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Alcohol y droga, la vía de los menores para sentirse adultos, dicen los educadores

Los expertos advierten de la falta de referencias en los tiempos actuales: "No hace mucho la imitación de los mayores era adoptar responsabilidades"

El intento de los adolescentes por copiar los comportamientos de los adultos a través del consumo de alcohol y drogas, la falta de madurez, las escasas perspectivas de futuro y la invulnerabilidad que les confiere la legislación de menores, son los aspectos que según una serie de educadores consultados por LA NUEVA ESPAÑA, han conducido al aumento de las escenas de violencia juvenil. "Estamos viviendo un momento social en el que los críos quieren socializar en patrones adultos. No encuentran una fórmula mejor para hacerlo que a través del consumo abusivo de alcohol y drogas", apunta Ana Fernández, antigua trabajadora en centros de menores.

"En Sograndio (centro de internamiento de menores) prácticamente el cien por ciento de los que ingresan consumen varias drogas. Aunque salvo en el caso del cannabis, que es algo socialmente aceptado, cuesta conseguir que lo admitan, porque incluso lo ven como un tabú", cuenta Cristina Álvarez, trabajadora del centro juvenil de Sograndio. A la vista de estas situaciones y su experiencia, Álvarez considera que la relación entre "casos de delincuencia en adolescentes y drogas está probado".

Los consumos, que según estadísticas, cada vez empiezan a edades más tempranas, se mezclan con la falta de madurez. "El abuso del alcohol, sobre todo cuando va acompañado de otras drogas como pastillas de éxtasis, a edades tan tempranas, suponen un verdadero problema. Los chavales con 14 o 15 años no tienen capacidad de discernir lo bueno de lo malo bajo esos efectos", asevera Emma Alonso-Vega, otra de las educadoras encuestadas.

"Los menores se sienten intocables, y como la legislación es muy laxa con ellos asumen que no tienen mucho que perder. Por eso abusan del consumo de tóxicos y delinquen sin control", señala Isolina González, antigua trabajadora del centro de Miraflores en Noreña. Otros profesionales, como Cristina Álvarez, coinciden con esta impresión. "En círculos donde se mezclan mayores y menores de edad, son los más jóvenes los que cargan con las culpas. Saben que no les van a hacer nada. Se oye mucho entre ellos la frase 'cuando sea mayor de edad tendré que dejar de delinquir'", lamenta Álvarez.

La falta de perspectivas de futuro y alternativas de ocio que les ayuden a madurar es otro de los aspectos que destacan los educadores. "Deberían aprender a disfrutar de un ocio para la vida, no para la destrucción. Entender que a través de la cultura, viajar o admirar el arte se obtiene una satisfacción mayor, además de formarse como persona", relata Ana Fernández.

El papel de los padres también es puesto en tela de juicio. "Los jóvenes ya no asumen responsabilidades y lo peor es que los progenitores lo ven como algo normal", subraya Fernández, que recuerda tiempos pasados. "No hace tanto tiempo, la manera que había de imitar el comportamiento de los adultos era a través de la asunción de responsabilidades familiares y profesionales. Por entonces, este nivel de violencia entre menores era algo impensable".

También hay voces discordantes respecto a la influencia de la educación en estos comportamientos. "Yo veo comportamientos de chavales que vienen de buenas familias y van a buenos colegios, que no comprendo de dónde los pueden sacar. Considero que más que los valores que se inculcan en el hogar o el centro educativo, tiene mayor peso la presión del grupo. Salvo que los jóvenes tengan el carisma suficiente como para saber decir que no, están perdidos", argumenta Emma Alonso-Vega.

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