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VIRI | Empresaria de hostelería

"Tengo dos años para reenfocar la vida y no me jubilaré para el sofá, que es como estar muerto"

"En tres años murieron mis padres y mi hermano, me divorcié, tuve un accidente, superé una depresión y abrí el restaurante"

Elvira Fernández, "Viri", a la puerta de El Llar. MIKI LÓPEZ

-¿Qué tal está usted?

-Afumada.

-Con sentido del humor.

-El día que lo pierda me veréis Nalón abajo. Las personas negativas lo pasan muy mal y serlo depende de la actitud. Si pensara en todas las cosas malas que me han pasado y me pueden pasar mi vida sería tristísima.

Elvira Fernández, "Viri", abrió El Llar de Viri en San Román de Candamo hace veinte años. Tiene tres hijos: Daniel, Marcos y Sergio. Su nuera, Majo, está en la cocina y es gerente. Tiene una nieta de 16 años, Laura, muy buena estudiante, con espíritu comercial y gusto por la cocina.

-El pasado 28 de diciembre fue la inocentada: se incendió el llar y ardió lo último que habíamos hecho y las raíces.

-¿Por qué?

-El local está sobre la arquitectura de los negocios de mis padres. Allí está el pisón y quedaba un molino. Las maderas tenían 70 años y ardió todo muy rápido. Los amigos y el Ayuntamiento actuaron muy pronto: a medianoche no había un escombro. Les daré una comida cuando tenga capacidad. Al día siguiente tenía aquí a cuatro mujeres del pueblo y otras cuatro que me envió una amiga, todas para fregar. Soy independiente y asumo que eso trae la soledad. Me sorprendí de lo que se me quería. Espero estar para ellos si lo necesitan. A los dos días pude abrir la parte delantera. El resto hubo que tirarlo.

-Dijo que había que volver a empezar...

-...Otra vez. Soy comercial, emprendedora y visionaria. Hace veinte años abrí un restaurante sin bar ni tele y que daba cocina asturiana cuando se llevaba el foie. Antes me dedicaba al comercio. Me gustan la venta y el trueque.

-El trueque, ese intercambio del que no se entera el Estado.

-Lo entrañable es que, a través del trabajo, das parte de ti, y otra persona, parte de ella. Ahora está revalorizado; yo lo practiqué hace años. Nací fuera de época, mis padres tenían 43 años, y siempre he estado fuera de tiempo. Cuando abrimos era un mal momento e hice trueque -tantas pesetas, tantas comidas- con el albañil, el carpintero, el del aislante...

-¿Por qué un mal momento?

-En tres años habían muerto mi padre, mi madre y mi hermano; me divorcié y un día del Desarme, volviendo de llevar callos a Oviedo, me salió de una curva de mala manera un autobús y me hizo un frenazo en seco a la vida.

-¿Con qué consecuencias?

-Un mes en la residencia y mes y medio en rehabilitación. Volví a casa con un corsé ortopédico el día de mi santo, 25 de enero, con un frío increíble. Me entró una depresión muy grande y a los 25 días me dije: "María Elvira, esto tiene que acabar".

-¿Cómo fue?

-No dormía, me puse un albornoz y salí a la huerta. Me senté bajo un tilo que planté hace 45 años. Empezó un amanecer rojo y con nubes. Pensé: ¿cómo es posible que el universo, del que formo parte, tenga tanta energía y yo no? Pegué un puñetazo en la tierra en plan "Lo que el viento se llevó", pero no me salió tan romántico. Le di a una piedra y me salió un renegrón que sirvió para que, por la tarde, cogiera una libreta y apuntara lo que sabía hacer, lo que me gustaba hacer y lo que podía hacer.

-¿Qué salió?

-Sabía cocinar, lo podía hacer de pie y la comida se vende.

-El Llar de Viri.

-Sí, tarea para tres años, lo que necesitaba para volver a lo mío. No me gusta el bar y calculé que lo que perdía en cafés y vino lo podía ganar haciendo chorizos. Hablé con mis hijos y con mi nuera para que me ayudaran los fines de semana y me miraron con cara de "mi madre está loca".

-¿Cómo aprendió a cocinar?

-Soy la consecuencia de una madre a la que no le gustaba cocinar y de un padre que era de comer poco pero muy bien hecho. Mi padre, responsable de los recursos humanos en casa, siempre hacía una pregunta clave a la chica que venía a trabajar: "¿sabes cocinar?". Daba igual que planchara bien. Las chicas me enseñaron a cocinar para tenerme entretenida. A los 9 años fui interna a las dominicas de Oviedo y una monja de Murcia nos daba cursos de cocina. A los 18 años dejé de estudiar y organicé en San Román uno de los primeros cursos de María Luisa García.

-Decía que es comercial.

-De niña, mi corralito era un sillón de mimbre junto al cajón del dinero desde el que veía que la gente pedía y pagaba. Me casé y quise ser ama de casa cuando mis hijos eran pequeños, pero lo logré poco tiempo.

-¿Cómo empezó en los negocios?

-Mis padres tenían carnicería y yo sabía hacer chacinería. Vivíamos en Oviedo y empezamos a hacer los chorizos y morcillas nosotros porque no nos gustaban los que comprábamos. Llevé picadillo y chorizos a una cena de amigos en un restaurante de mucho renombre. Había varios hosteleros, los probaron y me pidieron que lo hiciera para ellos. Buscamos una carnicería cerrada al público, sacamos el registro sanitario y empecé a trabajar todos los días. Así tres años hasta que vino la hecatombe de la muerte en accidente de mi madre y volvimos a San Román.

Viri no dice su edad.

-Tengo más años de los que aparento. Si tuviese que plantarme en una edad sería entre los 55 y 60 años, que te dan libertad. El incendio me abrasó porque estaba en la recta final y tengo que volver a empezar. Me quedan dos años para reenfocar mi vida como tenía pensado.

-No parece de retirarse.

-Si te jubilas para el sofá, es como si ya estuvieras muerto. Saco más productos (galletas, mermeladas) en un obrador artesano para recetas antiguas, una actividad que no sea obligación. Estoy restaurando mi casa, muy grande, y buscaré la manera legal de convertirla en casa vacacional, que no es turismo rural ni hotel, sino una casa abierta donde la gente va a dormir. También salgo a cocinar fuera de Asturias.

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