"Nadie tuvo cojones a criticar la gestión económica del sindicato". Así de contundente, en la vieja línea minera, se mostró en algunos momentos José Ángel Fernández Villa en su declaración del pasado viernes ante la jueza Simonet Quelle Coto, que instruye la querella del SOMA. Villa tuvo el cuajo de señalar a su exsecretaria, Carmen Blanco, y al excontable del sindicato, Juan Cigales, que le llevaba todos los papeles, como las personas que pudieron falsificar sus firmas. Durante su declaración, cargó toda la responsabilidad sobre sus compañeros, que le han pagado su dedicación completa ensañándose con sus hijos. Fue él, aseguró, quien pidió una auditoría de las cuentas. Algo de desorden debía haber, ya que Villa aseguró que en la fiesta minera de Rodiezmo no había una dinámica de control.

El viejo sindicalista lanzó golpes a diestro y siniestro, dando a entender que, gracias a él se habían beneficiado muchos. En Madrid nadie abrió la boca, no solo les felicitaban de cómo llevaban las cuentas, aprobadas sin pega alguna, sino que les ponían de ejemplo. Llegó a sacar el genio un par de veces, con puñetazos en la mesa, como cuando justificó los gastos en flores como algo propio de la "cultura minera" cuando había algún fallecimiento en los pozos. La declaración estaba perfectamente hilvanada con su letrada, Ana G. Boto. Villa reconoció que habían pasado días en casa, preparándola.

El viejo sindicalista empezó por decir que no había entendido el contenido de la querella, que le parecía desordenada. Luego salió el Villa más genuino, preocupado por los temas de la salud. Admitió estar enfermo desde 1989, que sufría de columna, depresión, corazón, cervicales, próstata, riesgo de quedar parapléjico... Hasta demencia senil. Dijo necesitar ayuda para todo, incluso vestirse, y que no salía a la calle, no leía -algo que lamenta-, ni veía la tele, ni manejaba ordenadores o móviles, ni ahora ni nunca. Tuvo que dejar el sindicato, porque, con dos operaciones de corazón, le había pesado la última marcha a Madrid, y además se perdía en los discursos y no le llegaba el aire.

La estrategia quedó clara cuando afirmó que algunas firmas en los papeles no eran suyas, que habían sido falsificadas por alguien muy mañoso. Apuntó a Blanco y Cigales. A éste también le responsabilizó del pago de las dietas del comité intercentros, que, aunque cobradas a nombre de Villa, se ingresaban, dijo, en la caja del sindicato. A Blanco le afeó que no hubiese entregado sus agendas, para cruzar los datos. Y a sus compañeros de estar más preocupados por cobrar las horas sindicales que por trabajar. "Soy abstemio", dijo, y además austero: "El exalcalde de Aller me llamaba pesetero".

Porque Villa aseguró que no se había quedado nada. Los puros eran para invitar -que no regalar- a los interlocutores en las reuniones sindicales, y si no llevaba, le preguntaban por ellos. Los libros que compraba, los dejaba luego en el sindicato, aunque sus compañeros estaban ocupados de otras cosas y no los leían. Villa entregaba juntas las facturas de gastos personales y del sindicato a Juan Cigales para que pusiese un poco de orden. De nuevo, la culpa de Juanín, que le llevaba hasta el testamento, y al que un día señaló la puerta por quejarse.

El Mitsubishi se compró porque él padecía de la espalda, pero también para los compañeros. Si se puso a su nombre fue porque era inválido y salía más barato. Las tarjetas no sabía manejarlas, desconocía hasta el pin, que otros compañeros si tenían. Admitió que era despistado, que perdía las tarjetas o se las robaban, como evocó el expresidente del Montepío, José Antonio Postigo.

Se acordó del pasado, de cuando todos presentaban sus decisiones como cosas del "bigote" o del "tigre"; de cuando eran (se entiende que el sindicato) "el demonio" y todos (se entiende que los políticos) temían verle llegar porque no sabían qué les iba a sacar. Los tiempos en que iba con chófer y corbata, porque había que dar "el pegu". Se jactó de su polivalencia como sindicalista y político. Por eso le indigna que sus compañeros no tengan otra cosa en qué "entretenerse" que en ensañarse con sus hijos. Como dijo al final de su declaración: "Se hace la vida imposible a mi mujer y mis hijos y no voy a tolerarlo". Tampoco que se le acuse de robar, él que siempre tuvo y aún tiene, dijo, los "bolsos de cristal".