: el de la "Caravana de la Muerte" y el de la "operación Cóndor". Pero antes de esos procesamientos, se produjo la detención de Pinochet en Londres, ordenada por el juez español Baltasar Garzón. Esa detención tenía por objeto asegurar la persona de Pinochet en la capital británica. Recuerdo que su prisión duró allí más de 500 días.

-¿Esa causa de Garzón benefició o perjudicó a la suya?

-En cuanto al procedimiento, no originó contratiempos de ningún tipo. Entretanto, yo logré reunir muchísimas probanzas en los distintos sitios que recorrí y pude, además, procesar a otros muchos agentes estatales, entre ellos, a los oficiales del Ejército que formaron parte de la referida "Caravana de la Muerte". Además, como yo no sabía cuánto tiempo más permanecería Pinochet preso en Europa, envié, mediante una carta rogatoria, una lista de setenta y cinco preguntas para que prestara su declaración indagatoria en relación a los episodios en los que yo había avanzado. Por su parte, el interpelado respondió, en términos muy genéricos, expresando que no había cometido ninguno de los crímenes que se le aplicaban, aparte de no aceptar la jurisdicción que Garzón se atribuía.

-¿Ese cuestionario le sirvió más adelante, cuando Pinochet regresó a Chile?

-Se lo voy a decir: una vez Pinochet llegó a Chile, liberado por el ministro británico del Interior, Jack Straw, concurrí sin demora al domicilio del general Pinochet sin poder interrogarlo, porque resulta que se había marchado a su casa de campo. Tomé luego rumbo a su casa de campo, pero se había ido a otro sitio. Me di cuenta de que aquello era, en términos coloquiales, el juego del gato y el ratón. Entonces se me ocurrió utilizar el mencionado interrogatorio para procesarlo después, puesto que, en mi concepto, se concitaban los tres requisitos legales para poder hacerlo: la justificación de determinados crímenes, las presunciones fundadas de haber tenido participación el imputado en esos crímenes y, finalmente, la de haber prestado el inculpado su declaración indagatoria respecto a su participación en los hechos punibles.

-Fue entonces cuando, por fin, pudo procesarlo.

-Lo procesé como autor de los crímenes de la "Caravana de la Muerte". Se trataba de un conjunto de secuestros y asesinatos cometidos a raíz de una orden que el general Pinochet había dado a otro general, para que recorriera gran parte de Chile visitando diversos regimientos "acelerando los juicios militares". La referida orden se cumplió mediante el asesinato y la desaparición de más de setenta y cinco "prisioneros políticos". Ese recorrido se efectuó en un helicóptero militar Puma, que trasladó al referido general con un importante grupo de oficiales del Ejército.

-Ese procesamiento fue revocado por la Corte de Apelaciones de Santiago.

-Eso es, mediante un recurso de amparo, presentado por los abogados del señor Pinochet. Es decir, el procesamiento quedó sin efecto. Sin embargo, un tiempo después, luego de efectuar pericias sobre el estado físico y las facultades mentales del general Pinochet, y de interrogarlo personalmente, esta vez acerca de su eventual participación en los mencionados crímenes, volví a procesarlo como autor de aquellos delitos. En esa ocasión, una sala de la Corte de Apelaciones de Santiago confirmó ese procesamiento, aunque atribuyéndole a Pinochet la calidad de encubridor. Nunca entendí cómo podía ser encubridor el superior que había dado la orden explícita de "acelerar los procesos militares". Un tiempo después, la Corte Suprema, acogiendo una petición de sobreseimiento presentada por la defensa de Pinochet, lo sobreseyó por estimar que sus facultades mentales no se encontraban aptas para enfrentar un juicio.

-Pero no terminó ahí...

-Yo había avanzado en la investigación del episodio conocido como "operación Cóndor" y había reunido numerosas pruebas que permitían procesar nuevamente al general Pinochet en dicha causa. En consecuencia, lo interrogué de nuevo, personalmente, en su domicilio, como era preceptivo y, en tanto no me pareció que presentara algún tipo de demencia, lo procesé como autor de los asesinatos y secuestros. Esa causa tuvo que ver con la activación de un plan por el cual las policías y los gobiernos de cinco dictaduras de América del Sur se ponían de acuerdo para detener, interrogar, torturar, asesinar y hacer desaparecer a personas supuestamente peligrosas para dichos países, prestándose todo tipo de ayuda y colaboración. En virtud de dicho plan se perpetraron numerosos asesinatos y secuestros. La defensa del señor Pinochet recurrió de apelación. Y la Corte de Apelaciones de Santiago sobreseyó nuevamente el asunto del señor Pinochet, argumentando "cosa juzgada", esto es, que ya se había fallado dicha causa.

