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Hierba seca y a esperar la primavera

El frío condiciona y ralentiza la labor de las ganaderías asturianas, como la de José Manuel Pardo, en el pueblo cangués de Gelán: "Entiendo que esta vida se vea difícil"

La playa de Los Campos, en Tapia de Casariego. T. C.

En línea recta y a vuelo de pájaro, entre la pequeña aldea de Gelán y el pueblo de El Otero, al sureste de Cangas del Narcea, hay unos 700 metros, con el río Naviego por medio, pero el trayecto a través de caleyas y caminos se pone en siete kilómetros con decenas de curvas. Tan cerca en lo visual, tan complicado al volante.

En Gelán, perteneciente a la parroquia de San Julián de Arbas, viven dos familias ganaderas. José Manuel Pardo Gómez, 53 años, se declara ganadero vocacional y heredero de una forma de gestión del campo y el entorno que se remonta a varias generaciones atrás. "Nací aquí, pero entiendo que quien venga de fuera vea muy difícil esta vida. Cuando algún amigo madrileño pasa por Gelán y dice que qué guapo es todo esto, yo les digo: pues nada, dejáis aquello y os venis para Cangas".

Estos días hace un frío que corta en esta tierra que ya forma parte de las estribaciones del puerto de Leitariegos, el lugar donde se registran las temperaturas más bajas de Asturias. Es tiempo de mantener guardado el ganado y aprovechar la cosecha de hierba trabajada con no poca fatiga en los meses de verano. "Aquí tenemos 28 reses, y en El Otero, donde tenemos una cuadra, otras 12".

Dos veces a comer

Reses de la raza Asturiana de los Valles, que llevan bajo techo desde noviembre y así seguirán hasta marzo o abril. "Les echamos dos veces de comer, y así durante varios meses". Hierba seca y en determinados casos algún pienso especial cuando alguna vaca lo necesite.

El invierno ralentiza al campo, pero la vida sigue. En Gelán, un lugar apartado de casi todo, no hay tiempo de aburrirse. La actividad comienza muy por la mañana. "Mi mujer trabaja en Cangas -explica José Manuel- y lleva al instituto a Diego, nuestro hijo mayor, que está en segundo de la ESO". Al regreso, Diego tiene un viaje de tres cuartos de hora antes de volver a casa, con ALSA y taxi. A Pablo, de 11 años, lo recoge aquí un transporte hasta la cercana escuela rural de Villager que cuenta con cinco niños pero tres se van al instituto el próximo curso.

José Manuel estudió donde hoy lo hace su hijo. Y lo mismo ocurre con Manuel Pardo, padre y abuelo, que está a punto de cumplir 81 años. Manuel se acuerda de un maestro gallego de postguerra, con una vara convertida en herramienta escolar que blandía a diestro y siniestro. Su nieto Pablo tiene hoy como profesora a una joven interina piloñesa, Noelia, de sonrisa abierta y formas docentes suaves.

El abuelo Manuel compartía aula "con unos cuarenta chiquillos". Unos años más tarde su hijo José Manuel vivió unos años escolares con un número de compañeros algo menor, "unos 30 nenos". Pero Pablo, tercera generación, puede estar viviendo el último año de actividad de la escuela de Villager, convertida aquí en ejemplo de lo que sucede en el ámbito rural asturiano. Y en el suroccidente, mucho más.

La mina

José Manuel Pardo echa la vista atrás: "Pude haberme metido en la mina y a estas horas estaría prejubilado y con una buena pensión". Pardo tiene algún conocido en esa situación, con la ganadería a nombre de la mujer, aunque la trabaje el marido.

La cocina de leña y carbón de la familia caldea la casa. Fuera, la temperatura sigue a menos cero. Y estamos en el ecuador de una jornada soleada. "Alguna vez vi a las vacas con carámbanos por las orejas", aunque al ganado vacuno el frío les importe muy relativamente. "Cuando la temperatura baja mucho, ellas comen más".

Nada en Gelán es fácil. La llegada de la camioneta con el pienso se convierte en un ejercicio de habilidad al volante. Para ir a consulta convencional, los martes y los jueces el médico o la médica atienden en Caldevilla, unos cuantos kilómetros más al norte, camino de Cangas.

En la cuadra de los Pardo conviven vacas de 600 kilos con xatos nacidos en diciembre. No hace mucho "un oso me mató otro xatu que tenía en la nave de El Otero. Dicen que huelen la placenta a kilómetros".

Con la primavera las reses de la ganadería de José Manuel saldrán al monte "que es donde están a gusto". Mientras tanto toca esperar y ver pasar jabalíes por delante de la puerta. "Es tremendo, hay grupos de decenas de ellos y como deben de estar en celo, los gruñidos de los machos los sentimos como si estuvieran dentro de casa".

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