La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El exsindicalista, acusado de apropiación indebida, declara ante la jueza

Villa llega con la lluvia

Entrada y salida de los Juzgados del que fue hombre fuerte del socialismo asturiano

Agarrados del brazo, de izquierda a derecha, Ana Boto, José Ángel Fernández Villa, María Jesús Iglesias y Laura Fernández Mijares. MIKI LÓPEZ

Acudí a la Audiencia Provincial para ver a Villa de nuevo. Últimamente no anda por ninguna parte. Han pasado muchos años entre la omnipresencia y la nada, pero en los últimos 14 meses no se dejó ver ni aunque lo llamaran del Juzgado. Lo que se jugaba en la fría mañana de ayer era que a la docena fuera la vencida.

No se podía considerar barricada las cámaras de las cadenas de televisión en el suelo. La movilización, hoy, no era de mineros sino de periodistas. Los wasap avisaron a las diez menos cuarto de que la abogada Ana García Boto había llegado a casa de José Ángel Fernández Villa en el barrio de La Florida.

Del taxi Toyota bajaron la abogada, la procuradora y la esposa de Villa, María Jesús Iglesias. Se arremolinaron para ayudar a salir al que fuera el hombre fuerte de Asturias por la puerta más alejada de la acera, donde le aguarda una treintena de periodistas.

Silencio.

Caen las primeras gotas de la mañana.

Pip, suena un coche.

-Ta luego, gracias -despide al taxista la abogada.

Al subir a la acera Villa duda y parece tropezar.

-¡Vaya cara! -grita un honrado ciudadano.

Villa y su mujer usan bastón. Él nunca lo apoya en el suelo.

Viste una parca Burberry verde y unos pantalones vaqueros. Está pálido, tiene todo el pelo blanco peinado de raya al lado. Lejos de la imagen de Tomasín de barrio urbano que publicó en exclusiva LA NUEVA ESPAÑA meses atrás, va aseado pero sin afeitar esta mañana.

El paseo que tanto ha querido evitar lo anda un Villa al ralentí, que tarda exactamente dos minutos en recorrer treinta metros desde la puerta del taxi a la de los Juzgados, muy atendido por María Jesús que parece sonreír y mascar chicle mientras Ana Boto dirige el tránsito y amenaza con llamar a la Policía. Hay dos, de buen porte, siguiendo la operación de cerca.

Se hace raro ver a Villa en público sin piquete, sin picadores, sin pancarta, sin neumáticos, sin pañuelico rojo, sin barrenos. Se hace raro ver a Villa rodeado de mujeres, no de paisanos cúbicos con cazadora de piel.

"Periodismo es esperar", decía el maestro José Vélez, un gran impaciente. Ha dado en llover, hace frío, por un lado están todas las aristas del Palacio de Justicia, por el otro el 13 Rue del Percebe oficinesco del edificio de servicios múltiples del Principado. En la calle Gota Losada, los periodistas trabajan con los ordenadores en las ventanas; los abogados hablan como si conspiraran, cuatro mujeres de gala y tacones de 15 centímetros saltan charcos que no deslucen una boda por lo civil, un hombre con tiempo y curiosidad jurídica comenta que se ha perdido la sentencia del "caso Imran", que asistió al juicio de Tomasín pero se le escapó el del asesino de la mancuerna. Funcionarias salen y entran del café. Una chica pregunta de qué caso se trata.

-Villa.

-Ah, Villa Magdalena.

-No, Villa.

-Ah, Villa, el minero, Villa maravilla.

A la hora y algo, Alfredo García, abogado de Pedro Castillejo, otro imputado, comenta que Villa ha declarado como una persona mayor pero con recuerdos nítidos y algunas respuestas vehementes, como cuando le hablaron de los gastos en rosas. "Flores para los muertos" como en "Un tranvía llamado deseo". "Vehemencia", "contundencia": Villa sigue en alguna parte de Villa. Pero el hombre que sale de declarar casi dos horas después parece algo más encorvado; al detenerse, amaga tambaleo; lleva las gafas a media nariz y tiene la mandíbula descolgada como si hubieran pasado dos años. Le marcan el paso. Llueven agua y preguntas, la abogada Boto echa un chaparrón a los periodistas y el viejo mitinero se va sin una palabra.

Compartir el artículo

stats