-Pero, desde su criterio, no resultó efectivo que hubiera "cosa juzgada".

-Para que se hubiera producido ese efecto debía haber habido antes un juicio por los mismos delitos, que éstos hubieran sido perpetrados por los mismos imputados y que hubieran afectado a las mismas víctimas. En el caso al que nos referimos, si bien el imputado era el mismo y los crímenes podían ser nominalmente los mismos, las víctimas, obviamente, no habían sido las mismas.

-Usted alcanzó notoriedad internacional por haber aceptado tramitar esos dificultosos y arriesgados procesos cuando aún era una quimera juzgar al general Pinochet, por haber procesado a un dictador en su propio país y por haber creado la figura delictiva del "secuestro permanente".

-Agradezco estas apostillas, que me permiten ahondar en aspectos significativos del proceso. Enjuiciar al general Pinochet realmente parecía una quimera. Sin embargo, existiendo delitos como los que se fueron acreditando y habiendo presunciones múltiples respecto a su participación, había una sola vía a seguir: la de declarar su procesamiento y poder juzgarlo. Fue difícil, como usted señala, ocuparme de las referidas causas, siendo su principal autor el general Augusto Pinochet. En cuanto al tema del "secuestro permanente", lo que hice fue materializar una figura que ya conocía doctrinariamente. Me explico: existen delitos espontáneos y crímenes continuos. Los primeros se consuman al instante de perpetrarse, como, por ejemplo, un robo o un homicidio. Los continuos, en cambio, se perpetran desde el comienzo de su ejecución y duran todo el tiempo en que se están desarrollando. Ése es el caso, por ejemplo, de los secuestros y las usurpaciones.

-¿Cómo operaba la denominada amnistía chilena de 1978 respecto a los secuestros?

-En 1978, esto es, cinco años después del golpe de Estado en Chile, se promulgó un decreto ley que amnistió a los autores de los crímenes cometidos desde el 11 de septiembre de 1973 hasta marzo de 1978. Dicha amnistía cubría a quienes habían perpetrado crímenes e incluso a quienes habían incurrido en simples delitos, entre la fecha del golpe, como he dicho, hasta marzo de 1978. En el caso de los secuestros, entendidos éstos como crímenes continuos, yo estimé que, si comenzaron a perpetrarse durante el lapso señalado de la amnistía y continuaban cometiéndose después de marzo de 1978, no resultaban cubiertos por dicha amnistía. Ése era el caso de los más de 1.200 secuestros que se consumaron durante los primeros cinco años de la dictadura y continuaron perpetrándose después, y casi todos, hasta hoy.

-¿Se vio en la obligación forzosa de aplicar la amnistía respecto a los homicidios?

-Es cierto que procesé a muchos agentes estatales, entre ellos al general Pinochet, como autores de los delitos de homicidio calificado o asesinato. Pienso que eso era lo que correspondía. En primer lugar, porque pensaba que el momento de declarar la amnistía era, justamente, cuando se dictaran las sentencias definitivas. Además, hay que tener en consideración que varios jueces y salas de las Cortes de Apelaciones estimaban que estos asesinatos eran crímenes contra la humanidad. Ha habido hasta sentencias de la Corte Suprema en ese sentido.

-Con la perspectiva que da el tiempo, ¿cómo valora hoy aquel proceso?

-Honestamente, mi valoración es que todas esas causas han tenido una importancia capital. Primero, gracias a los procesos se conoció cuál fue la verdad de la dictadura militar chilena y la realidad de los crímenes perpetrados durante su transcurso; segundo, se probó que hubo asesinatos en lugar de enfrentamientos y que los juicios militares resultaron meros montajes; tercero, se conocieron a los perpetradores de esos crímenes; cuarto, se restituyó la buena fama de las víctimas y se pudo redimir a las personas que durante mucho tiempo habían sido considerados traidores a la patria o terroristas -hoy sabemos que eran, en su mayoría, jóvenes entusiastas que creían en un mundo mejor y más equitativo, o bien, resistentes que ansiaban retornar al sistema democrático-; quinto, en algunos casos, los parientes de las víctimas desaparecidas recuperaron los restos de sus familiares, lograron reconocer su identidad y pudieron brindarles digna sepultura, y, en sexto y último lugar, aunque no menos destacado, pienso que estos procesos, acusaciones y juicios servirán para disuadir a posibles dictadores o autócratas de cualquier parte del mundo de incurrir en crímenes como los señalados y también para dejarles claro que, de atreverse a cometerlos, su impunidad terminará cesando.