En Somiedo, como en tantas otras zonas de la cordillera asturiana, los incendios forestales se viven con la resignación que produce lo inevitable. El calificativo, sin embargo, no es del todo cierto en la medida en que gran parte de los fuegos son intencionados. El que calcinó en la madrugada de anteayer una de las laderas boscosas que une los pueblos de Gúa y Caunedo, a escasos kilómetros de Pola de Somiedo, tiene todas las trazas de haber sido provocado. Antecedentes hay para sospecharlo.

Un incendio no muy extenso pero de una importancia enorme porque afectó a una de las zonas oseras por excelencia del parque natural. La Cuesta, la llaman los vecinos, camino de las brañas de La Prida y Las Cuendias y de una zona de hayedos que se ha salvado por poco. Al fondo, el pico El Cuernu.

En ese escenario, ahora negro, los avistamientos de osos durante los meses de agosto y septiembre son casi diarios. Es casi un lugar de peregrinaje de aficionados con trípode en busca de una imagen del gran plantígrado. Zona de paso y zona de hibernación. Nadie se atreve a pronosticar de qué forma este fuego de finales de invierno va a afectar a las costumbres de los osos. Para bien, seguro que no.

LA NUEVA ESPAÑA subió ayer a la ladera del incendio. Las llamas se quedaron a escasos doscientos metros en línea recta de la vieja rectoral de Gúa, muy cerca, pues, de este pueblo de una docena de casas, casi todas cerradas en invierno. Algún vecino se percató de las llamas en torno a las cuatro de la madrugada del sábado. "Me desperté, vi la claridad y me dije: esto es fuego", afirma Luis Otero. A partir de ahí, una larga jornada de ajetreo con medios terrestres y aéreos para extinguir un incendio, cogido a tiempo pero que dejó huella.

No hay mayor desolación que la que despide el olor a quemado. Ayer, hacia las cinco de la tarde, comenzó a nevar sobre la ceniza. Había llovido durante gran parte de la jornada y los vecinos presagiaban una noche cruda. A media tarde la temperatura en medio de la ladera era de 3 grados. La climatología se convirtió en aliada, pero un día después del incendio nadie se pone de acuerdo sobre dónde se originó. Sí se sabe dónde acabó, junto a un grupo de pinos que coronan el pueblo de Gúa y que, como dice Teodomiro Otero, 86 años y con buena memoria, "los planté yo hace años y ya se libraron de dos incendios". Otero recuerda que el mismo día hubo más fuegos por el concejo, entre ellos uno en Urria, al otro lado de la carretera que corta el valle.

¿Y ahora qué? A esperar el siguiente. Algún vecino de la zona da nombres al periodista sobre posibles autores, que ahí se quedan en la libreta de notas por razones obvias. "Un día aquí se arma la de Dios y nos cargamos el parque", sentencia alguien en torno a un café.