Las asturianas Gala Hurlé y Esva García, 14 y 15 años, respectivamente, pertenecen a la generación Z, acuñada por los sociólogos para referirse a la primera hornada de personas nacidas tras el cambio de siglo. Son los también llamados "nativos digitales", que han vivido su niñez -y ahora encaran su adolescencia- en un mundo ya inmerso en la consolidación de internet y de las nuevas tecnologías.

Para Hurlé y García, el móvil se ha convertido prácticamente en una extensión de sus cuerpos y en su más útil herramienta de comunicación, información y ocio. Sus referencias no son los personajes populares de las películas o la televisión, como lo eran para sus padres, pertenecientes a la generación X, nacidos aproximadamente entre los años 1965 y 1977, que tuvieron una infancia analógica y no conocieron el mundo digital hasta su madurez.

En cambio, los integrantes dela generación Z encuentran a sus mitos en internet, en las redes sociales como Youtube o Instagram, el principal nicho donde los "influencers" -personas que marcan tendencia en la web- acumulan miles de seguidores. Y es que, en el mundo digital, la importancia y la popularidad se miden en número de visitas, de "me gustas" y de amistades virtuales.

Sin embargo, a pesar de que la teoría indica que tanto más popular se es cuantos más amigos se hacen en las redes sociales, en la práctica, las nuevas generaciones "huyen" de todo eso: "Si alguien me resulta interesante, le sigo, pero en general los 'influencers' que tienen tantísimos seguidores, como Dulceida, por ejemplo, me generan rechazo", explica García.

Es una contradicción y también forma parte de la fotografía del momento social en el que estamos inmersos, que también engloba a los jóvenes nacidos durante las décadas de los años ochenta y comienzos de los noventa, popularmente conocidos como "millennials", precisamente por haber llegado a la vida en el entorno del cambio de milenio. "Los jóvenes de hoy aspiran a vivir paradójicamente inmersos en un mundo que no existe: son conservadores en sus aspiraciones laborales y personales, y alternativos en la manera en que pretenden llegar a ellas", explica Jacobo Blanco, profesor de Sociología en la Universidad de Oviedo.

La explicación para esta dicotomía reside, según el experto, en que asisten a un mundo de contradicciones acrecentadas por el estallido de la crisis económica, la transformación radical del mercado laboral y la incorporación de las nuevas tecnologías a la vida diaria. "Los 'millennials' quieren sentirse seguros en un ambiente en el que se han incrementado los riesgos y desean encontrar un trabajo estable en medio de una radical transformación del mercado laboral, como lo hicieron sus padres". Hijos del "Baby boom" de los años cincuenta, los progenitores de los millennials protagonizaron un considerable ascenso social y laboral con respecto a sus antecesores. "En su mayor parte lograron conseguir un trabajo estable, de los que duraban para toda la vida", prosigue Blanco.

Esta situación despierta en las nuevas generaciones "un estado de frustración que les lleva a querer cambiar el sistema, lo que explica el auge de teorías conspirativas y de otras tendencias alternativas, como el ecologismo o el veganismo; sin embargo, cuando encuentran el éxito, el sistema les acaba absorbiendo", afirma Blanco, que ve en la subcultura "hipster" un claro ejemplo de esta paradoja: "Un hipster es un tío que quiere vivir bien, pero no tiene un duro; que, como se siente absorbido por el trabajo y no tiene tiempo para afeitarse, finge llevar la barba larga como elemento de distinción".

Paralelamente, el desarrollo de las tecnologías de la información y comunicación (TIC) ha modificado la manera de relacionarse. Las nuevas generaciones viajan más y se comunican ahora con más personas de otros países. De acuerdo con el sociólogo, esto les ofrece la posibilidad de "meterse en un mundo de tendencias que no corresponde con los lazos comunicativos cercanos y que les permite crear conexiones a una escala diferente". Así se explica que "quien antes se veía marginado en su comunidad, considerado como un friki por sus gustos particulares, ahora encuentra amigos con sus mismas aficiones en internet y ya no se siente tan solo", subraya Blanco.

Ahora bien, el mundo de internet, donde las fronteras se difuminan y el sentimiento de comunidad se amplifica, también puede conducir a la formación de falsas expectativas. Un claro ejemplo de ello afecta a las relaciones de pareja: "Aspectos como la mayor accesibilidad del contenido pornográfico han transformado las relaciones sexuales; despiertan aspiraciones fantásticas que luego no tienen nada que ver con la realidad y eso genera desconcierto", explica.

También las formas de cortejo han cambiado, hasta el punto de que, de acuerdo con el experto, "ahora a menudo empiezan en las redes sociales, en detrimento del contacto personal que antes era más valorado" y, además, "ya no es preciso entablar relaciones con personas que viven cercanas a uno, pues la comunidad en internet se ha amplificado", añade.

En definitiva, la llegada de internet y la incorporación de las TIC a la vida social han traído consigo una ruptura espacio-temporal de los lazos comunitarios. "No hacemos cosas muy distintas a las de antes, pero sí se rompen un poco los lazos familiares, a pesar de que la emancipación es cada vez más tardía", recalca Blanco, haciendo visible una nueva paradoja que, en su opinión, permanecerá vigente bastante tiempo. "Nos esperan unos quince o veinte años en los que deberemos adecuar nuestras estructuras mentales y educativas para aprender a convivir en equilibrio entre lo real y lo virtual; y, sobre todo, necesitamos asumir que el mundo real seguirá existiendo y que la conversación será importante".

Este proceso de adaptación pasa por fomentar, según el sociólogo, nuestra capacidad crítica, así como la creatividad, la capacidad de innovación y la inteligencia para saber discriminar la información que recibimos. Llegados a ese punto, "quizá se produzca un poco de reflujo cuando veamos que internet no es la panacea que parece". Entre tanto, esperan al menos un par de décadas de generaciones conviviendo en el limbo de la contradicción.