"Ha sido duro, pero estoy bien, todo marcha bien, gracias", fueron las primeras palabras de José Antonio Postigo nada más quedar en libertad en la madrugada de ayer, mientras se abría paso entre una nube de periodistas. Postigo acostumbra a ser un hombre de presencia férrea, como buen minero, y muy dado a reacciones extemporáneas si se le buscan las cosquillas, pero a la salida de los Juzgados ofrecía una imagen muy distinta, diametralmente diferente.

Y es que los tres días detención le habían dejado agotado. Calzaba las chanclas con las que le detuvieron el pasado martes en Murcia. Durante tres días, no pudo lavarse; ni él, ni el resto de los detenidos. La experiencia de la detención les dejó agotados, literalmente baldados, física y anímicamente.

No es de extrañar. A los dos días que pasaron en los calabozos del acuartelamiento de la Guardia Civil en El Rubín, hay que sumar una buena retahíla en las celdas de los Juzgados, que, según los letrados de las defensas, dejan bastante que desear: son de dimensiones escasas, tan solo disponen de un banco metálico y son húmedas, debido a la mal ventilación. Algún letrado tuvo que aguantarse las náuseas al entablar conversación con su defendido tras pasar tres días en esa situación tan precaria.

Completamente aislados, sin tener noticias de sus familias, ni de su situación procesal, sin mucha idea de los motivos de su detención, los arrestados perdieron la noción del tiempo y pasaron momentos de gran angustia. Una vez en libertad, alguno de ellos se mostraba cercano a las lágrimas. Postigo, con aspecto cansado, se mostraba no obstante con una gran tranquilidad de ánimo -no en vano acababa de librarse por lo pelos de ir a prisión-, pero en absoluto desafiante como el día que acudió a la comisión de investigación de la Junta General sobre la fortuna secreta del que fuera su mentor, José Ángel Fernández Villa. Todo este asunto parece haberle ido resquebrajando.