El presidente del Principado, Javier Fernández, ha dibujado esta mañana en Madrid el perfil del padre Ángel García, su paisano mierense, presidente y fundador de la ONG Mensajeros de la Paz, con los trazos de quien ha reconocido en él a una de esas “contadas personas que ha empeñado su vida en mejorar el mundo”. Lo ha hecho, afirmó el jefe del Ejecutivo regional en la presentación de la conferencia que pronunció el padre Ángel en el Foro Nueva Economía Forum, “a su modo y manera, en efecto, pero es que debemos comprender que no existe una vía única y exclusiva para construir una sociedad más fieramente humana”.

Según la semblanza de Javier Fernández, que hace algo más de dos años entregó al Padre Ángel la Medalla de Oro del Principado, el sacerdote de La Rebollá -también el pueblo del padre del Presidente- ha intentado mejorar el mundo “a la manera de Terencio”, que allá por el siglo II antes de Cristo dijo aquello de “hombre soy y nada humano me es ajeno. Desde sus inicios en la capellanía del orfanato de Oviedo”, ha enlazado Fernández, “a este cura de Mieres no le han sido extraños los huérfanos, ni los viejos, ni los inmigrantes, ni los sin techo, ni los sufridores de la desolación causada por la naturaleza o por esa catástrofe miserable que es la guerra”. Fernández empezó su intervención recordando a Pacita, una tía de su padre, natural también de La Rebollá, que trabajó en Fábrica de Mieres cuando era insólito que una mujer lo hicera y que fue en tiempos catequista del niño que fue Ángel García Rodríguez, hoy promotor de una multitud de iniciativas sociales que el Presidente ha repasado en su charla introductoria.

En su semblanza del hombre que en su más reciente iniciativa solidaria da de comer gratis a los necesitados en sus restaurantes Robin Hood, el presidente del Principado le hizo también un ruego. “No peques de falsa humildad”, le pidió, “y explícanos cómo se puede hacer un mundo mejor cuando los países se repliegan sobre sus límites, las fronteras se espinan con alambradas, se proponen muros que son paredes y cimientos para el miedo; cuando millares de personas mueren en el intento de entrar en esta vieja Europa que reniega de sí misma y del proyecto más esperanzador que ha tenido en toda su historia; cuando la palabra refugiado, en lugar de solidaridad parece que ya suena acompañada del eco del temor”. Escapando del pesimismo, finalizó destacando al Padre Ángel, “aquel niño al que la buena Pacita enseñaba el catecismo”, como “uno de los ejemplos que me hacen confiar en la inmensa capacidad del ser humano para hacer el bien”.