La evasión extranjera desacelera. La crisis lleva cuatro años quitando habitantes a Asturias por su escasa capacidad de atracción migratoria además de por su proverbialmente menguada natalidad, pero el tipo de huida ha cambiado. 2014 fue el año de la serie histórica de migraciones, que arranca en 1991, en el que más población foránea dejó de vivir en la región. Desistieron 7.773, muchos de ellos emigrantes acosados por el ensombrecimiento de sus esperanzas de futuro a impulsos de la recesión, pero eso ya pasa menos. Quedan cada vez menos emigrantes que perder y, como consecuencia, también se marchan menos, aunque eso todavía no haya conseguido que el Principado deje de restar habitantes por el canje desfavorable de las entradas y las salidas de migrantes.

Es cierto, lo dice el estudio recién divulgado por Sadei, que el balance mejoró en 2015 por vez primera desde 2011, que después de tocar el fondo más profundo en 25 años suben las llegadas, bajan las huidas y se modera el balance negativo, pero lo hace a costa del viraje hacia un nuevo tipo de emigración: el bajón de las salidas de foráneos tras aquel año del récord no se compensa de modo suficiente porque sus llegadas se frenan hasta mínimos históricos ni, sobre todo, con la capacidad de retención de la población autóctona. Se ve en la estadística migratoria que repuntan las huidas de asturianos, que tal vez no es tan masiva como puede parecer a simple vista, que no se ha disparado y se mantiene a niveles propios de antes de la crisis, pero también que lleva tres años de alza ininterrumpida y que viene de marcar el registro más alto desde el origen de la recesión.

En el último año recontado se han ido de Asturias 5.886 asturianos de nacimiento, a razón de alguno menos de quinientos al mes, y han llegado, o han vuelto, 3.483. Son más que en los dos últimos años, pero tampoco compensan a los emigrados con su promedio escaso inferior a las trescientas entradas mensuales. El saldo migratorio, de hecho, es negativo en 2.400 personas si se desagregan los asturianos y positivo en alguna más de mil si se separan los nacidos fuera de la región. En resumen, hay cuatro asturianos en cada diez personas que abandonaron la región en 2015 y la pérdida se concentra cada vez más entre la población doméstica, en un porcentaje desconocido desde 2009.

Además de la reducción de las llegadas de extranjeros, que ha menguado a la mitad en sólo siete años -cerca de 6.000 en 2015 frente a los más de 12.000 de 2008- de aquí se van más los autóctonos y en particular los jóvenes. El saldo más abundantemente negativo de la pérdida de población por migraciones se concentra en la franja de los 25 a los 34 años, particularmente de los 30 a los 34, donde el recuento de emigrados nacidos en España crece sin pausa desde 2010. De esa edad salían unos cien españoles al año al extranjero al inicio de la década, según el INE, y el dato más actualizado da 133 sólo en el primer semestre de 2016. En el último año completo, 2015 contabilizó 382 y teniendo en cuenta todos los destinos de la emigración y sólo los emigrantes nacidos en Asturias, Sadei confirma que tenían esas edades más de la mitad de los 5.886 asturianos que se fueron en 2015 y que son esas franjas donde más se pierde en el intercambio: más de mil residentes.

El vistazo a los destinos dirá que bajan las inmigraciones desde África y Asia y suben las de América y Europa, que Rumanía continúa siendo el origen principal y que en el canje con el resto de España permanece la preferencia por los destinos y orígenes en Madrid, Castilla y León y Galicia.