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"Los osos tienen que estar en el monte"

Los vecinos de Moal se quejan de la proximidad de los plantígrados y de sus ataques al ganado y piden medidas para alejarlos de los pueblos

Por la izquierda, Manuel Alonso, José Ouviaño y Avelino Suárez, ayer, en Moal. IRMA COLLÍN

Manuel Alonso señala la loma que baja frente a su casa, al otro lado del río Muniellos. Por allí, por donde nunca solía, indica, últimamente el oso se asoma demasiado a la vega donde se asienta el caserío estirado de Moal. Manuel, que confiesa ochenta años poco antes de cumplirlos, cuenta que a este lado de la puerta de la reserva de Muniellos siempre hubo osos, pero que nunca los vio tan cerca del pueblo, mucho menos a la luz del día. "Antes estaban arriba". "Donde tienen que estar, en el monte", apostillará a su lado Avelino Suárez. El hallazgo de los restos descompuestos de un plantígrado, el segundo muerto en las inmediaciones del pueblo en menos de cuatro meses, activa las conversaciones en torno a la súbita y desconocida frecuencia con la que los osos visitan las inmediaciones de la localidad canguesa. "A las manzanas" en el mejor de los casos, en el peor a las ovejas. Se quejan de que hay demasiados demasiado cerca de sus casas y del ganado, de que atacan a las reses y de que nunca es fácil y a veces resulta imposible cobrar los daños de la fauna salvaje.

El ejemplar que llegó a bajar "cuatro días seguidos" por aquella ladera de enfrente no era un oso desorientado. Se les ve y se les siente con asiduidad y por lo menos cuentan cinco "controlados": no saben que aquella es "Lara", la osa herida en Larón y reintroducida en el monte en 2011, pero la reconocen por el crotal y por la cría; a otro lo identifican por "una pinta blanca en el lomo", y así sucesivamente. Descubren sus huellas en las manzanas, los dientes marcados en los membrillos, pero lo peor es cuando a un ganadero del pueblo, y el suyo no es aquí un caso único, "le mataron catorce ovejas". No hace mucho, pasó después de que se encontrase el oso muerto de un disparo en septiembre no muy lejos de la senda, a unos dos kilómetros de Moal en dirección a Muniellos, donde el pasado sábado fue localizado el segundo. La proximidad del oso ha empezado a crear un problema de convivencia, aunque eso aquí, de palabra, no relacione un caso con el otro ni signifique nada en relación con lo que todavía no se sabe que ha pasado con el muerto más reciente. Puestos a elucubrar, la hipótesis del furtivismo no es aquí la única, aunque apenas se mencione. "En manada, no hay oso que se resista a los lobos", aventura por poner un ejemplo Avelino Suárez. "Los animales también se mueren de viejos", le acompañará Etelvina Alonso, vecina y titular de un alojamiento rural, por eso testigo a la vez de la fascinación del turista por el oso y del miedo y la desesperación impotente de los ganaderos perjudicados.

"No tenemos nada en contra de los osos", dirá ella pronto. "Al contrario, pero tampoco queremos que se nos metan aquí". Bajan, apostilla, porque les falta el sustento, o porque "antes, cuando moría un animal, se tiraba en el monte, pero ahora no se puede". Vienen porque arriba "no tienen comida". Su opción de remedio dirá que "deberían echarles alimento en el monte". Como "nadie paga las ovejas", la acompañan con un mohín de disgusto Manuel Alonso, Avelino Suárez y José Ouviaño, la alternativa ha de ser buscar los modos de mantener lejos al oso. Y "para eso están los guardas y la Consejería", centro de algunas de las iras de los vecinos en el abordaje del problema. "Disparando en las zonas bajas, o creando de algún otro modo las condiciones para que sientan miedo", apunta Alonso, "se quedarían arriba". Pero "los guardas están en la carretera en lugar de en el monte" y los osos rondan las puertas de las casas, lamentan después de anotar también la curiosidad maliciosa de que hayan sido en los dos casos excursionistas, y no la guardería, los descubridores de los dos plantígrados muertos en cuatro meses en Moal.

Las historias recientes de la peligrosa proximidad del oso se suceden en el pueblo, parroquia de Vega de Rengos, a 19 kilómetros de Cangas del Narcea. Está el ejemplar que descansaba plácidamente tumbado en un prado entre dos casas, y que se limitó a cambiar de postura cuando descubrió que estaba siendo grabado; está el que se presentó a diez metros de un matrimonio gallego que había parado a comer en la ruta del bosque de Moal... Javier Rodríguez nació aquí, tiene 63 años y tampoco "nunca hasta hace unos años los había visto por aquí". También él combina la certeza de que "el oso es un atractivo para la zona" a la vez que un reciente problema de remedio complejo.

En octubre, tres chicas que venían a alojarse en Casa Pasarón, los apartamentos rurales que regenta Etelvina Alonso en la última casa del pueblo, ya habían llegado a la puerta, pero tardaban en entrar. "Cuando me asomé, me dijeron 'subimos ahora mismo, es que estamos viendo al oso...'" Su fascinación a la vista del ejemplar que asomaba a lo lejos le dice que "los turistas ven al oso y alucinan, pero le tienen miedo", que la excesiva proximidad puede llegar a ser un arma de doble filo para un recurso que evidentemente atrae visitantes a estas inmediaciones de Muniellos. Fue ganadera y entiende el cabreo del que pierde sus reses. Añadirá que "tampoco queremos coger mala fama".

El caso es que la señal fluorescente de peligro que en la carretera, poco antes de Moal, representa a un oso con cría cruzando la calzada delante de un coche parecía no hace mucho una exageración para asombrar a turistas. Ahora empieza a acercarse a la realidad.

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