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La tierra arde a un paso de Muniellos

El pequeño pueblo de Omente, en Ibias, vivió una madrugada de miedo y tensión, con las llamas a un paso de las casas a causa de un incendio que anoche seguía activo

Ángel Méndez viendo el incendio desde Torga, pueblo que tiene tres vecinos. Miki López

"En nuestra vida pasamos tanto miedo. Esto no se olvida".

A las once y cinco minutos de anteanoche sonó el teléfono en la casa que habitan en la aldea de Omente Mari Sol Fernández y Hortensio Rivera. Al otro lado de la línea telefónica, la alcaldesa de Ibias Silvia Méndez, pregunta.

-Me dicen que se ve mucha luz por vuestra zona. ¿Podríais echar un vistazo?

Mari Sol salió "y vi las casas del pueblo tan blancas como si fuera de día". Rodeadas de fuego, con un incendio que discurría ladera arriba a escasos metros de las edificaciones y las llamas avanzando monte arriba.

Se movilizó la Guardia Civil y desde el Ayuntamiento se pidió a Mari Sol y Hortensio que avisasen a todos los vecinos. "La mayoría habían cenado, algunos ya estaban en la cama". Todos al exterior porque aquello llegó a tener "muy mala pinta".

Los bomberos del SEPA llegaron a las dos de la madrugada, dicen en el pueblo. Algún vecino mostró ayer su extrañeza por lo que consideraba cierta tardanza, pero hay que tener en cuenta dónde está Omente. Para hacerse una idea, en algún punto lejano camino del fin del mundo.

Los veinte vecinos del pueblo vivieron ayer un día con la mirada fija en la montaña y el olor permanente a quemado. A la caída de la tarde, y quizá por un cambio en la dirección del viento que se notaba más en las alturas que en zonas de valle, el nerviosismo reapareció ante el humo creciente que llegaba desde dos direcciones, a modo de bruma mañanera. "A ver si esto se reaviva".

Algunos evaluaban daños, aunque muy por alto. "Se quemaron muchos árboles frutales y mucho castaño", suponía José Cangas, conocedor de la zona donde el fuego calcinó la tierra. Ninguna casa se vio afectada. La zona colindante de huertas alrededor del pueblo pudo haber puesto límite a las llamas en uno de los extremos urbanos.

No se saben las causas que las provocaron, pero sí el lugar más o menos exacto, a falta de las indagaciones correspondientes. ¿Provocado? Pues es lo normal. Unos cientos de metros antes de entrar en Omente, entre curvas por carretera estrecha, duerme una autocaravana vieja. Al otro lado de la calzada, a pie de asfalto, la cuneta está negra como el tizón. De ahí partió todo. O al menos eso parece.

La alcaldesa, que se pasó buena parte de la madrugada en Omente acompañando a los vecinos, esperó al consejero de Presidencia, Guillermo Martínez, en la carretera a la entrada del pueblo de Torga, un lugar privilegiado desde donde se podían ver casi todos los frentes del incendio.

En el pueblo de Torga, no muy lejos de San Antolín, viven tres vecinos, y Ángel Méndez, con 70 años, es el más joven del lugar. Le acompañan su madre Aurora Cadenas, de 95, y el vecino Francisco, de 83. Entre cerezos en flor, Ángel miraba con tristeza la larga cola de fuego que cortaba la ladera llamada El Portilín.

"Aquí en Torga llegó a haber más de mil cabras y el monte estaba dominado. Pero la gente se fue a la mina, empezaron a cerrar casas y a plantar pinos, y esto se acabó", dice. Al otro lado del valle el que sabe leer el paisaje ve indicios de gigantescas escombreras, generadas por la pasada minería del carbón.

Desde Torga a la base del incendio, en tierras que lindan con la reserva natural del bosque de Muniellos, hay solo un golpe de vista pero una media hora de curvas y contracurvas en coche. Omente tiene un castaño de diez unos metros de diámetro en su base y muchas parras que buscan sol y quieren un poco de agua.

"Esta seca no es normal", asegura Benigno Rodríguez, otro vecino que se llevó el susto del año. Con la ausencia de lluvias, asegura Benigo que el monte bajo espeso que cubre muchas laderas del concejo "es como si fuera combustible".

Desde Omente no pararon ayer de escuchar los motores de los dos helicópteros y un hidroavión que sobrevolaron la zona y echaron cientos de toneladas de agua a un fuego que a primeras horas de la noche seguía muy vivo.

El hidroavión, trabajando sobre todo las crestas de la zona afectada. Los vecinos tenían clara la estrategia: "lo que no quieren es que el fuego pase a la otra ladera, porque ahí está Muniellos". Y eso son palabras mayores. Fuentes del Gobierno regional aseguraron a lo largo del día que la reserva de Muniellos no corrió peligro alguno. Costaba creerlo en el lugar de los hechos.

La alcaldesa lamentaba la racha: "El año pasado tuvimos dos incendios y en lo que va de este ya van cinco". La carretera de San Antolín de Ibias a la zona de quema fue ayer escenario de un ir y venir de los vehículos del Servicio de Emergencias del Principado. No era fácil llegar a la zona afectada, ni siquiera en un día luminoso como el de ayer. El humo del incendio de Ibias se distinguía ya a la salida de Cangas del Narcea. Las "nubes" no las ponía el cielo, sino probablemente la malicia o la estupidez humanas.

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