La victoria de Pedro Sánchez en las disputadísimas primarias del PSOE ha puesto de manifiesto que la militancia socialista sigue siendo del mismo parecer que hace tres años. En las elecciones internas de julio de 2014, el madrileño se impuso con claridad al vasco Eduardo Madina, a quien derrotó por un contundente 49%-36%, dejando como tercero en discordia a José Antonio Pérez Tapias (15%). Aquella victoria le llegó de la mano de 62.500 votos de las bases socialistas, 16.000 más de los que recogió Madina.

Esos resultados son, en realidad, casi idénticos a los que han arrojado los comicios de hoy. Sánchez, con algunos votos más que hace tres años, ha vuelto a situarse en el filo de la mayoría absoluta, aunque su rival, Susana Díaz, mejora los resultados de Madina pues eleva su 36% hasta un 40%. Quien paga la diferencia, claro, es el tercero en discordia, el exlendakari López, que se queda en torno al diez por ciento.

Los acontecimientos de los últimos ocho meses han podido mover a confusión a muchos ciudadanos, con una Susana Díaz muy presente en los medios de comunicación y muy arropada tanto por barones como por viejos pesos pesados socialistas -González, Guerra, Zapatero-, mientras que Pedro Sánchez se dedicaba a navegar en silencio por las sombras. Sin embargo, las de ayer no eran unas elecciones en las que se consultara a la ciudadanía, sino a los militantes socialistas. Y los militantes de un partido dirimen sus discusiones en foros internos, al margen de focos y portadas, y mucho más impulsados por su propio debate que por las consignas, proclamas y análisis que puedan circular en el exterior de las Casas del Pueblo. De ahí que mientras, en el interior del PSOE, el apoyo a Sánchez no se resquebrajaba, los ciudadanos podían tener la impresión en el exterior de que Díaz se iba a llevar la elección de calle.

En términos históricos, un observador situado dentro de diez o veinte años podría explicar así el resultado de estos comicios: en julio de 2014, el PSOE celebró por primera vez unas elecciones primarias para escoger a su secretario general. Se impuso con claridad el diputado por Madrid Pedro Sánchez, quien, tras obtener en las elecciones generales de noviembre de 2015 el peor resultado socialista desde la restauración de la democracia (90 diputados), intentó una investidura fallida en marzo de 2016. Al no lograr que se conformase mayoría de Gobierno alguna, se convocaron nuevas elecciones en junio de 2016 y Sánchez obtuvo unos resultados aún peores (85 diputados).

En el verano de ese año, el debate sobre la necesidad de permitir que, con la abstención socialista, gobernase el minoritario PP, el partido sin embargo más votado, para evitar unas terceras elecciones dividió profundamente al PSOE. Sánchez se oponía a la abstención, preconizada por numerosos barones y figuras históricas del socialismo. En octubre, tras dimitir más de la mitad de su ejecutiva, el secretario general renunció en una tormentosa reunión del máximo órgano entre congresos del PSOE. Pero nueve meses después, la militancia decidió que, con independencia de las vicisitudes sufridas por España desde 2014, su decisión sobre qué persona debía guiar la nave seguía siendo la misma. Y Sánchez, que había perdido dos elecciones generales, ganó sus segundas primarias.