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La temperatura del Cantábrico subirá medio grado por decenio

El calentamiento global altera el paisaje submarino y hace desaparecer los bosques de algas, constatan los investigadores

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Mal tiempo en Gijón a finales de junio

El Cantábrico se caldea, tiende a templar a 0,05 grados por año y eso rectifica el paisaje submarino. Es la ola del cambio climático la que viene de disparar hasta máximos históricos los termómetros de la boya que Puertos del Estado tiene frente al Cabo Peñas. Está el calentamiento global detrás del caldeamiento local que a este lado del Cantábrico tiende a elevar la temperatura del agua marina a razón de cinco grados por siglo, 0,05 al año, medio grado por decenio. Detrás de todo esto se percibe la mano del ser humano. Los biólogos del grupo de investigación en Ecología Marina de la Universidad de Oviedo empezaron a medir en 1996 un mar "normal" que "en ausencia de calentamiento" llegaba a bajar a catorce grados en verano. Su red de termómetros fijados a la roca alcanza ahora picos de 24. La media de junio en la boya de Peñas ha subido 0,60 grados por encima del promedio de los últimos diez años. De los 16,64 medidos en 2007 ha pasado a una media de 17,37 este año.

El progreso del calor es un proceso sostenido que no distingue las épocas del año. Suben las medias en todos los meses, confirmará José Manuel Rico Ordás, decano de la Facultad de Biología y profesor titular de Ecología, pero se percibe "especialmente de junio a octubre y se nota más a medida que progresa el verano". Influye la temperatura del aire, y por tanto en el récord del mar en este junio puede tener algo que ver la suavidad de la que ha sido la sexta primavera más cálida desde 1981, pero también la rebaja en la frecuencia e intensidad de los "afloramientos costeros", un fenómeno típicamente veraniego que cuando el viento sopla del nordeste desplaza hacia mar adentro el agua cálida de la superficie y hace emerger las masas más frías. De esos episodios solía había uno o dos por verano hasta los noventa. El año pasado hubo en agosto uno "mediano", pero cada vez es menos frecuente que este chorro frío "rompa" la tendencia al acaloramiento del agua del mar. "Antes también había picos de 20 o 21 grados", sigue Rico, pero llegaba el Nordeste, mandaba parar y el mercurio volvía momentáneamente a catorce. Ahora no. "Ahora hemos llegado a medir más de quince días por encima de los veinte grados", sin rastro de esos afloramientos vitales para la renovación de los nutrientes, para la vida marina.

El mar tiene sus propias "olas de calor". Desde que los investigadores le toman la temperatura al Cantábrico, desde 1996, Rico recuerda una fácilmente identificable en 2008 y otra menos intensa en 2003. Pero la tendencia al ascenso es sostenida y eso ya está alterando decisivamente el paisaje del fondo. La investigación ha lamentado la desaparición de los bosques de algas. "Sobre todo las laminarias", grandes algas pardas que pueden alcanzar varios metros de altura, en otro tiempo muy frecuentes en el Cantábrico y de unos años a esta parte las grandes damnificadas del proceso progresivo de calentamiento. "A medida que aumenta la temperatura, las especies que prefieren aguas menos cálidas van reduciendo su abundancia". Progresan en sentido contrario las que viven mejor en el calor y el ecosistema submarino muta. Ellos ya han comprobado que el "bosque" de grandes laminarias se ha transformado en un paisaje similar a lo que en tierra sería una pradera, con especies de pequeño porte y peces antes infrecuentes. "Los buceadores confirmarán que cada vez se ven más animales que antes era raro encontrarse, como el pez ballesta"; los pescadores, que en la costera del bonito, una "especie de aguas frías", cada vez se aleja más de la costa; los bañistas, que antes no abundaban tanto las invasiones e medusas, con su naturaleza de animales de mares cálidos.

El caso es que hace tiempo que la evidencia es empíricamente constatable. José Luis Acuña, director del Observatorio Marino de Asturias, coincidirá en el diagnóstico y en sus consecuencias. Sabiendo que "un dato puntual no puede ser interpretado en sentido estadístico ni es evidencia del cambio climático", dejando sentado que "hay que fijarse en tendencias generales y ver el número de días al año en los que las temperaturas superan los veinte grados", se ha constatado que "eso aumenta. Se sabe que se está incrementado claramente". En el principio de las mediciones de temperatura marina, allá por los ochenta, él recuerda que "rara vez se pasaba de los 21 grados; ahora hablamos de 23" y el efecto inmediato es una profunda alteración ecológica. "Para las especies marinas que siempre han vivido en el Cantábrico, que un día el agua esté a 23 grados quizá no tenga consecuencias, pero temperaturas altísimas durante quince, veinte o treinta días desencadenan un estrés fisiológico" que acaba en una cadena con las especies animales asociadas a los grandes bosques de laminarias en retroceso.

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