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El milagro de la espalda de Nazaret

Una adolescente gijonesa que padecía una escoliosis agresiva relata su calvario y su curación "Antes no podía confiar en nadie, hoy vuelvo a ser extrovertida", subraya

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Nazaret Pérez, chica con escoliosis en Gijón

-¿Tú has visto cómo tiene la espalda esta nena?

-Bueno, sí, normal...

Pero no era normal.

"El enfermero me mandó que agachara a la cría, y en esa postura el omoplato se le salía una barbaridad. Directamente me dijo que era una escoliosis importante, y nos mandaron al traumatólogo", relata la gijonesa Azucena Díaz Cordero. Así comenzó el calvario de su hija Nazaret Pérez Díaz, quien acaba de cumplir 17 años. Aquella curvatura anormal de la columna vertebral desencadenó una odisea, que duró varios años, que provocó el derramamiento de muchas lágrimas, que puso a prueba la resistencia de una adolescente y de toda su familia, que sirvió para demostrar la destreza de un traumatólogo... Pero no adelantemos acontecimientos. Vayamos por partes.

La escoliosis de Nazaret Pérez fue descubierta en el año 2008. Tenía ocho años. "Hacía gimnasia rítmica y ballet. Estaba federada, competía, era bastante buena. Iba al colegio, como cualquier otra niña. Todo muy bien", explica su madre, quien tenía la sana costumbre de llevar a sus hijas a una revisión médica una vez al año, en junio. Fue entonces cuando el enfermero detectó la anomalía. Hasta aquel momento, ni la madre ni la hija habían notado nada. La cría recuerda que "bailaba por mi casa como una loca". Había estado ingresada varias veces, pero a causa del asma.

Todo se complicó. Los médicos le prescribieron un corsé que tenía que usar 23 horas al día. Sólo podía descansar una hora, para ducharse y poco más. Al ver que no se corregía, decidieron ponérselo las 24 horas. "Incluso tenía que bañarse con él", señala su madre.

Cinco años estuvo Nazaret Pérez con el corsé, primero para corregir el defecto y luego para frenar el avance de la enfermedad. En vista de que la escoliosis no cedía, y que era muy agresiva, los médicos decidieron operarla. "Estuvo en lista de espera un año y pico. En el tramo final anterior a la operación, cada poco teníamos que ir a urgencias. Tenía tales problemas en los huesos que en cualquier momento se quedaba bloqueada y no podía moverse", señala Azucena Díaz.

Había que operar. Pero antes conviene detenerse en cómo vivía Nazaret Pérez Díaz aquel grave problema de salud: "Yo no sabía cómo explicar a mis compañeros qué me pasaba. Me sentía muy mal, y llegaba llorando a casa. A la hora del deporte o de cualquier ejercicio, si había que hacer equipos, me elegían de las penúltimas, o la última. Y cuando empecé Secundaria tenía que estar en el banquillo, porque ya no podía hacer prácticamente nada. Los de clase me decían: 'Vaya morro, yo también querría estar así, sin hacer nada'. Yo pensaba en lo que me gustaría poder correr y saltar, como ellos".

Pero aquello no fue lo peor. Nazaret prosigue su relato: "Lo peor fue la adolescencia. Empiezas a salir, a hacer amistades, buscas la confianza de alguna gente, y yo no podía confiar en nadie. No podía decirle a nadie: 'Hola, tengo escoliosis, debes tener cuidado conmigo, porque puedes hacerme daño'. No podía actuar así, y tenía que aguantarme".

Más lágrimas. Su madre completa el paisaje de aquella etapa: "La mayoría de los compañeros de clase, no todos, la dejaron un poco sola. Pero es verdad que nunca se rieron de ella. Nunca le hicieron bullying".

Una de las fotografías que ilustra este reportaje no deja ni un pequeño resquicio para la duda: aquella espalda estaba fatal. La deformidad era terrorífica, pese a que la niña se las componía de mil maneras para evitar que se notara mucho.

Tantas contorsiones sufría su cuerpo que corría el riesgo de sufrir otras lesiones graves si aquella situación se prolongaba. Incluso el estómago había comenzado a contraérsele por adoptar posturas tan forzadas. Comenzó a comer menos.

Llegó la operación en el viejo Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA). Fue el 26 de noviembre de 2013, martes, y corrió a cargo del traumatólogo José Paz Aparicio, hijo de otro traumatólogo y catedrático ya jubilado, José Paz Jiménez. Trece años tenía Nazaret. Lo relata Azucena: "La intervención duró nueve horas y pico. Le pusieron cien grapas. Y placas en forma de bisagra. Iba a estar en la UCI dos días, pero la cosa se complicó por culpa del asma y al final estuvo seis días".

