En la fotografía que le hizo un hueco en la historia, Luis Sáenz de Santamaría entrega al actual rey de España, en una tribuna levantada junto a la basílica de Covadonga, un pergamino y una insignia con la Cruz de la Victoria, los atributos que a partir de aquel 1 de noviembre de 1977 reconocían simbólicamente a Felipe de Borbón como Príncipe de Asturias. Sáenz de Santamaría, ingeniero de minas, sería el último presidente de la extinta Diputación Provincial de Oviedo. En la madrugada de ayer falleció en su casa de la capital del Principado a los 95 años, dejando tras de sí una extensa trayectoria profesional en Duro Felguera y Hunosa, aquella experiencia de primera línea política en la convulsa Transición -de 1973 a 1979 fue concejal del Ayuntamiento de Oviedo antes que diputado y presidente- y una larga vida que le dio tres hijos, seis nietos y un bisnieto, Pelayo, recién nacido en Palma de Mallorca el pasado 26 de diciembre.

Luis Sáenz de Santamaría, cuyo funeral se oficiará a las doce de este mediodía en la iglesia de El Cristo, en Montecerrao, a escasos metros de su domicilio, murió en casa en la madrugada de Reyes y sin que pese a sus 95 años y siete meses padeciera ninguna enfermedad grave. Era el último hermano vivo del teniente general José Antonio Sáenz de Santamaría, figura clave de la Transición, fallecido en agosto de 2003 tras seis décadas de laureada y fructífera biografía castrense que incluyó la dirección general de la Policía y de la Guardia Civil. Nieto, hijo, sobrino y abuelo de ingenieros, Luis era el menor de tres hermanos y el único de ellos que prolongó la tradición familiar asumiendo una profesión arraigada en la estirpe al menos desde que su abuelo, Sebastián, presidió el Consejo Nacional de la Minería en los años veinte. También habían sido las minas las que habían traído al abuelo a Asturias desde La Rioja.

Nacido predestinado en Sorriego, en El Entrego, en una casa de Duro Felguera para sus trabajadores, Luis Sáenz de Santamaría tomó el camino de la mina y desarrolló casi toda su carrera profesional en Duro y Hunosa, donde se jubiló a mediados de los años ochenta como director de seguridad. En su primer destino, de 1948 a 1951, fue ingeniero auxiliar en el pozo Mosquitera, en Carbayín; después jefe de grupo en El Sotón, jefe de mantenimiento en los Talleres Santa Ana, en El Entrego, y desde 1963 responsable de seguridad de Hunosa, empresa de la que guardaba con cariño la Medalla de Oro de Honor. "Lo peor de la minería", contaba en una entrevista en 2012, "era el teléfono en la mesilla de noche. Cuando sonaba, sabías que había un accidente o algo desagradable..."

Viudo de María Luisa Prieto y padre de tres hijos -María Luisa, José Luis, abogado en el Grupo Masaveu, y Susana-, tras abandonar la Diputación ejerció nueve años como decano del Colegio de Ingenieros de Minas del Noroeste y promovió la Fundación para la Investigación Tecnológica Luis Fernández Velasco. Era un gran aficionado a la cocina y al bricolaje y de su breve pero intensa experiencia política le quedaba sobre todo el orgullo de haber firmado los contratos para la construcción de la autopista del Huerna.

Dirigió la Diputación provincial en los años previos a su extinción, compaginando la política con su trabajo en las minas, y su imagen quedará para siempre en la foto histórica del acto en el que se oficializó la recuperación del título de Príncipe de Asturias tras el paréntesis de la dictadura. En Covadonga, aquel día de Todos los Santos de 1977, en la resurrección de una ceremonia de tradición milenaria para "presentar" al Príncipe en Asturias, Don Felipe recibió de sus manos el pergamino acreditativo -una obra de arte en la que figuran los nombres de todos los concejos asturianos-, la venera con la Cruz de la Victoria y un remedo del denominado "tributo de mantillas", una contribución simbólica que en su versión tradicional eran mil doblas y esta vez una bolsa de cuero con cien monedas de duro.

La Cruz en el escudo

En el discurso que pronunció ante la basílica, en aquel día de la incipiente Transición en el que casi todo estaba en construcción, Luis Sáenz de Santamaría dejó caer además una demanda al rey Juan Carlos, allí presente. Le pidió "que la Cruz de la Victoria, enarbolada por Pelayo en estas agrestes montañas (?), signo y emblema de Asturias, se contenga en el escudo nacional, como clara expresión de aquel reino que fue origen de España misma?" No recibió respuesta afirmativa ni aquel día, en la réplica del monarca, ni después. "No cuajó", reconocía, después de valorar aquel día como un momento "muy emotivo" de su trayectoria política, que abandonó en 1979.

Su incursión en la vida pública le valió la Cruz del Mérito Civil y antes de dejarla participó en las comisiones para la adaptación del entramado administrativo de la dictadura a la Preautonomía, a cuyo primer presidente, Rafael Fernández, recordaba con mucho cariño.