"La soledad es muy mala, pasa factura. Y más cuando cae la noche y llegan los fantasmas. ¡Son muy duras las noches! Y solo al amanecer, cuando vuelve la luz, se encuentra el bálsamo y las dudas se disipan". Así relata Joaquín Álvarez, guía de montaña ovetense y rsidente en Arenas de Cabrales, algunas de las sensaciones que tuvo al culminar una proeza: protagonizar la primera escalada invernal en solitario de la historia al Canal del Pájaro Negro, en la Peña Santa de Castilla o Torre Santa, una de las escaladas más míticas y complicadas de cuantas se pueden realizar en la Cordillera Cantábrica.

Fueron casi 51 horas de marcha y escalada, con temperaturas de hasta 10 grados bajo cero. Pasó una noche en un refugio vivac y otra al raso, en la cima de la Peña Santa. Asegura que sufrió lo indecible, pasó frío, llegó a tener pesadillas a causa del cansancio y estuvo a punto de darse por vencido, pero supo reponerse y acabó cumpliendo su sueño.

Resalta que se había planteado la salida como un "test psicológico", una suerte de "mentalización". Buscaba "compromiso", "aventura", "una pared grande" y "soledad". Y esa combinación solo podía hallarla en la Peña Santa, que con 2.596 metros, es el pico más alto del macizo occidental de los Picos de Europa.

Cuando dejó su coche junto a un paso canadiense en la pista de Vegabaño supo que estaría completamente solo. Saco de pluma, camiseta térmica, forro polar, dos pares de guantes, una malla, unas medias de invierno, pies de gato, bolsa de magnesio, un montón de cintas, material, botas, comida (tres tabletas de chocolate, cinco manzanas reinetas, tres paquetes de pavo y uno de pan de molde), bebida (dos botellines de plástico de 75 centilitros)... Y en marcha. Son las tres menos diez del martes 27 de diciembre. Atrás se quedan el hornillo, un forro polar, el plumífero... la civilización. Y piensa: "Si me resbalo aquí y me rompo una pierna me muero de vergüenza, digo que me atacó un oso o algo..." Le da la risa.

En el primer tramo del camino, curiosamente, pasa mucho calor, pero pronto hay un nevero cristalizado. Tiene que ponerse las botas y los crampones. Empieza el frío. Asegura que se quedó "maravillado" al contemplar la gran pared sur de Peña Santa. Llega a Vegahuerta ya de noche. Está completamente solo. Hay velas y... sí el mechero está en la mochila.. "Las velas dan una luz más moral que real, pero acompañan y hacen hogar mientras me pongo la ropa seca", rememora. ¿La cena? dos rebanadas de pan, media tableta de chocolate y una manzana. Y a intentar dormir. Diez horas sin sacar la cabeza del saco, pero durmiendo solo a ratos, "intentando ahuyentar los fantasmas que siembran la noche de dudas, incertidumbres y miedos", dice.

Por la mañana el frío es intensísimo, pero se pone en camino a las ocho y cuarto. Cincuenta minutos después llega al pie de la Peña Santa. El peso de la mochila (más de 20 kilos) y la dificultad del primer tramo, en hielo, hacen que se desepere. Escalar en solitario cuesta el doble. O más. Hay que escalar, asegurar, bajar, recoger el material y volver a subir. Agotador. Hubo tramos que tuvo que hacer al solo integral. Asegura que estuvo a punto de rendirse. Pero no lo hizo y, al rato, empezó a disfrutar de la escalada.

Por momentos recuerda los consejos de su tío Tito Claudio: "¡Sobrino, cuando dudes, escala por lo más lógico!". Asi lo hace. Resulta. La segunda dificultad llega en la Cresta de los Basares, al pie de la cima, en muy malas condiciones: tuvo que calzar los pies de gato, "con un frío de morirse", y emplear "todos los recursos técnicos" para hacer cumbre a las siete menos veinte de la tarde. Hizo noche en la cima y fue "una de las más maravillosas" de su vida. "Una estrellada alucinante, las luces de Bilbao, Santander, Gijón, Avilés... Y todos los faros destellando". Eso al Norte, porque al Sur, había una franja de 200 kilómetros de largo y 30 de ancho de absoluta oscuridad y una luz: San Xuan de Beleño. Y más allá, Palencia, Burgos y León. "Una visión increíble", afirma.

Pero si dura fue la subida aún más lo fue la bajada, porque estaba "agotado. Tuve pesadillas por el cansancio y la falta de hidratación", indica. Tuvo que reparar rápeles que algún vándalo había destrozado. La mochila parecía que pesaba el triple que en la ida. "Me costó un montón, sobre todo, anímicamente", recuerda. Pasó por el refugio de Vegahuerta a las ocho de la mañana y llegó al coche a las cinco y media de la tarde. Destrozado. "Pero mereció la pena", subraya.