Recorrer en canoa el río Nora es estos días una carrera de obstáculos. Los piragüistas del Club Kayak Siero reman sorteando piedras, troncos y montones de sedimento. "Pegamos con el remo en el suelo", se queja el presidente César Loredo. "La piragua pasa casi al ras y al haber tan poca agua la pala no patina bien, hay que hacer mucha fuerza", apuntan Amador Figaredo y Adrián Pantiga, en pleno entrenamiento ayer. La falta de lluvia también dejó su huella en el embalse de Grandas de Salime, con el antiguo pueblo de Salime al descubierto, y en San Antolín de Ibias, donde el río Navia es un reguero de agua estancada.

"Cuando lo normal por estas fechas es que en el Nora ya se hubiese desbordado tres o cuatro veces, este año sólo llevamos una. Y las riadas son fundamentales para limpiar los ríos", comenta César Laredo, que achaca "la sequía absoluta" al cambio climático. "El caudal está como en verano. Llovió muy poco y en consecuencia lleva menos agua", dicen Yolanda Pérez y María Oliva Cuenya, dos habituales en la senda fluvial del Nora. Con la bajada del nivel, estos días en el río aflora la suciedad, un aspecto que los polesos critican duramente. "Está lleno de basura y troncos, da pena", sostiene María Ángeles Nava, con su perro "Scoti".

En Ibias, el viticultor José Pérez "nunca" había visto una sequía como la de ahora. "Tengo 59 años y no recuerdo una imagen del río Navia así en la vida", asegura. "Parece que estamos en verano. Esperemos que llueva dentro de poco, porque hasta las uvas lo necesitan", agrega.

En Grandas de Salime, concejo en el que se encuentra la mayor presa sobre el río Navia, la imagen más curiosa que ha dejado la falta de lluvias durante el invierno son las ruinas del pueblo de Salime, al descubierto. El pueblo, que antaño se encontraba en la orilla del río, se vio inundado con la construcción de la presa, a mediados del siglo pasado, y la mayoría de sus habitantes se trasladaron a Grandas de Salime. Ahora, cada vez que el nivel del pantano desciende, quedan a la vista, casi intactos, muros de viviendas y cuadras.

"Está en un nivel bajo, pero no es nada extraordinario", asegura Manuel Robledo, uno de los mayores conocedores de este río y de la presa. No en vano, es el barquero que une Villarpedre con la antigua carretera. Robledo señala que este tipo de sequías, que dejan al aire parte del pueblo de Salime, "se dan casi todos los años, sobre todo en años secos como éste", y que, siendo la imagen llamativa, sigue una pauta: "Después llegará la época de lluvias, y el nivel volverá a subir".

Por lo pronto, la situación actual le genera algún quebradero de cabeza, como es el aumento de barro en el punto en el que embarca y desembarca a los viajeros. Pero poco más. "Suele ser peor cuando bajan de forma intencionada y temporal el nivel del pantano, para labores de mantenimiento o de limpieza", asegura Robledo. En esos casos, se llega a ver la iglesia del pueblo, que se construyó a un nivel inferior al grueso de las casas.