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Mariano quiere volver del fin del mundo

Un joven nacido en Oviedo de padres argentinos, que dejó la región con apenas 2 años, acaba de terminar la carrera y sueña con regresar para trabajar en Asturias

Mariano Acevedo, con la camiseta de la selección española, en la casa de la familia en Ushuaia. LNE

Mariano es demasiado joven para recordar nada de aquel viaje de sus padres al que fueron dos y volvieron tres. Mariano nació en Oviedo, pero conoce Asturias sólo de visita. Tiene 25 años, acaba de graduarse en Comercio Internacional en la Universidad Argentina de la Empresa de Buenos Aires y contempla como "una opción interesante" repetir el trayecto que trajo a sus padres a vivir fugazmente en la tierra de sus ancestros asturianos, la estancia fructífera durante la que dos argentinos de abuelos asturianos se casaron en la ermita de Piñera, en Lena, y tras una curiosa peripecia tuvieron un hijo ovetense el día que entró la primavera de 1991. Mariano Joaquín Acevedo Quirós apenas recuerda Asturias porque se marchó con su familia a los dos años y desde entonces ha vivido en Ushuaia, Tierra de Fuego, en eso que presume de ser la ciudad más austral del planeta, pero los apellidos le delatan antes que la casilla del lugar de nacimiento en el pasaporte. Lleva Asturias por parte de padre y madre y da fe la foto que sus padres enviaron a LA NUEVA ESPAÑA en 1995, recién retornados, en la que un niño de tres años, vestido de asturiano, toca la gaita junto en la Doble Maipú, una calle de Ushuaia donde un cartel anuncia que la ciudad es la tierra del "fin del mundo". Es español, ovetense, un emigrante asturiano distinto y un recién licenciado que ahora, para cerrar el círculo, busca trabajo en Asturias.

Todo esto empezó en 1990 con una beca posdoctoral que la entonces Comunidad Económica Europea (CEE) concedió al geólogo Rogelio Daniel Acevedo, bonaerense con abuelos en Carraluz (Lena), para trabajar en la Universidad de Oviedo. Vino con su novia argentina, Silvia Carmen Quirós a cumplir aquel "sueño español" de retorno a los orígenes que además de boda en Piñera -el "Padre Amador nos casó en 1990- les dio un hijo asturiano como "felices coincidencias" de un tiempo que Acevedo no quiere olvidar. No dejará de recordar la experiencia investigadora en el departamento de Geología ni las clases en la Escuela de Ingeniería Técnica de Mieres, pero tampoco las visitas a la tierra de los ancestros, el descenso a la mina donde picó el abuelo y las "amistades que han perdurado en el tiempo".

Ahora se confiesa desde su puesto de investigador en un centro del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, el CSIC argentino, en Ushuaia. La foto de Mariano a la gaita está en la mesa de su escritorio mientras asegura que si se resiste a olvidar es también, o sobre todo, por toda aquella ayuda que recibió cuando la necesitó. Dice que descubrió simultáneamente la potencia científica y la vertiente humana de la Universidad cuando su esposa embarazada y emigrante circunstancial no disponía de seguro médico. La atención "era muy cara" para un investigador becado, pero no tuvieron ningún problema gracias a lo que calificó en su día como "una lección magistral" de humanidad. El doctor Juan Sebastián López Arranz, entonces rector de la Universidad de Oviedo, "se ofreció incluso a atender el parto él, aunque no era obstetra", pero no hizo falta. Bastó con que diera las instrucciones oportunas. El que entonces era su vicerrector y que luego le sucedería en el rectorado, Santiago Gascón, y el responsable del servicio de Relaciones Internacionales, el biólogo Jesús Ortea Rato, cumplieron a la perfección y Mariano nació ovetense en marzo de 1991.

Rogelio Acevedo recuerda con precisión los nombres, las fechas y las actitudes. Luego ganó una plaza de profesor de Petrología y Mineralogía en la Universidad, pero al año tuvo que regresar a Ushuaia, donde había hecho su tesis doctoral, donde se instaló y sigue viviendo, donde nació su segunda hija, Lucía. Pero "nunca me fui, siempre estoy volviendo". Ahora recita lo que canta la letra de un bandoneonista argentino, Aníbal Troilo, y confiesa que a veces sueña con Carraluz, "el pueblo de mis abuelos", con las calles de Oviedo y el campo de San Francisco, con el viejo Tartiere y con un gol de Marius Lacatus al Real Madrid que todavía tiene grabado.

El niño gaitero, que tiene el traje guardado en Tierra del Fuego, creció en el "fin del mundo" con los ojos de su familia puestos en Asturias y su padre aprovechó un viaje a Europa, un congreso en Londres, para hacer que Mariano conociese su tierra. Fue en 2011 y viajaron solos, "a mi esposa le ocurre como a mi abuela, que nunca quiso regresar a su aldea". El joven también estuvo en Carraluz, en el hospital donde nació, en la Universidad en la que trabajó su padre y ahora en el nuevo Carlos Tartiere. En la "experiencia inolvidable" del retorno, recuerda, "no tuvimos tiempo a recorrer los bosques" y la naturaleza asturiana que en algún punto se le parece a la de Tierra del Fuego, pero le encantaron la fabada, los bollos preñaos y más el pescado que el marisco, tanto que a lo mejor despertaron algunas ganas de volver. Ahora que recién termina su licenciatura en Buenos Aires, piensa en "empezar otra carrera, hacer algún curso para ampliar mi formación" y observa con interés la alternativa de seguir los pasos de su padre y volver. "Sería una opción interesante", repite. Y por si acaso deja caer que "me interesa todo lo que tiene que ver con la administración y las finanzas, con el sector bancario y el de las pensiones?".

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