Seis días tienen muchos minutos, en concreto 8.640. A la joven paciente se le hicieron eternos. "Fueron seis días sin moverme. Tenía que estar todo el tiempo mirando al techo. Cuando me movían para cambiarme, me aliviaba muchísimo. Yo sentía que el personal del hospital estaba por la habitación, pero no podía verlos. Cuando ya me dejaron levantarme, yo no era capaz".

Nazaret Pérez sufrió lo suyo, pero también algo de los demás: "Allí me di cuenta de que había gente con problemas mucho peores. Por ejemplo, a un niño de seis años, que llevaba tres meses hospitalizado, le dio un paro cardiaco. Fue terrible".

Después de la operación, la joven gijonesa no era capaz de levantarse. El domingo, sexto día después de intervención, recibió una sorpresa que cuenta su madre. "El doctor Paz descansaba, y fue con su hijo a verla a la UCI. Nazaret le pidió por favor que la subieran a planta para que yo pudiera estar más tiempo con ella. Él le dijo que podía pasar a planta si le prometía que ella sola se levantaría de la cama y se sentaría en una silla. La nena se comprometió. Nunca olvidaremos esa visita".

Retoma el relato la paciente. "Todo era muy doloroso para mí. Pero, nada más llegar a planta, me agarré a las sábanas lo más fuerte que pude y me incorporé". Nadie que no fueran la pequeña y su familia podían imaginarse la magnitud de aquella gran victoria.

En la habitación del centro Materno-Infantil del HUCA permaneció una semana. Recibió el alta y se fue a su casa. Estuvo un mes encamada. "Al principio, no podía hacer muchas cosas", evoca. Había que seguir trabajando. Y el proceso de convalecencia no fue un camino de rosas. "Mi hija tuvo una dermatitis de origen nervioso. Un día lo comenté con una amiga".

-¿Por qué no le haces una terapia de choque? -me sugirió.

-¿Por ejemplo?

-Si es tímida, algo que la ayude a mostrarse ante los demás.

"Y fuimos a una agencia de modelos. Hizo muy pocas cosas, pero aquello le sirvió para quitarse un poco de ese estrés, y también para quererse un poco más a sí misma. Hasta entonces se veía fea porque tenía cicatrices, porque estaba muy delgada...", afirma Azucena Díaz.

El esfuerzo dio su fruto. "Ahora está muy bien, con sus secuelas y sus cosas, pero estupenda. Hacemos una vida prácticamente normal. Nunca pensamos que quedaría tan bien", explica su madre.

Nazaret lo corrobora: "Puedo hacer de todo, pero mi flexibilidad es aproximadamente la mitad de la normal. De la mitad del cuerpo para arriba estoy totalmente rígida". No logra comprender que le hayan denegado por dos veces el reconocimiento de una discapacidad. Lo máximo que le han admitido hasta el momento es un 16 por ciento, inferior al mínimo establecido del 33 por ciento. Pero Nazaret no pierde la referencia entre el pasado y el presente: "Si llego a saber cómo iba a quedar, me habría animado a operarme antes".

Y luego está la procesión que va por dentro, la transformación interior. "Todo este sufrimiento me ha ayudado a centrarme más en mí misma. Quiero decir que antes quizá pensaba más en mi imagen ante los demás, y me ponía a llorar. Por eso me salieron alergias, por el estrés. Me han ayudado mucho la familia y algunos amigos", señala Nazaret.

Ahora todo va mucho mejor, asevera. "Creo que tengo mucha más madurez que mucha gente de mi edad. Algunos me dicen: 'Es que cuando hablas pareces una vieja'. Pero yo no me considero vieja, sino madura. Me encuentro con gente de mi edad y no puedo evitar enfadarme por las tonterías por las que son capaces de preocuparse. Pienso que si tuvieran algún problema de salud serio... Pero bueno, mis amigos me tratan como a alguien normal, porque ya no soy tímida, soy extrovertida. Y lo que pienso sobre las cosas, si me parecen bien o mal, lo digo claramente".

En el fragor de la batalla médica, Nazaret Pérez Díaz perdió un curso. Ahora empieza un ciclo de FP de administrativo. "Me gustaría ser gestor inmobiliario, porque es lo que hace mi madre, y es algo que me gusta: captar pisos, gente interesada...", señala. Por el momento, se pasará las mañanas de estas vacaciones de verano ayudando a su madre en la agencia. Y agrega: "Me gustaría apuntarme a alguna actividad de voluntariado".

Nazaret Pérez Díaz y su madre han querido contar este caso para mostrar su agradecimiento a los profesionales sanitarios que dieron un giro a una vida que avanzaba hacia el abismo por culpa de una enfermedad muy agresiva. Pero, ante todo, madre e hija quieren subrayar que "si hay gente en situaciones parecidas, que no se desanimen, que pueden quedar bien".

Tantas lágrimas se han transformado en sonrisas y optimismo. Y en un impagable máster sobre la realidad de la vida.

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