-No quiero dar pena, no quiero que me compadezcan -asegura.

Pero resulta imposible que la biografía de César T. J., ovetense de 47 años, guarecido desde hace una semana bajo un puente de La Fresneda (Siero), no estremezca a quien la escuche.

"Llevo en silla de ruedas desde 1989", relata. Dejó de caminar pocos meses después de que le diagnosticaran una polineuropatía bilateral degenerativa. Creció en el barrio de Ventanielles y, siendo adolescente, estuvo metido en el mundo de la droga. Ha pasado por la cárcel. También cuenta que es portador del VIH -virus causante del sida- y recuerda muy bien el nombre del médico que le trataba en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA). Padeció una hepatitis C de la que fue tratado el año pasado en el Hospital Marqués de Valdecilla, de Santander, y de la que se considera curado casi del todo. Le duelen mucho las piernas. "Si me pongo de pie, me dan espasmos", explica. Sufre una fuerte depresión y confiesa que ha intentado quitarse la vida "cuatro o cinco veces".

Pese a este historial clínico tan devastador, asegura que no toma medicación alguna. Tiene madre y tres hermanas que viven en Oviedo, y un hermano que reside en un pueblo del concejo de Mieres; pero admite de buen grado que "no pueden llevarme a su casa, no pueden ayudarme porque en sus casas no tienen sitio y porque allí no puedo manejarme con la silla de ruedas".

Y, pese a todo, César T. J. no reprocha nada a nadie. No busca responsables de su situación.

Más aún, en su conversación de ayer con LA NUEVA ESPAÑA se reconoce admirado del montón de gente que estos días se ha parado a preguntarle si necesita algo, o se ha acercado al puente a llevarle algo de comer y beber. A unas decenas de metros del puente tiene un Alimerka, y a una distancia similar el Carrefour. En plena conversación con este periódico, un joven se le aproxima y se interesa por él. Sabe su nombre: "David pasa por aquí todos los días camino del trabajo". Más tarde se acercan dos chavales. En una semana, casi se ha convertido en un vecino más de La Fresneda.

Moreno, delgado, pelo muy negro, ojos oscuros, mirada profunda, César T. J. se expresa en voz baja, con pausa y con una lucidez apabullante. Por su forma de hablar, nadie diría que es asturiano. Él mismo admite que vive en un estado de confusión muy notable. "Quiero que me ayuden, pero no sé cómo pedirlo", reconoce. Y ayuda sí que necesita, y mucha. Asevera que ahora mismo no consume drogas. "Nunca delinquí ni hice daño a nadie. No soy capaz ni de quitar un mosquito de esta manta. Estuve en la cárcel por delitos menores", puntualiza. "Me gustaría que alguien me ayudara a tomar los tratamientos que necesito y luego estar en algún centro", asevera. Pero se ve que duda, que quizá un minuto después no volvería a repetir esta misma frase con la misma convicción. Hace unos días fue llevado al servicio de urgencias del HUCA. Por lo que cuenta, da la impresión de que le hicieron poco caso, pero los responsables de los servicios sociales aseguran que pidió el alta de forma voluntaria. Ha estado seis años en el Centro Reto de Santander. Regresó a Asturias hace cosa de un año. Pasó varios meses en el albergue Covadonga de Gijón y en el Cano Mata de Oviedo. Su autoestima está bajo mínimos. Lleva una semana debajo de un puente y no sabe qué será de su vida en las horas siguientes. Una de sus hermanas vino a verle a La Fresneda, con sus tres sobrinos. "Imposible. En su casa no hay sitio", repite con resignación.

El miércoles de la semana pasada abandonó la pensión en la que estaba, en Oviedo, tomó un taxi y pidió al taxista que lo llevara hasta el Carrefour de Lugones. "Salí con cien euros", señala. Le quedan diez, añade. Rechaza dinero. Un señor le trajo el lunes una bandeja de embutido y una barra de pan. Ayer por la mañana, una mujer le dio una botella de zumo. Con eso se arregla. No acepta una Coca-Cola ni una cerveza.

Cuenta que sólo estudió hasta quinto de EGB y que nunca trabajó, primero por un estilo de vida muy poco recomendable y después por la enfermedad. "Cobro una pensión no contributiva", aclara. No tiene teléfono móvil. Escucha una pequeña radio con unos auriculares. Viste un chándal y se cubre las piernas con una manta.

Son las cinco y media de la tarde. El termómetro del coche marca 25 grados al sol en la urbanización residencial de La Fresneda. Bajo el puente, la temperatura es más agradable, pero los coches hacen un ruido infernal. Al anochecer, César T. J. suele refugiarse en una esquina exterior del Alimerka. Como va con todo el equipaje en la silla de ruedas, en ese trayecto "el otro día me caí al suelo". Subraya que apenas duerme, que para hacer pis se va a un extremo del puente y que cuando tiene ganas de necesidades mayores "me aguanto". "Sé que desprendo un olor muy desagradable", admite.

Los servicios sociales de Siero y Oviedo están buscando una intervención coordinada en el caso de César T. J. Por lo pronto, el Ayuntamiento de Siero ha solicitado la intervención de la Fiscalía.

Son las seis de la tarde cuando se le acerca el párroco de La Fresneda, que va a verle varias veces al día.

Dos horas más tarde, César T. J., después de ser convencido por algunos amigos, era trasladado de nuevo al HUCA en una ambulancia.